Sáb
16
Abr
2022

Homilía Vigilia Pascual

Año litúrgico 2021 - 2022 - (Ciclo C)

Ha resucitado

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

La celebración de esta noche es peculiar. Culminamos el Triduo Pascual, como el final de una gran obra que acaba de forma apoteósica, desvelando el sentido de todo lo sucedido hasta llegar aquí. ¡Todo se entiende desde este último acto! El lenguaje de la noche y su silencio se unen al simbolismo del fuego purificador -que rompe la oscuridad- y al agua bautismal, recuerdo de la liberación y signo de la vida a la que Cristo nos llama. Se nos proclama la síntesis de la Revelación de Dios, en un largo proceso de alianza con la humanidad, que adquiere sentido en la Resurrección de su Hijo, donde la Iglesia vuelve a ser nuevamente engendrada.  “¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino”!

Esta Historia es nuestra historia

Recordamos a lo largo de las lecturas de esta Vigilia los momentos fundamentales de la Revelación, y reconocemos en ella la pedagogía de un Dios, compañero de camino, que se deja conocer comprendiendo los ritmos propios de lo humano. Volvemos al momento primero de la creación y asumimos que somos fruto de un regalo que estamos comprometidos a valorar y cuidar.  Renovamos con Abraham la fe primera en un Dios que da más de lo que pide. El paso del mar Rojo nos acerca a aquella primera Pascua del antiguo Israel, anuncio de la liberación que llega a su plenitud en Cristo Resucitado. Con los profetas recorremos búsquedas y olvidos de un pueblo que, sintiéndose siempre amado, intenta permanecer fiel al Dios que ofrece misericordia, agua de vida, una tierra y un espíritu nuevos…

En la Historia de Israel encontramos nuestras propias huellas. Porque su experiencia es reflejo de la nuestra en el presente. Con esos mismos matices podemos dibujar nuestra fe en camino, que cae y se levanta, que agradece y responde en fidelidad, que se siente fortalecida en la debilidad, que anhela, que camina junto a otros… y que se siente sostenida por un Dios que se nos deja ver en el camino y que quiere ser nuestro amigo.

Dios tiene la última palabra

Escuchamos muchas palabras en esta liturgia especial. La última se pronuncia en el silencio de una tumba mientras todos, desconcertados, duermen. El Dios que fue creando un proceso de diálogo y encuentro en su Revelación, afirma junto al sepulcro su definitiva expresión de fidelidad a Cristo, y por él a nuestra Historia, a todo el ser humano. Si en la noche de Belén “la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14), en la oscuridad que oculta el cuerpo del Crucificado Dios pronuncia una palabra de Vida que vence a la muerte, al mal, al pecado, y que se convierte en el pregón de una existencia mejor.

Porque Dios tiene, también para todas nuestras noches, - las noches de esta humanidad- una última palabra. No la tienen, aunque lo parezca, las amenazas nucleares o las bombas que destruyen; ni la enfermedad o la injusticia social. Tampoco el mal del que ninguno de nosotros escapamos… Más fuerte que todo eso sigue resonando, en el presente y como promesa de futuro, la voz de Dios que en Jesús vence al mal y que –como en el primer momento- sigue poniendo en marcha una nueva creación que es su Reino.

Muertos con Cristo, viviremos con Él

Es otro aspecto a considerar en esta Vigilia. La Resurrección de Cristo nos introduce en la dinámica bautismal que es promesa de vida. No tendría sentido confesar que Jesús vive si nosotros no estuviésemos implicados de alguna manera en ese mismo proceso. Pablo hace referencia  a una existencia “frustrada”, que no alcanza su plenitud  y que él nombra como “pecado”. ¡Sabemos por experiencia, personal y colectiva, de qué se trata! Fácilmente somos –y hacemos a otros- víctimas de una fuerza “de lo siniestro”, aun sin saber definirlo del todo. Somos conscientes de sus repercusiones y de nuestra implicación. Orientarnos desde ahí es doloroso; esforzarnos en cambiar parece muchas veces misión imposible. Pero en la muerte de Jesús se nos ofrece la posibilidad de despertar con Él a una promesa de futuro mejor. No por nuestros méritos, sino por su gracia. ”Viviremos con Él” es más que una posibilidad de superar el mal que nos aflige ahora; es estar orientados, desde su muerte y nuestro bautismo, hacia una vida plena en calidad y en tiempo. ¡Somos llamados por la Pascua a vivir lo eterno!

Recordaron, volvieron, anunciaron

Fueron las mujeres las que madrugaron para romper la noche… Se acercaron al sepulcro a dignificar la muerte, con sus perfumes en la mano y su fidelidad en el corazón. Pero fueron regaladas con una experiencia de vida que no entraba en sus planes. No fue la piedra movida ni el sepulcro vacío los que delataron el paso de Jesús. Fue el recuerdo de las palabras del Maestro pronunciadas por unos mensajeros anónimos las que resonaron más en su memoria que en la tumba abierta: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado, ser crucificado y resucitar al tercer día”. La clave de comprensión de la experiencia pascual la dio el mismo Cristo, según Lucas. ¡La Resurrección se comprende desde dentro, recordando lo vivido con Jesús! ¡No es una imposición ajena que obligue a creer, sino un recuerdo con fuerza para comprender y encontrar sentido al camino realizado!

Los tres verbos que movilizan con urgencia a las mujeres son imperativos para esta noche de Pascua, movimiento para acoger la experiencia del Resucitado. Es urgente recordar, recorrer en la memoria de la fe nuestras experiencias de salvación: las de Israel, la vida compartida con Jesús, nuestra particular historia de salvación… El memorial se convierte en categoría teológica que hace auténtica la Resurrección.

Y luego las mujeres “volvieron del sepulcro”: dejaron el lugar de los muertos, la queja y las lágrimas oscuras, para regresar a los caminos donde antes lo habían reconocido y amado. Fueron al espacio de la comunidad, en la que aún resonaba la llamada del Maestro a cada uno, a cada una. Es urgente volver, hacer memoria para reconocer las huellas de la Pascua. Salir de los espacios de desesperanza y amargura. ¡Volver a los caminos recorridos con Jesús!

Finalmente “anunciaron todo esto a los Once y a los demás”. ¿No nos falta esto a los cristianos de este tiempo? Solo cuando los tres verbos se conjugan juntos –no por separado- el Resucitado se hace presente en medio de la comunidad y de este mundo. En el anuncio se resuelven dudas y se superan miedos, se ponen palabras y se contagia lo que apenas empieza a creerse en el corazón… Recordar, volver y anunciar nos sigue despertando en esta Noche Santa a sentir al Resucitado junto a nosotros y a contagiar su vida. ¡Feliz noche pascual que enciende un nuevo amanecer para nuestra humanidad!