Dom
29
Jul
2018

Homilía XVII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2017 - 2018 - (Ciclo B)

Comieron, se saciaron y sobró

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

El pan de cada día

Tanto en Jesús como en el profeta Eliseo es notoria la sensibilidad que manifiestan hacia las personas que han acudido hasta ellos. Han pasado un tiempo con ellos, han escuchado lo que tenían que decir, ya es hora de regresar a sus casas, pero no han comido. El peso del día y el tiempo transcurrido hacen que tengan hambre. Es la hora de comer. Ni Jesús ni Eliseo despiden a la gente sin más, la gente tiene que regresar a sus hogares, pero antes tienen que comer, lo necesitan para el camino. El camino no se puede hacer si no se está debidamente alimentado. El comer, como el beber o el respirar, es una necesidad vital. Sin el pan de cada día no se puede sobrevivir.

Buena parte de la vida humana está organizada y orientada a conseguir los alimentos y a satisfacer las necesidades básicas que garantizan nuestra existencia. Por eso, sobre todo, trabajamos. Y el trabajo está orientado, ante todo, hacia ese fin. Si el trabajo no tuviera como finalidad primera la de proporcionarnos los medios de subsistencia, sin duda, tendría otras consideraciones. Podemos decir que el pan de cada día lo conseguimos con el esfuerzo de nuestro trabajo también de cada día. Trabajo y pan están estrechamente unidos.

El pan está muy presente en la vida del cristiano. Lo está en la oración del Padrenuestro, lo está en el sacramento de pertenencia por excelencia, la Eucaristía, en nuestras fiestas litúrgicas y en nuestra moral cristiana. Jesús mismo quiso ser recordado como pan: el pan de su cuerpo, el pan de su palabra. Se presentó como el Pan de Vida. El pan, por tanto, además de necesario para la vida tiene un profundo significado simbólico para el cristiano.

Los Signos del Reino

El Reino, y más concretamente el hacer visible a sus contemporáneos el Reino de Dios que está llegando, es en Jesús algo radical y fundamental. A Jesús no lo podemos entender, y menos seguir, al margen de lo que Él llamaba el Reino. El Reino es Dios mismo actuando aquí y ahora con entrañas de misericordia, que es el modo de actuar de Dios. El Reino en la boca y en la vida de Jesús nada tiene que ver con lo que nosotros, por lo general, entendemos como tal. El Reino al que Jesús se refiere se trata de una dimensión religiosa.

La vida entera de Jesús está consagrada a cumplir la voluntad del Padre, a la misión que el mismo Padre le encomendó, una vida con-formada en Dios mismo. Por eso todos sus hechos y palabras son de Dios mismo. Son los signos, las señales de Dios. ¿De qué signos se trata? De los signos del ser y del actuar de Dios. Es revelador en el Evangelio de este domingo como el signo de la bendición y reparto del pan está precedido de los signos que hacía con los enfermos y que a causa de ellos muchos le seguían. Sabemos que se refiere al signo de las curaciones y sanaciones.

Dios se expresa en el lenguaje de los signos. Para el entendimiento humano racional los signos ofrecen la posibilidad de ser interpretados desde distintos puntos de vista. Algunos atribuían al demonio el poder de hacer milagros por parte de Jesús, mientras que para otros era la prueba que Dios estaba con Él. Pero no sólo Dios también nosotros expresamos lo que somos desde los signos. Es lo que se apunta en la Carta a los Efesios. Algunos signos que acompañan a los cristianos son: la servicialidad, la amabilidad, la humildad, la responsabilidad, la paciencia, la dulzura… el ser personas de paz. Son los signos de los redimidos por el Evangelio, por los cautivados por Jesús    

Comieron, se saciaron y sobró

“El Señor es justo y bondadoso en todos sus caminos, da la comida a su tiempo a cuantos le están aguardando, y de su mano comerán y sobrará”. Estas frases se encuentran en el Antiguo Testamento y alcanza su plenitud en este texto del Evangelio de este domingo. Con los panes y peces ofrecidos por un muchacho, Jesús pronuncia la acción de gracias al Padre, parte y reparte los panes y peces, y una multitud de hombres, mujeres y niños sacia su hambre y con lo que sobra se llenan doce canastos, signo de la totalidad del Pueblo de Dios y de la universalidad del cuidado amoroso de Dios para con todas sus criaturas.

Así es nuestro Dios, todo comienza con algo que a todas luces es del todo insuficiente, el aporte de un muchacho de cinco panes y dos peces para alimentar a una considerable multitud. Es importante percatarnos que el signo de Jesús viene precedido de un aporte previo, pequeño pero concreto. Fue este aporte lo que desencadenó un milagro por parte de Jesús. No cabe duda que Dios puede hacer lo que quiera cuando quiera, pero en la pedagogía de Dios el aporte de cada uno es esencial. En este caso es el de cinco panes y dos peces, en otros es la fe de quien recibe un milagro, en otros es la oración, la súplica o la fe de los otros. El Dios de Jesús es un educado caballero.

Unas preguntas finales: ¿cuál es la actitud de mi parroquia, de mi comunidad, de la Iglesia ante las enormes multitudes de hombres, mujeres y niños hambrientos de pan y de dignidad en el mundo y en el espacio concreto donde me muevo? ¿cuál es mi aporte personal? ¿cómo ayudo a construir un mundo donde se haga verdad y realidad el Reino de Dios? El Evangelio termina con una reacción entusiasta de la gente: quieren hacer rey a Jesús, suponemos que para que les alimente cada día y así no tener la incertidumbre del mañana. Pero una vez más Jesús vence, o confunde, a la lógica de este mundo: se aparta en soledad, huye de ese tipo de Reinado.  Él está en el mundo sin ser del mundo.