Mar
1
Nov
2022

Homilía Todos los Santos

Año litúrgico 2021 - 2022 - (Ciclo C)

Alegraos y regocijaos, vuestra recompensa será grande en el cielo

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero (Ap 7,14)

La imagen del Apocalipsis nos presenta de forma sintética los tres puntos principales de la liturgia de hoy. Al inicio, el sellado de los «siervos de Dios» nos sitúa ante aquellos que han elegido llevar una vida concorde al Evangelio, en armonía con las prescripciones evangélicas. Ellos se han mantenido fieles en medio de una gran tribulación, que acontece en cada época porque la fidelidad al Evangelio nos situará siempre de forma crítica con respecto a la sociedad. Incluso con respecto a algunos miembros de la Iglesia cuando lo fácil sea acomodarse al mundo. Se nos presenta también una visión de la liturgia celeste, donde la creación alaba al Creador porque la victoria es suya y del Cordero. Aunque externamente parezca que la victoria es del mal, que existe un destino nefasto en la historia, el cristiano debe vivir con la confianza puesta en la victoria del Cordero. La liturgia terrena nos ayuda a pregustar aquello que ya se celebra en el cielo, las bodas del Cordero. Por último, lavar y blanquear los vestidos en el Cordero nos sitúa ante la fidelidad. Cuando escogemos o empezamos cualquier cosa, lo verdaderamente difícil no es comenzar sino muchas veces perseverar, permanecer fieles. Para lavar bien y blanquear bien algunos vestidos es necesaria mucha perseverancia. Para hacerlo en la sangre del Cordero es necesaria la fidelidad.

Este es el grupo que busca al Señor, que busca tu rostro, Dios de Jacob (Sal 23,6)

Buscar al Señor nos puede llevar a tomar una decisión bastante difícil. Implica buscar su justicia, buscar su rostro en nuestros hermanos más desfavorecidos, buscar con «corazón puro» su voluntad. Esto hará que sin buscarlo directamente nos situemos en contra de algunos valores de la sociedad. El salmista es consciente de que no podemos poner nuestra confianza en los ídolos. Nuestro mundo, en sus diferentes niveles, nos ofrece ídolos que pueden alejarnos del rostro de Dios. La difícil decisión de seguir buscando el rostro de Dios y todo lo que conlleva, nos puede conducir a ser apartados del «mundo», de la sociedad. Porque lo que está en juego al buscar a Dios con «corazón puro» es nuestra comunión con Él.

El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él (1Jn 1,3b)

San Juan ahonda también en el tema de la comunión: «seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es». Una comunión que se da ya, pero que es a la vez una llamada a realizar. Existe también una relación entre el «conocer» y la comunión. Porque no se trata sólo de un conocimiento intelectual o superficial. Sino que es más profundo y nos sitúa ante la comunión con Dios. Aquellos que no buscan la comunión con Dios no podrán «conocer» o incluso comprender muchas de nuestras decisiones o actitudes. Además, se suma que nosotros tenemos que ir purificándonos para llegar a una comunión más plena. Un proceso que hace Dios mismo cuando somos fieles.

Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,3a)

La primera bienaventuranza lo es no sólo en orden numérico, sino también esencial. Porque ella misma recoge todas las demás bienaventuranzas. ¿Quiénes son los mansos, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz? Aquellos que verdaderamente son «pobres en el espíritu». La pobreza del espíritu va más allá de la simple pobreza material. Aún más, nos libra de una posible visión maniquea que sitúa la virtud en una situación externa que no ha sido elegida voluntariamente por nosotros. El pobre de espíritu es aquel que vive conforme a Dios y ha cargado con su cruz. Aquel que configura su vida desde la cruz, en donde Cristo está crucificado con todos los que lloran, con aquellos que tienen hambre y sed de justicia. Ser pobres en el espíritu no es una elección fácil, porque implica aceptar que nos puedan insultar, calumniar e incluso perseguir. Si de verdad creemos que la victoria es del Cordero, la tristeza de la persecución no es nada comparado con la alegría de la salvación.