Dom
9
Ago
2009

Homilía Domingo Decimonono del Tiempo Ordinario

Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)

Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • ¿Dónde está la verdadera vida?

Casi con toda seguridad podemos afirmar que no ha existido a lo largo de nuestra historia humana una vida más atrayente y seductora que la que hoy nos ofrece la sociedad de consumo. Los valores económicos y los de tipo biopsíquico, que constituyen el foco de este tipo de vida, ejercen una atracción tan cautivadora que anulan o someten sin resistencia por nuestra parte a los valores religiosos, morales, sociopolíticos, estéticos, intelectuales o lúdicos. Por eso a muchos cristianos, sobre todo a los que estamos  metidos hasta el tuétano en esta vida de consumo, nos cuesta mucho creer de verdad lo que dice el evangelio de hoy: que «adherirse y compartir el modo de ser que inauguró Jesús de Nazaret» –eso significa «comer el pan de vida que es Jesús»– nos va a traer una vida de salvación para nosotros y para el resto de los humanos como ninguna otra; y, además, tan feliz, que, según la promesa de Jesús, «no moriremos, sino que viviremos para siempre».

  • Los cristianos necesitamos un cambio radical de vida si queremos «comer el pan de la vida»

Los cristianos sabemos que para «comer el pan de la vida que es Jesús» necesitamos una metanoia o cambio de vida, porque, si seguimos la inercia que nos impone la sociedad en la que estamos inmersos los que vivimos en los países de la abundancia, con toda seguridad que no vamos en la dirección que siguió Jesús de Nazaret. Ahora bien, ¿qué es lo que hace que abandonemos el estilo de vida consumista y lo sustituyamos por el modo de ser y de actuar de Jesús? Puede suceder que tomemos conciencia de los desmanes y del inmenso sufrimiento que está causando en una gran parte de la población mundial este capitalismo del consumo. Pero muchos también han criticado y se han rebelado contra todo esto y, sin embargo, no se han decantado por seguir a Jesús de Nazaret como fuente de vida que trae la salvación a tanto mal. Los cristianos proclamamos y confesamos que detrás está la fuerza del Espíritu Dios. La metanoia, la transformación radical en nuestra vida –si es que se produce– la recibimos de Dios como un don, como una atracción por parte de Él más irresistible que la que ofrece la sociedad de consumo. Es que Dios nos ha seducido. Y esta seducción o atracción divina es inseparable en la Biblia del amor que Él nos tiene, del que la seducción no es sino una expresión de ese amor. 

Ahora bien, esta benevolencia y misericordia salvadora que Dios nos da  exige en nosotros –por ser libres– una docilidad para escuchar, acoger ese don y vivir de él. Y, lógicamente, para actuar en consecuencia, es decir, para ir construyendo en el mundo parcelas de la «vida eterna». Porque podemos muy bien, como los oyentes de Jesús, «escandalizarnos y marchar» y desentendernos de los dolores y sufrimientos ajenos. Entonces no podremos mostrar a nadie que Jesús es el pan que da la vida. Es cierto que lo que destaca en este evangelio es la promesa de la vida, una promesa que es enunciada, reiterada, explicitada y confirmada para el presente y para el último día.  Pero no es menos cierto que depende de la implicación de los cristianos en este dar vida donde haya muerte o deterioro.

  • Dios se manifiesta en los hombres

¿Cómo comemos hoy los cristianos «el pan de la vida» que Dios nos regala en Jesús? Pues no tenemos otro modo que amando a los hombres, sobre todo a los despreciados y pobres. A lo mejor nos suena a blasfemia decir: «ése que pasa a mi lado es Dios». Pero no debemos olvidar que el amor a Dios y el amor al hombre son una y la misma virtud. El amor al ser humano concreto es, en la perspectiva cristiana, al mismo tiempo y de suyo, una «virtud divina»: es el reflejo del amor a Dios.

  • La paz como un trozo de la verdadera vida cristiana

El concepto clave de la carta a los Efesios es la paz: la comunidad cristiana, impulsada por el Espíritu de Cristo que se derramó sobre ella en Pentecostés, debe llevar la buena noticia de la paz. La paz se consigue tras un valeroso combate contra todo aquello que deteriore cualquier aspecto de cada ser humano. A ello están encaminadas las exhortaciones que aparecen en la lectura de hoy, para «vivir a la altura del llamamiento que hemos recibido» (4,1) los cristianos. Hoy hay muchas conductas agresivas, que deterioran la vida de no pocas personas. Y no sólo en el ámbito familiar, sino sobre todo, a nivel mundial. Las comunidades cristianas deben ser el lugar donde se repare el odio y la ruptura entre los pueblos y en el que las personas se sientan de verdad hermanas, porque hay un solo Dios, «Padre de todos», y Cristo es el pacificador universal. La Iglesia, por ello, tiene la responsabilidad de hacer de mediadora efectiva de la paz para el mundo y de enfrentarse valientemente contra los «grandes dominadores del mundo» y las grandes potencias que promueven el deterioro de lo humano. Sólo así mostraremos los cristianos que Jesús es el pan de la auténtica vida.