Dom
1
Oct
2017

Homilía XXVI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

Vosotros no recapacitasteis ni le creísteis

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Las conductas y respuestas humanas no han cambiado mucho a lo largo de la historia… de tal manera que en la carta que escribe Pablo a los cristianos de Filipo les manifiesta que están divididos en su comunidad y les pide que vivan unánimes “concordes en un mismo amor y en un mismo sentir”. ¿No nos ocurre a nosotros igual a pesar de los años pasados?

Le siguen otras consideraciones como consecuencia de la desunión en que viven y termina con el bello himno a Cristo, que debe ser su modelo de vida, que “no hizo alarde de su categoría de Dios… sino que pasó por uno de tantos”.

¿Sería esa actitud de los hermanos de la parábola la que tenían esas comunidades cristianas de filipenses, donde cada uno hacía y deshacía, guiados más por sus gustos que por su compromiso y coherencia cristiana?

Esta parábola se enmarca dentro de los acontecimientos que tuvieron lugar después de la entrada de Jesús en Jerusalén, de la expulsión de los vendedores del Templo y de la discusión sobre la autoridad de Jesús… por ello no dudan las autoridades de Israel en someterlo a las más diversas pruebas para cogerlo en alguna situación contradictoria.

“¿Con qué autoridad haces esas cosas? ¿Quién te dio esa potestad?” (Mt 21,23) le habían dicho a Jesús. Y Él salía airoso de sus preguntas haciéndoles a su vez otras preguntas, dejándoles en evidencia y proponiendo el ejemplo de unas parábolas sobre el sentido de su misión y predicación… entre ellas, ésta de los dos hijos y otras que escucharemos los próximos domingos.

Cuando Jesús les propuso esta parábola, tenía en mente la acritud del pueblo judío y la de todos aquellos que se tenían por buenos… pero sin olvidar a los que eran considerados oficialmente malos y pecadores.

Los judíos, bien sabemos, fueron los primeros en ser llamados por Dios, pero por su conducta infiel, por su resistencia a admitir al Mesías fueron rechazados a pesar de las promesas hechas por sus líderes. Y los gentiles se negaron desde el principio a admitir la invitación del Padre, que los llamaba cariñosamente… Reconocieron luego su culpa con arrepentimiento, mereciendo ser dignos de alcanzar la salvación.

Los sumos sacerdotes y ancianos respondieron claramente a la pregunta del Maestro en la parábola: “¿quién de los dos hijos, hizo lo que quería el padre?”: pues aquel que fue a trabajar a la viña a pesar de la negativa inicial.

Y para condenar la conducta de los judíos, Jesús no tuvo más que sacar las consecuencias que de esa contestación se seguía… pero con unas palabras que ellos no se esperaban: “los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios…”

En definitiva el Maestro nos está advirtiendo que lo verdaderamente importante son las obras y no las buenas palabras. Ya lo había dicho en otras ocasiones: “No todo el que dice ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21).

Y qué decir de este hermoso texto que nos advierte sobre el juicio final, en el que se nos dice que no se nos juzgará por nuestras buenas palabras sino por nuestras obras: “venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber…” y a otros los rechazará por no haber cumplido las obras de misericordia (Mt 25,31ss).

Es un consuelo saber que nuestra salvación depende de nosotros mismos. Es a nosotros a quien Cristo nos invita a que vayamos a trabajar a su viña, a que nos esforcemos por conquistar el Reino. Hay palabras y expresiones que pueden llenarnos la boca, pero ¿se reflejan en nuestro modo de vivir? Porque se trata de armonizar la vida con la fe.

Nuestra respuesta puede ser muy diversa, como las de los dos hijos de la parábola, pero debemos esforzarnos por responder con una conducta de hechos y no solo de buenas palabras. Es Jesús quien nos dice que “habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,9).