Vie
3
Jul
2009
¡Señor mío y Dios mío!

Primera lectura

Lectura de la carta de san Pablo los Efesios 2, 19-22

Hermanos:
Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios.
Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros entráis con ellos en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.

Salmo de hoy

Salmo 116, 1. 2 R/. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.

Alabad al Señor todas las naciones,
aclamadlo todos los pueblos. R/.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 24-29

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Reflexión del Evangelio de hoy

  • La piedra angular

San Pablo nos insiste en este pasaje, y en varios más, en algo que nuestra experiencia cristiana confirma rotundamente. Que todo “nuestro edificio” cristiano, todo nuestro seguir a Cristo, no lo construimos nosotros solos. Más bien, nosotros solos no podríamos levantar ni un metro de edificación. La piedra angular, aquella sobre la que se apoya todo nuestro edificio, toda nuestra vida, es Cristo. “Sin mí no podéis hacer nada”. Si alguna vez hemos creído poder dar algún paso sin Cristo, hemos perecido en el intento. Experimentamos, de arriba abajo, las palabras de de Jesús y de San Pablo. No hace falta que nadie nos las explique.

  • “Señor mío y Dios mío.

En un primer momento, Santo Tomás, el apóstol, nos cae un poco mal. ¿Cómo pudo ser tan exigente, tan desconfiado y no creer que Jesús había resucitado, ante la evidencia de su compañeros, y pedir pruebas y pruebas? En un segundo momento, cuando nos hemos adentrado en nuestro seguimiento a Jesús, la figura de este apóstol ha ganado muchos enteros para nosotros. Nos sentimos reflejados en él, nos parece más cercano a nosotros que los “impecables”, que en realidad no existen, porque dioses no hay más que uno. También nosotros nos vemos acosados por debilidades, faltas de luz, zozobras en nuestra fe, incoherencias… como Santo Tomás. Con limpieza de corazón, hemos de acudir a Cristo Jesús, para pedirle que aumente y refuerce nuestra fe, nuestra confianza en Él, en sus palabras, en sus promesas. Él nos mostrará sus heridas, las heridas de su amor hacia nosotros, para que podamos confesar con Santo Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”.