Dom
27
Jun
2021

Homilía XIII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2020 - 2021 - (Ciclo B)

Talitha qumi

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

La elección de la frase me ha costado más que el posterior comentario de las lecturas, salmo y evangelio. Me he centrado únicamente en la forma abreviada que omite el pasaje de la mujer curada por su fe. Evocadoras frases como “¿Para qué molestar más al maestro?” o “No temas; basta que tengas fe” o “La niña no está muerta, está dormida” o “les dijo que dieran de comer a la niña”, llaman a atención e invitan a preguntarse por su sentido más profundo. Una característica singular me ha hecho decidirme: la frase que, providencialmente, la podemos oír en la lengua materna del Señor.

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado

Con qué pocas y bellas palabras, acompañadas de dulce melodía, el salmista nos presenta su experiencia de muerte y vida, de llanto y de júbilo. Sabe, además, que puede volver a caer y exclama: ¡Señor, socórreme!, aunque predomina la acción de gracias y el compromiso de ensalzar la victoria del Señor.

Comienzo el comentario por el salmo porque es la mejor respuesta que podemos dar a la constante llamada de Dios para que vivamos su misma vida. Una vocación que el salmista no experimentó y, en cambio, nosotros si, pues Cristo ha sacado nuestra vida del abismo del pecado y de la muerte y nos a destinado a la gloria. Él, “siendo rico, por nosotros, se hizo pobre, para que vosotros con su pobreza os hagáis ricos”.

Dios creó al hombre incorruptible, le hizo imagen de su misma naturaleza

Dios quiere la vida. Nos quiere junto a si para siempre; para que nuestro gozo sea pleno. Creados a su imagen y semejanza, estamos llamados a la vida eterna.

“Dios no hizo la muerte”. Nuestras deliberadas malas obras son las que llevan a ella. El pecado lleva en si la simiente de la muerte.

¿Qué estrépito y qué lloros son estos?

En el evangelio se nos muestra, con inequívocas acciones, el poder de Cristo que manifiesta la misericordia divina, la compasión y la ternura de Dios.

Presenta unas de las más dolorosas experiencias humanas para hablarnos del alma herida o muerta por el pecado: la enfermedad y la muerte.

No hemos de quedarnos en consideraciones que nos lleven a indagar en la vida de la mujer enferma o de Jairo y su familia. Los milagros del Señor tienen siempre un valor de signo. La sangre que pierde la mujer enferma nos sugiere, según la concepción bíblica, la vida que van perdiendo los que se obstinan en ir por el mal camino. La decisión de tocar el manto, la determinación y la humildad. La reacción del Señor nos hace comprender el valor de la fe como condición.

¡Ojo con confundir el poder de la confianza en Cristo con la forma concreta de manifestarla! La gracia viene de Cristo y no del manto. ¡Cuantos ritos, devociones y obsoletas costumbres hemos de ir cambiando!

La muerte de la niña puede ser imagen de la percepción fatalista de la muerte como el final sin remedio. “¿Para qué molestar más al maestro?” como diciendo que ni Dios tiene poder sobre la muerte. Jesús es rápido y contundente ante la desesperación de los que lloran y se lamentan: “La niña no está muerta, está dormida”, como diciendo que la muerte no es el final. Vendrá cuando vendrá pero no tiene el poder de matar. El único que tiene poder de matarse es uno mismo. A eso lo llamamos condenación. La niña murió, quizá, habiendo conocido a sus nietos. Y, aplicado a nosotros, podemos decir que, aunque parezca que estemos al borde de la fosa por nuestra mala vida, por nuestros pecados, todavía es tiempo de salvación. “No temas; basta que tengas fe”.

Otra consideración es el papel de la multitud que apretuja al Señor o de los asistentes al velatorio. Quizá convenga que nos pongamos nosotros en su lugar para comprender cuándo somos estorbo para la acción divina y cuándo podemos ser testigos de la misericordia y del amor de Dios.

Hermanos: ya que sobresalís en todo…distinguíos también ahora en vuestra generosidad

San Pablo nos ofrece como un comprobante o prueba de nuestro servicio o de nuestro estorbo al anuncio del Evangelio: si somos capaces de compartir los bienes que de nuestro Padre Dios hemos recibido. ¡Muy dispuestos a manifestar nuestra fe, pero recelosos a la hora de compartir!

Hoy tenemos una nueva oportunidad que la Iglesia nos brinda con la colecta destinada a sustentar la labor apostólica y caritativa del Papa.

Sabemos muy bien que nuestra fe en Cristo nos exige combatir las causas del pecado. Nos compromete con el trabajo y la lucha por un mundo mejor.

Si quieres puedes hacerte estas dos preguntas: ¿Confío en el poder de Cristo para curar mis heridas? ¿Estoy dispuesto a colaborar, compartiendo mis bienes espirituales y materiales, para que el Evangelio llegue a todos?

Si tu respuesta es afirmativa, ¡ánimo!, con todo el cariño y ternura hoy te dice Jesús: “¡Talitha qumi!”