Lun
25
Mar
2019

Evangelio del día

Tercera semana de Cuaresma

Hágase en mí según tu palabra

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 7, 10-14; 8, 10b

En aquellos días, el Señor habló a Acaz y le dijo:
«Pide una signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo».
Respondió Acaz:
«No lo pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Isaías:
«Escucha, casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, porque con nosotros está Dios».

Salmo de hoy

Salmo 39, 7-8a. 8b-9. 10. 11 R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios,
entonces yo digo: «Aquí estoy». R/.

«-Como está escrito en mi libro-
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R/.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes. R/.

No me he guardado en el pecho tu justicia,
he contado tu fidelidad y tu salvación,
no he negado tu misericordia y tu lealtad
ante la gran asamblea. R/.

Segunda lectura

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 4-10

Hermanos:
Es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados.
Por eso, cuando Cristo entró en el mundo dice:
«Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas,
pero me formaste un cuerpo;
no aceptaste holocaustos
ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije: He aquí que vengo
-pues está escrito en el comienzo del libro acerca de mi-
para hacer, ¡oh, Dios!, tu voluntad».
Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley.
Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad».
Niega lo primero, para afirmar lo segundo.
Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque “para Dios nada hay imposible”».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra».
Y el ángel se retiró.

Reflexión del Evangelio de hoy

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

En perfecta sintonía con la petición hecha en la oración colecta del primer domingo de cuaresma: “Concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud”, se enmarca la celebración de la solemnidad de la Encarnación del Verbo, cuya oración colecta recoge el misterio de Cristo: “concédenos, en tu bondad, que cuantos confesamos a nuestro Redentor como Dios y como hombre verdadero, lleguemos a hacernos semejantes a él en su naturaleza divina.”

El camino penitencial de la cuaresma se ordena, por tanto, al conocimiento progresivo del misterio que se nos ha manifestado y secundando la acción del Espíritu que nos guía y configura con Jesucristo, se abre a la experiencia de solidaridad salvífica mediante la encarnación. Conocimiento no sólo racional sino vital. Proceso de configuración con el Verbo encarnado, de modo que la existencia toda del ser humano que acoge este don, es integrada en la comunión de vida que el Verbo hecho humano posibilita a la Humanidad entera.

Una señal: Dios con nosotros

El profeta pone en evidencia la indiferencia de Acaz oculta bajo una capa de falsa piedad: “no quiero tentar al Señor.”  La respuesta que recibe manifiesta lo que esconde la actitud del rey y se dirige a la casa de David. Cansáis a los hombres y a Dios. La gratuidad de la señal, que a pesar de su desinterés y del olvido de todo lo que el Señor ha hecho en favor de Israel,  Dios le ofrece se convierte en indicador de su plan en favor de la humanidad: “la virgen está encinta y da a luz un hijo.” La señal es el hijo cuyo nombre “Enmanuel” revela la cercanía de Dios a pesar de la rebeldía de su pueblo. Es preciso tener presente lo que significa para todo ser humano la permanencia de esta señal. Descubrir cada día cómo la definitiva solidaridad con cada ser humano, a través de lo que este nombre significa, deviene en gozosa realización personal hasta alcanzar su plenitud y produce una extraordinaria alegría, porque por fin se hace realidad la más profunda aspiración de la persona: vivir en comunión con Dios, con sus semejantes y con toda la creación.

Quedamos santificados por la ofrenda que de sí hace el Verbo encarnado

Vivirlo en plenitud, se dijo al comenzar la cuaresma. Hacernos semejantes a él en su naturaleza divina se dice en esta solemnidad. Dos formas de expresar una misma realidad. La carta a los Hebreos lo resume diciendo: “Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.” La humanidad del Verbo es nuestra humanidad. La disponibilidad del Verbo para llevar a cabo la voluntad del Padre da origen a la salvación ansiada y esperada desde el comienzo de la andadura humana. Una promesa hecha al comienzo sin que fuera requerida. La mirada compasiva de Dios, voluntariamente comprometido con la Humanidad; con todos y cada uno de los seres humanos, comunica en un sólo acto de amor la liberación definitiva y aceptada la posibilidad de unirse personalmente con el que ha querido unirse a todo hombre que viene a este mundo, vive una vida nueva expresada en un orden nuevo que se origina en la afirmación: “Aquí estoy para hacer tu voluntad.”          

Hágase en mí según tu palabra

San Lucas nos regala la narración del anuncio de la Encarnación del Verbo. Un hermoso relato catequético. Un diálogo que revela el infinito respeto de Dios con el ser humano y en la figura de María, la doncella desposada con José, la imagen de una mujer que vive conscientemente su fe. Planteamiento de un proyecto del Padre en el que desea la intervención del ser humano. Puede hacerlo sin contar con él, pero en asunto de esta envergadura, cuenta con su libre aceptación. Si el Verbo se pronuncia antes de la encarnación, María, la mujer que será la puerta por la que entre el Verbo en el mundo y en la historia de la humanidad, “actuando como un hombre cualquiera”, deberá pronunciarse también.

Escucha con atención; pregunta ante lo excepcional del anuncio sin exigir pruebas. Recibe la explicación y se entrega totalmente al plan de Dios. Disponibilidad total, en sintonía con la afirmación de que nos habla la carta a los Hebreos. Se trata de la humanidad nueva  totalmente identificada con la voluntad del Padre.

Al asumir la humanidad el Verbo, comienza a devolver al ser humano la nobleza de su origen y más aún, lo llevará a la plena comunión con Dios. El sí de María resume toda la expectación y deseo de la humanidad marcada por las consecuencias del pecado de Adán. San León Magno dirá: “Esta naturaleza nuestra quedó viciada cuando el hombre se dejó engañar por el maligno, pero ningún vestigio de este vicio original hallamos en la naturaleza asumida por el Salvador.” 

Esta maravillosa cercanía provoca una sorprendente alegría, porque el invisible se hizo visible, palpable y actuando como un hombre cualquiera, muestra a todos los seres humanos su auténtica vocación que no está reservada a unos pocos sino ofrecida a todos.

Así, la celebración de este Misterio, nos ayuda a prepararnos para la fiesta de la Pascua. En ella se pondrá de manifiesto todo lo que encerraba este abajamiento del Verbo y cómo con su retorno al Padre, la humanidad entera entra con él en la comunión para la cual Dios nos creó.

Por esta ofrenda todos quedamos santificados y como dice el Apóstol en esperanza estamos salvados.