Vie
20
Ene
2012
Jesús fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él.

Primera lectura

Lectura del primer libro de Samuel 24, 3-21

En aquellos días, Saúl tomó tres mil hombres escogidos de todo Israel y marchó en busca de David y su gente frente a Sure Hayelín.

Llegó a un corral de ovejas, junto al camino, donde había una cueva. Saúl entró a hacer sus necesidades, mientras David y sus hombres se encontraban al fondo de la cueva.

Los hombres de David le dijeron:
«Este es el día del que te dijo el Señor: “Yo entregaré a tus enemigos en tu mano”. Haz con él lo que te parezca mejor».

David se levantó y cortó, sin ser visto, la orla del manto de Saúl. Después de ello, sintió pesar por haber cortado la orla del manto de Saúl. Y dijo a sus hombres:
«El Señor me libre de obrar así contra mi amo, el ungido del Señor, alargando mi mano contra él; pues es el ungido del Señor».

David disuadió a sus hombres con esas palabras y no les dejó alzarse contra Saúl. Este salió de la cueva y siguió su camino.

A continuación, David se levantó, salió de la cueva y gritó detrás de Saúl:
«¡Oh, rey, mi señor!»

Saúl miró hacia atrás. David se inclinó rostro a tierra y se postró.
Y dijo a Saúl:
«¿Por qué haces caso a las palabras que dice la gente: “David busca tu desgracia”? Tus ojos han visto hoy mismo en la cueva que el Señor te ha entregado en mi mano. Han hablado de matarte, pero te he perdonado, diciéndome: “No alargaré mi mano contra mi amo, pues es el ungido del Señor”. Padre mío, mira por un momento, la orla de tu manto en mi mano. Si la he cortado y no te he matado, comprenderás bien que no hay en mí ni maldad ni culpa y que no te he ofendido. Tú, en cambio, estás buscando mi vida para arrebatármela. Que el Señor juzgue entre los dos y me haga justicia. Pero mi mano no estará contra ti. Como dice el antiguo proverbio: “De los malos sale la maldad”. Pero en mí no hay maldad. ¿A quién ha salido a buscar el rey de Israel? ¿A quién persigues? A un perro muerto, a una simple pulga. El Señor sea juez y juzgue entre nosotros. Juzgará, defenderá mi causa y me hará justicia, librándome de tu mano».

Cuando David acabó de dirigir estas palabras a Saúl, este dijo:
«¿Es esta tu voz, David, hijo mío?».

Saúl levantó la voz llorando. Y siguió diciendo:
«Eres mejor que yo, pues tú me tratas bien, mientras que yo te trato mal. Hoy has puesto de manifiesto tu bondad para conmigo, pues el Señor me había puesto en tus manos y tú no me has matado. ¿Si uno encuentra a su enemigo, le deja seguir por las buenas el camino? Que el Señor te recompense el favor que hoy me has hecho. Ahora sé que has de reinar y que en tu mano se consolidará la realeza de Israel».

Salmo de hoy

Salmo 56, 2. 3-4. 6 y 11 R/. Misericordia, Dios mío, misericordia

Misericordia, Dios mío, misericordia,
que mi alma se refugia en ti;
me refugio a la sombra de tus alas
mientras pasa la calamidad. R/.

Invoco al Dios altísimo,
al Dios que hace tanto por mi.
Desde el cielo me enviará la salvación,
confundirá a los que ansían matarme,
enviará Dios su gracia y su lealtad. R/.

Elévate sobre el cielo, Dios mio,
y llene la tierra tu gloria.
Por tu bondad, que es más grande que los cielos;
por tu fidelidad, que alcanza a las nubes. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 3, 13-19

En aquel tiempo, Jesús, mientras subía al monte, llamó a los que quiso, y se fueron con él.

E instituyó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios.

Simón, a quien puso el nombre de Pedro, Santiago el de Zebedeo, y Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso el nombre de Boanerges, es decir, los hijos del trueno, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el de Caná y Judas Iscariote, el que lo entregó.

Reflexión del Evangelio de hoy

Todo el mundo ha experimentado la satisfacción de ser reconocido, llamado por su nombre. Toda persona se siente privilegiada cuando de manera personal y única es invitada a un acontecimiento.

Si nos acercamos al evangelio de hoy, parece que no hay muchas claves que comentar. Jesús se acerca y llama a un conjunto de personas para que le sigan. Vamos a acercarnos a esta llamada profundizando en dos claves fundamentales:

- La primera recae en el término llamada, en latín voco. Ser llamado implica escuchar, sentir que hay que movilizarse y sentir la responsabilidad que implica la respuesta. Sentirse llamado por Jesús supone ser capaz de escuchar (¿a quién?), sentir que mi vida se remueve (¿por qué?) y dar una respuesta (¿para qué?). Es decir, sentir que nuestro mundo clama y grita; sentir que no puedo pasar de largo ante este sufrimiento y saber que mi vida tiene que ser respuesta, tiene que construir Reino de Dios.
Cuando Jesús llama a sus discípulos no hace una llamada conjunta, de manera que queda diluida en la masa. La llamada de Jesús es personal, nominal, individual, se escucha en la soledad del corazón, habla a la vida única y personal.

- Sin embargo, esta llamada ofrece una segunda clave. Los cristianos decimos que somos convocados por Jesús. Jesús convoca a los discípulos. Recuperando el verbo latino voco, podemos formar el verbo castellano convocar; es un sencillo proceso en el que añadimos la partícula “con” (prefijar) al verbo. Este prefijo matiza el significado del verbo, al mismo tiempo que forma un nuevo verbo. Convocar es ser llamado, con todas las características que hemos visto en la llamada; pero ser llamado con, en compañía. Es una llamada individual que en su misma esencia también es conjunta, es un acto comunitario. Ser convocado es ser llamado, pero reconociendo que es una llamada comunitaria. Es decir, es una llamada compartida, cuestionada, acompañada y reforzada por una comunidad, no es un trabajo de francotirador, por bueno que sea este trabajo.

Un último detalle. Cuando Jesús llama a sus discípulos no hace distinción, ni siquiera el evangelista que lo narra lo matiza, salvo el caso de Judas, de quien sí matiza que es el que lo entregó. No sitúa a ninguno por encima de otro. Los reconoce con su nombre pero en comunión, es una comunidad de iguales, de corresponsables. Quizá sea esta corresponsabilidad en la misión la que como Familia Dominicana y como Iglesia estemos llamados a crear. Una misión en la que no somos más, ni mejores, ni hombres ni mujeres, ni siervos ni señores, simplemente somos Iglesia convocada, comunidad evangélica, cada cual aportando su respuesta e identidad individual, pero construyendo y viviendo en comunidad.