Dom
5
Nov
2017

Homilía XXXI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

Uno solo es vuestro Maestro, y todos vosotros sois hermanos

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Señor, mi corazón no es ambicioso, / ni mis ojos altaneros; / no pretendo grandezas / que superan mi capacidad. Sino que acallo y modero mis deseos, / como un niño en brazos de su madre. Espere Israel en el Señor / ahora y por siempre.

Este texto del Salmo 130 que proclamamos este domingo 31 del tiempo ordinario nos sirve para encabezar la propuesta de estas pautas, porque creemos que poco más se puede sugerir a las y los creyentes desde el ambón esta semana. Poco más importante que invitar a orar de corazón y a hacer vida lo que proclama el Salmo: “No pretendo grandezas que superan mi capacidad. Sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre”.

Sus palabras nos proponen asumir con realismo y humildad la realidad de nuestras propias vidas, sentir que somos vulnerables y que estamos necesitados –de la cercanía de Dios, Padre y Madre; de la ayuda de los demás– para poder vivir. La metáfora nos es sencilla de reconocer. Todos nos hemos sentido débiles alguna vez y hemos visto a bebés recién nacidos recibir los cuidados imprescindibles por parte de su madre. Y a poco que nos detengamos a observar nuestra propia vida encontraremos ocasiones en que realmente nos hemos experimentado impotentes y pequeños ante una realidad que nos desbordaba.

Y también nos recuerda: “Espere Israel en el Señor ahora y por siempre”. Somos pequeños y debilitados pero nuestro Padre-Madre es el todo bondad y el todo misericordia dispuesto a y acogernos siempre como al “niño en brazos de su madre”.

El mismo Padre se hace presente en la primera lectura, en el libro de Malaquías. El autor dice: “¿No tenemos todos un solo padre? ¿No nos creó el mismo Señor? ¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo, profanando la alianza de nuestros padres?". En estos tiempos de desigualdad y pobreza extrema que viven tantos hombres y mujeres, niños y niñas en el mundo, recordar que somos todos hijos e hijas del mismo Padre es una voz profética y hasta contracultural. La Palabra de Dios lo es y así estamos llamadas a predicarla las personas creyentes.

La imagen de la madre vuelve a aparecer en las lecturas de este día, esta vez en la carta a la comunidad de Tesalónica. En ella, Pablo se muestra como esa madre que cuida de sus hijos y les dice cariñoso: “Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. Parece que este sea el camino que nos muestra la liturgia y que continua con la que veíamos el domingo pasado. Una vez que experimentamos a Dios como Padre y Madre nuestro, no tenemos otra tarea que vivir de cara a nuestros hermanos y hermanas de esa misma forma. Y como una madre y un padre dan lo mejor de sus propias vidas a sus hijos e hijas, así estamos llamados a comportarnos con quienes nos rodean. Entregando no solo la Palabra, el evangelio que hemos recibido, sino nuestras propias personas.

Porque en el otro lado de la vida están quienes actúan como los fariseos y los escribas que “lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros” y encima “todo lo que hacen es para que los vea la gente”. Y no es así como Jesús nos quiere en el mundo. Por el contrario, nos invita a actuar como él mismo hizo, en aquella noche santa que recordamos cada día en la eucaristía y nos dice: “El primero entre vosotros será vuestro servidor”.

Y de camino, nos recuerda también algo que hemos recordado en algunas otras ocasiones: “no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo”. ¿Por qué la literalidad de la Palabra de Dios no se hace real también para recoger órdenes tan claras de como esta? Todos y todas somos hermanos, nadie en la tierra puede ser llamado maestro, ni padre, ni consejero, porque solo el Padre del cielo y Cristo son nuestro Padre y nuestro consejero.