Dom
31
Ago
2014

Homilía XXII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2013 - 2014 - (Ciclo A)

El que pierda su vida por mí, la encontrará

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Cuando el final de los días de descanso, sosiego familiar y “bienestar” se aproximan, (si es que no lo han hecho ya), la liturgia nos anima a no tener miedo en el seguimiento a Cristo a pesar de las dificultades que puedan darse por ello.

  • Gran dificultad: “El que pierda su vida por mí, la encontrará”.

¿Quién quiere entregar su vida a fondo perdido? o dicho evangélicamente ¿quién quiere perderla? La respuesta es evidente: nadie. Solo después de una reflexión serena y profunda, entregará su vida o “la perderá” quien esté convencido que le reporte un bien. La seducción (2ª lectura) por la causa del Reino y su utopía pueden dar sentido a ese “perder” la vida.

El diálogo del domingo pasado de Jesús con Pedro confesando el mesianismo de Cristo, fue signo de apertura a la revelación, lo que le convirtió en piedra sobre la que edificar la Iglesia. Este domingo, Pedro pierde los papeles, y la condición humana le lleva a buscar intereses humanos sin contar con el Padre, convirtiéndose en “Tentador satánico”. Nadie quiere perder.

Cuando la condición humana no cuenta con Dios (oración, reflexión, lectura meditada, etc.), no hay entrega ni servicio, y, la pasión por el Reino desaparece del horizonte. Todo lo contrario al proyecto de Jesús, que en palabras del papa Francisco, es “instaurar el reino de Dios”; misión para la cual vino Cristo al mundo (Cf. las parábolas de los domingos del mes pasado). La cultura del “estado del bienestar” se convierte así en pseudomesías y salvadora por el adormecimiento de costumbres, en las que el dinero, el poder y la fama son las píldoras analgésicas de esa cultura. Es ganar el mundo a cualquier precio, incluso a costa de perder la felicidad que da la libertad de trabajar por el Reino de Dios.

Las múltiples y abrumadoras ofertas de consumo, pueden producir a la larga en el ser humano una tristeza individualista propia de un corazón cómodo y avaro, por la búsqueda enfermiza de placeres superficiales y egocéntricos (Cf Evangelii Gaudium) que solo puede ser cambiada en alegría colectiva fruto del servicio generoso, con la ayuda de Dios,.
El seguidor de Jesús va contracorriente en el mundo, y solo la unión con Dios le da fuerza interior para decir sí al evangelio de la vida.

  • “Me sedujiste, Señor”.

¿Otra posible dificulta más? O ¿no es dificultad que la seducción de felicidad interior, se cambie en denuncia, hazmerreir, burla, etc.? Valorada la situación seductora, tiene que llevar al cristiano a ser fermento (como la levadura) para el cambio social de conducta: pasar de la cultura del mesianismo mundano (“bienestar”) a la cultura del servicio, (instauración del Reino y la pasión por él. Cf. 1ª lectura).

Calamidades, injusticias, violencia, terrorismo y demás noticias negativas, cuestionan y obligan al ser humano a un diálogo comprometido – diálogo salvífico- con Dios para poner fin a todo ello.

Es dar la vuelta a la moneda y pasar de lo que separa de Dios, a lo que une Él; pasar por la cruz, el servicio, la misericordia y el perdón; para llegar a lo bueno, lo perfecto, lo que le agrada (Rom. 12, 1-2).

Si el ser humano se ajusta a este mundo, el individualismo ahoga todo lo que significa comunitario. La seducción por el Señor puede acarrear mal sabor de boca al tener que denunciar y actuar contra toda opresión, (léase persona, ideología o sentimiento). La Iglesia tiene que aceptar la ley del sufrimiento de la misma manera a como Jesús la aceptó, y no valen los narcóticos adormecedores ni las evasiones o drogas espirituales placenteras para olvidar. En diálogo salvífico con Dios y el mundo, la Iglesia tiene que iluminar la conciencia sociedad para que se instaure en él la cultura del servicio como instrumento de paz y bienestar.

Aunque a veces en ese diálogo, Dios-hombre-iglesia, haya tensiones, el cristiano no deja por ello de ser mediador. El diálogo, (estudio y oración) al estilo de Jeremías es una de las soluciones.

  • “Que cargue con su cruz y me siga”.

La cruz, el martirio incruento de cada día, el peso constante del mal, la falta de cirineos en el mundo son fuerza para el discípulo de Jesús. El servicio humanizador compartido e instaurador del Reino de Dios asumido con el sufrimiento que pueda llevar, sin ser una postura de resignación estéril o mortificación falsa, ascetismo barato e individualista sino la aceptación de la inseguridad, el rechazo, la mofa y la persecución con la esperanza puesta en Cristo, aligeran grandemente el peso de la cruz.

Como miembro de una sociedad, al igual que Jesús, el cristiano está atento a los lamentos y lágrimas de los que le rodean y vive para regalar a los demás el gran don de la vida recibida de Dios. Vida que enseña a renunciar a la satisfacción inmediata y caprichosa, a repartir el peso de la carga que hace madurar al ser humano dando un fruto nuevo que perdura; prepara a los hombres y mujeres de cada momento a un nuevo y definitivo resurgir (resurrección). Así es el camino hacia Jerusalén, camino en el que Cristo aclara las dos caras de la moneda a sus apóstoles. Es el camino de la pascua y de la resurrección.

Cada pequeña superación diaria, acerca al cristiano al prójimo y a Dios; crece en su libertad interior, se eliminan los miedos y temores y se convierten en alegría desbordante propia de resucitados.