Dom
1
Mar
2020

Homilía I Domingo de Cuaresma

Año litúrgico 2019 - 2020 - (Ciclo A)

Más abundante es la gracia…

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Seréis como dioses…

Todo comienza bien. El ser humano es modelado por el mismo Dios. Con ninguna criatura Dios se prodiga de esa manera, con especial laboriosidad. Ese modelar implica un empeño de Dios en la criatura que modela pues lo hace “a su imagen y semejanza”.  Pero no todo queda en barro. En el “material creatural” Dios mismo insufla su propio “aliento de vida” convirtiendo a la criatura humana en “ser vivo”. Y además le coloca en un jardín, le otorga un bello y completo “contexto vital” para su existencia y subsistencia. ¡Qué bondad tan grande!

El ser humano, hombre y mujer, es dotado de libertad al haber sido creado a imagen de Dios. Y Dios se ofrece como referencia para vivir bien en esa libertad. Cuando el ser humano toma consciencia de sí mismo siente el vértigo de la libertad: la tentación. ¿Hacia dónde voy?, ¿sigo la referencia?... Entonces surge la voz del astuto tentador: “seréis como Dios…” Aquí está la raíz de la decisión errada que toma el ser humano en su libertad. Así nos habla el tentador: “¡Sé tú tu Dios! Déjate de referencias, conoce por ti mismo todo, el bien y el mal”. Pero cuando tomamos esta decisión y decidimos ser como dioses, olvidando la referencia divina que nos señala caminos seguros de libertad, terminamos sintiéndonos desnudos, desprovistos, fuera del contexto vital que Dios nos ha otorgado. Esa es la experiencia del pecado. Al inicio de la Cuaresma recordamos esta realidad de nuestra vida para revisarla. Ante la tentación lo decisivo es no perder la referencia divina pues nos da el criterio y la seguridad para superarla. La otra opción es hacer caso al tentador y abandonarnos a nosotros mismos convirtiéndonos en nuestros propios dioses. En este caso la andadura será al final más corta y fatigosa.

Crea en mí un corazón puro…

Pero todo tiene arreglo, ya lo dice el refrán: “lo que bien empieza, bien acaba”. Todo comenzó con la mano de Dios y Él se te vuelve a ofrecer. Levántate, vuelve a tomar esa mano, deja más bien que te tome y te toque de nuevo.

Salmo 50. ¡Misericordia…por tu bondad… por tu inmensa compasión lávame, límpiame, renuévame, no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu, recréame….crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme… hazme de nuevo, fortalece mi fragilidad!

Y Dios nos ha respondido. No nos ha dejado. Nos ha mostrado en Jesucristo su inmensa ternura y misericordia. Así nos ha devuelto la alegría que abre nuestros labios para su alabanza.

No hay proporción entre el delito y el don…

San Pablo reflexiona hoy en su extraordinaria Carta a los Romanos sobre el alcance de la respuesta divina, en Cristo, al hombre pecador. Es la experiencia del propio Pablo. La luz que vio en el camino de Damasco le hizo comprender dos cosas: su pecado y el enorme alcance de la Gracia de Dios. Esta experiencia tumbativa, nunca mejor dicho, es la que le permitió al Apóstol llegar a esta reflexión tan hermosa que nos ofrece hoy en la Carta a los Romanos y que sin duda nos anima en el inicio de la Cuaresma.

La realidad es clara: todos pecaron desde Adán y el pecado ha traído muerte, pues nos circunscribe a nosotros mismos alejándonos de la fuente de la vida que es Dios, desdibujando los contornos de nuestra verdadera dignidad en cuanto hijos amados y queridos para la comunión feliz con Él.

Pero el Dios que fue bondadoso al crearnos ha extremado su inabarcable bondad misericordiosa ofreciéndonos en su Hijo, Jesucristo, un incomparable tesoro de gracia que nos salva y nos hace volver a ser lo que fuimos. Por ello no hay proporción, efectivamente, entre el delito, nuestro pecado, y el don inefable de la gracia salvadora de Dios. Dios se ha desbordado en Cristo. Ahora hemos conocido de verdad “la entrañable misericordia de nuestro Dios”.  El ser humano se había provocado muerte y condena, Dios en Cristo le ofrece justificación y vida. Si en Adán desobediente todos nos constituimos en pecadores Dios, por medio de su Hijo obediente, nos hace de nuevo justos.

La ley fue para Israel un signo de la bondad de Dios pero faltaba la manifestación maravillosa y plena de esa bondad que habría de tener lugar en Cristo y su misterio pascual. La ley era una ayuda pedagógica, Jesús en cambio es sabiduría, justicia, santificación y redención de Dios para el ser humano. Este es el corazón del Evangelio, hacia este centro giremos nuestra vida.

La Palabra: fuerza en la tentación…

Jesús nos enseña ahora a superar la tentación que nos puede conducir al pecado. La clave es la confianza en Dios y la atención continua a su Palabra. Esa es nuestra fuerza.

Jesús, Hijo de Dios, es verdadero hombre por el misterio de la Encarnación. Al ser en todo semejante a nosotros, “menos en el pecado”, él siente también la tentación. Jesús no nos enseña a superar la tentación con un manual sino desde su propia experiencia.

Tras su bautismo el Espíritu es quien lo empuja al desierto, lugar donde se aquilata el interior. Que se lo digan al pueblo de Israel, pecador en el desierto pero a la vez objeto del amor de Dios. Israel siempre mirará al desierto cuando quiera empezar de nuevo. El desierto, lugar extremo, deja al descubierto nuestra fragilidad y así, igualmente, nuestra necesidad de Dios que nos encuentra y nos acoge. Jesús va hacer esa experiencia que fraguará su interioridad humana de cara a la misión encomendada.

En el desierto Jesús ayuna y al final siente hambre. En medio de su fragilidad experimenta la tentación, como nosotros. El tentador le plantea tres tentaciones: usar su identidad de Hijo de Dios en beneficio propio, servirse de la fe para tentar al mismo Dios y sucumbir a la ambición y al poder que tanto perturba al corazón humano. El tentador toca el centro de la experiencia religiosa de Jesús. La tentación se dirige siempre ahí. El tentador quiere conmocionar nuestro centro.

¿Cómo responde Jesús? Con la Palabra de Dios como expresión de su inquebrantable fe: “No solo de pan vive el hombre”; “no tentarás al Señor tu Dios”; “a Dios solo adorarás”… La Palabra es la fuerza de Jesús, su referencia absoluta a Dios. En cuanto Dios, Él es el Verbo, la misma Palabra; en cuanto hombre Jesús afianza su relación estrecha con el Padre desde la Palabra. La Palabra ahuyenta al tentador: “Vete”.

No hay que tener miedo a la tentación, con la fe y la Palabra obtenemos la fuerza para superarla. Es la magistral enseñanza de Jesús al inicio de la Cuaresma.