Dom
14
Oct
2018

Homilía XXVIII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2017 - 2018 - (Ciclo B)

Es imposible para los hombres, no para Dios

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Ser modesto

Siempre me ha parecido que este joven era un tanto pretencioso. Se creía demasiado bueno. Dice que “desde pequeño” había cumplido todos los mandamientos. ¿Quién se atreve a decir esto? No digo que el joven hubiera matado o cometido adulterio, es posible que, a pesar de que tenía mucho dinero, nunca hubiera estafado a nadie. Podemos creer que honraba a su padre y a su madre, que hacía por ellos todo lo que estaba en sus manos, algo que no es tan fácil porque siempre se puede hacer más. ¿Nunca mentiría, por ejemplo? ¿Nunca se le escaparía un comentario negativo sobre alguien, ni siquiera contra sus competidores comerciales? Cumplir todos los mandamientos y cumplirlos perfectamente rebasa la capacidad humana. El pecado siempre está presente. Por eso Jesús le dice “no hay nadie bueno más que Dios”. Para querer seguir a Jesús hay que acercarse a él como pecador, no como santo.

Saber discernir y saber elegir

Pronto quedó claro que lo más importante para él no era seguir a Jesús. Quería seguirlo, pero llevando consigo sus riquezas, es decir, sin cambiar de vida. Y no eran las pobres redes, ni vieja barca lo que tenía que abandonar, como les sucedió a los apóstoles, sino fuertes riquezas. Y, ya sabemos, las riquezas atan. Cuando se es muy rico fácilmente se puede ser muy esclavo de esas riquezas. Los bienes materiales nos permiten cierta autonomía, cierta libertad, impiden que seamos esclavos de las necesidades más perentorias; pero cuando ocupan la preocupación fundamental de la vida, que es lo que le pasaba a este joven, acaban esclavizando.

Buscar lo eterno. ¿Qué es lo eterno?

El joven se encuentra en una profunda contradicción: quiere “heredar la vida eterna”, pero a la vez no quiere desprenderse de lo bienes no eternos, los bienes materiales. ¿Querría comprar la vida eterna con dinero? La vida eterna se hereda cuando ya aquí, en la tierra damos máximo valor a lo eterno, a lo que es más fuerte que la muerte.

Ser sabio, y estoy pensando en la primera lectura, implica, entre otras cosas saber que existe algo más importante que las riquezas. La sabiduría es más valiosa que los bienes materiales, la sabiduría es saber qué hacer con la vida de uno: con lo que uno es y con lo que uno tiene. Ser sabio es apreciar por encima de todo lo más precioso, aquello que, además, en definitiva será lo más útil. Y esto son los valores que llamamos eternos, aquellos que son más fuertes que la muerte, los que realmente permiten “heredar la vida eterna”: el amor, la verdad, la generosidad con el otro, la intimidad con Dios, lo que con nosotros llevaremos, cuando dejemos todo aquí.

La verdadera Sabiduría

El joven era rico en bienes y pobre en sabiduría. Ser sabio es saber actuar desde el amor, desarrollar la capacidad de amar, estar preocupado por conocer la verdad de lo que somos, no simplemente tener bien contabilizados nuestros bienes. Ser sabio es saber que necesitamos del otro, que necesitamos superar la soledad a la que te puede conducir tener mucho dinero. Soledad que no desaparece cuando otros se acercan simplemente por el olor del dinero. Ser sabio es, incluso, saber vivir en medio de la enfermedad, de las situaciones difíciles sin perder la esperanza. Ser sabio es saber vivir, como decía san Pablo, en la riqueza y en la penuria, tener como quien no tiene, que decía también el Apóstol.

El sabio cristiano, seguidor de Cristo

Y, para un cristiano, ser sabio es seguir a Cristo, no permitir que los bienes que tenemos nos impidan estar libres para seguir a Cristo. El mismo Cristo prometió a quienes le seguían la vida eterna y el ciento por uno en ésta. Pero es necesario seguirle “ligeros de equipaje, como los hombres de la mar”, que diría Antonio Machado. No lastrados por bienes que nos apegan a la tierra, pues son bienes exclusivos de ella, sometidos a la fuerza de la gravedad que impide volar, despegarse de lo efímero, de lo aparente, de lo que produce satisfacciones inmediatas y a la vez insatisfacciones crónicas. Con los bienes tenemos que fabricarnos una morada en el cielo, como dice Cristo, a base de ser generosos, de ponerlos al servicio de la comunidad, de contar con los pobres. Sabiendo que el otro es más importante que mis bienes, y yo soy mejor cuando con lo que soy y con lo que tengo sirvo al otro. Así se sigue a Jesús, que vino a servir, que fue el Emmanuel, el hombre para los hombres; ese es el modo de “heredar la vida eterna”.