Dom
13
Feb
2022

Homilía VI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2021 - 2022 - (Ciclo C)

Dichosos vosotros...

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

La Primera Lectura (Jer 17,5-8) es una expresión del antiguo método sapiencial que para enseñar gustaba de contraponer conceptos, situaciones, actitudes y así mostrar las dos caras de la realidad. Por ello la antítesis de la confianza en lo humano y de la confianza en Dios enfrenta el sentido de la bendición y de la maldición. En el Salmo Responsorial imágenes del mundo vegetal nos intentan mostrar qué es lo uno y lo otro.

Mientras Mateo (5,1-12) trata de presentar a Jesús como “nuevo Moisés” que proclama la nueva Ley, Lucas nos ha mostrado a Jesús junto a la gente, dando cumplimiento a la profecía de Isaías que él mismo había proclamado al inicio de su ministerio en Nazaret.

Jesús se dirige a sus discípulos, pero también a un gran grupo que ha llegado de distintos lugares. Con un género literario que expresa la felicidad que viene de Dios, Jesús nos presenta el Reino de Dios que ya ha llegado y puede transformar nuestras personas. Jesús contrapone las Bienaventuranzas con los “ayes” o maldiciones. 

Y es que las Bienaventuranzas por una parte son la meta a alcanzar para el seguidor de Jesús y por otra, la actitud para recorrer el camino para lograrlo. Si las Bienaventuranzas son «el navegador para nuestra vida cristiana», según el Papa Francisco -¡qué sugerentes los números 67 al 94 de su Gaudete in Domino!-, están también las anti-Bienaventuranzas que nos harán seguir un camino equivocado, aunque muy vigente en nuestra sociedad.

En efecto, las Bienaventuranzas son la guía de ruta, de itinerario, son los na­vegadores de la vida cristiana. No se trata de alegrarse por ser pobre, o por estar hambriento, o por llorar. Tampoco se trata de resignarse. ¡Dios no lo quiere! La dicha que brota de estas Bienaventuranzas tiene su base en que Dios está al lado de esas personas que se despojan de lo que les impide y adoptan esas actitudes, y del convencimiento de que su Reino les pertenece aquí y ahora. Por el contrario, los posteriores “ayes” nos ponen en guardia para que no nos dejemos seducir por las riquezas, el odio, la violencia, etc., y para que no olvidemos a los más necesitados.

Leemos y escuchamos con frecuencia noticias optimistas sobre la superación de la actual crisis y la recuperación progresiva de la economía. Se nos dice que estamos después de estos catastróficos tiempos pandémicos asistiendo a un crecimiento. Pero ¿crecimiento de qué? ¿crecimiento para quién?

La recuperación económica que está en marcha va consolidando e, incluso, perpetuando la denominada «sociedad dual». Un abismo cada vez mayor se está abriendo entre los que van a poder mejorar su nivel de vida cada vez con más seguridad y los que van a quedar descolgados, sin trabajo ni futuro en esta vasta operación económica.

De hecho, está creciendo al mismo tiempo el consumo ostentoso y provocativo de los cada vez más ricos y la miseria e inseguridad de los cada vez más pobres, individuos y países.

Entre nosotros existen esos «mecanismos económicos, financieros y sociales» ya denunciados por Juan Pablo II, «los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de pobreza de los otros». Una vez más estamos consolidando una sociedad profundamente desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y evangélica que fue su Sollicitudo rei socialis -tan poco escuchada como el resto de enseñanzas de los posteriores Papas en materia social, incluso por los que los vitorean constantemente- el Papa descubría en la raíz de esta situación algo que solo tiene un nombre: pecado personal y estructural.

Podemos dar toda clase de explicaciones técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el enriquecimiento siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más pobres, ahí se está consolidando la insolidaridad y la injusticia. En sus Bienaventuranzas, Jesús advierte que un día no serán así las cosas. Es fácil que también hoy sean bastantes los que piensen que esta actitud de Jesús es fruto del resentimiento y de la impotencia de quien, no pudiendo lograr más justicia, pide la venganza de Dios. Sin embargo, el mensaje de Jesús no nace de la impotencia de un hombre derrotado y resentido, sino de su visión profunda de la justicia de Dios que no puede permitir el triunfo final de la injusticia.

Pero que para ello cuenta con nuestro personal y comunitario compromiso solidario y justo -este fin de semana se celebra la Campaña contra el Hambre en el Mundo- en nuestro quehacer personal y social cotidianos según los criterios de lo que se denomina “moral social cristiana”. Sin olvidar nunca que ella, por más bella y emocionante que sea, se fundamenta en Cristo resucitado, sin lo cual nada tiene sentido (segunda lectura: 1ª Cor 15,12.16-20). Los cristianos no somos unos puros románticos masoquistas, actuamos movi­dos por la firme esperanza de que Cristo ha resucitado, que nosotros resucitaremos con El y que todo lo hecho alcanzará su plenitud.