Sáb
2
Abr
2011

Evangelio del día

Tercera semana de Cuaresma

Bajará sobre nosotros como lluvia tardía que empapa la tierra

Primera lectura

Lectura de la profecía de Oseas 6, 1-6

Vamos, volvamos al Señor.

Porque él ha desgarrado,
y él nos curará;
él nos ha golpeado,
y él nos vendará.

En dos días nos volverá a la vida
y al tercero nos hará resurgir;
viviremos en su presencia
y comprenderemos.

Procuremos conocer al Señor.
Su manifestación es segura como la aurora.

Vendrá como la lluvia,
como la lluvia de primavera
que empapa la tierra».

¿Qué haré de ti, Efraín,
qué haré de ti, Judá?

Vuestro amor es como nube mañanera,
como el rocío que al alba desaparece.

Sobre una roca tallé mis mandamientos;
los castigué por medio de los profetas
con las palabras de mi boca.

Mi juicio se manifestará como la luz.

Quiero misericordia y no sacrificio,
conocimiento de Dios, más que holocaustos.

Salmo de hoy

Salmo 50, 3-4. 18-19. 20-21ab R/. Quiero misericordia, y no sacrificio

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias. R/.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:

«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:

“Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.

El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.

Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Reflexión del Evangelio de hoy

Es impresionante ver cómo los seres humanos continuamos teniendo las mismas debilidades a lo largo de los siglos y como las lecturas que nos ofrece hoy la liturgia, siguen siendo de actualidad. Ambas lecturas nos hablan de la relación con uno mismo, con el prójimo, y con Dios.

El profeta Oseas nos invita desde la primera lectura a volvernos hacia Dios. Nos advierte que no es un camino fácil, que no es instantáneo. Nos dice que es como la “lluvia tardía que empapa la tierra”. El volverse hacia Dios es un proceso continuado, permanente, constante, de fidelidad, de cada día. De ir evolucionando y creciendo cada vez más en su conocimiento. Volvernos hacia Dios nos lleva hasta nuestra propia plenitud, hacia la verdad más profunda que hay dentro de nosotros mismos. Esa plenitud reside en la sinceridad y en la fidelidad de nuestra relación con Dios, Padre-Madre. Nuestra fe no puede ser una fe sólo aprendida. Tiene que ser una fe vivida, una fe que no sea superficial, que no sea con los labios, sino una fe que sea vivida desde el corazón, desde el reconocimiento de nuestra propia vulnerabilidad y desde el conocimiento de quién es la divinidad. Pero este proceso, como cualquier relación que establezcamos, lleva su tiempo. Pues con él-ella nos pasa lo mismo, que tenemos que ir profundizando, y en la medida en que seamos capaces de ir conociendo a Dios, nos conoceremos también a nosotros/as mismos/as con sinceridad y evitaremos caer en errores como el del Fariseo del Evangelio, que se cree mejor que otros porque cumple con las leyes y los ritos externos establecidos, pero que en su interior está muy lejos de Dios y por extensión de los hermanos y hermanas. En contraposición de esta forma de relacionarse con Dios, nos encontramos con el publicano, personaje que desde su vulnerabilidad, presenta un conocimiento más íntimo, más sincero y cercano de Dios y reconoce su propia pequeñez ante él-ella, lo cual nos da a entender que está estableciendo una relación sincera con Dios.

Y es que, al igual que entonces hoy no nos educan para mostrar nuestras debilidades, no. Nos educan para mostrar al mundo que nos rodea lo mejor de nosotros/as mismos/as, porque sólo si enseñamos lo mejor de cada uno obtendremos el prestigio social, intelectual, estético o laboral que nos hará obtener, como pretende el fariseo, el reconocimiento de los demás, y a través de éste, la Felicidad. Por el contrario, en el momento en el que nos mostramos débiles sometiéndonos a una exposición pública, nos hacemos vulnerables frente a los demás, y por tanto, seremos blanco susceptible de recibir dolor, y por tanto Infelicidad. Y resulta que Jesús de Nazaret hoy nos dice que para salvarnos, para ser felices, debemos de escoger el camino del Publicano, el de la humillación, y nos dice que nos hagamos vulnerables y que nos expongamos al rechazo y al dolor. Desde luego, todo lo contrario para lo que se nos ha educado…

Jesús de Nazaret propone el camino de la fragilidad, porque sabe que desde esa intimidad que se crea al mostrar la vulnerabilidad propia, desde ese sentimiento de sentirnos desnudos, ante Dios o ante el prójimo, podemos crear esa atmósfera de sentirnos amados, y construir el camino de vuelta a nuestro Padre-Madre y hacia la grandeza de su amor.

No es fácil desnudarse y exponerse al rechazo. Sin embargo, si deseamos una relación de intimidad, con la divinidad, con uno mismo o con el prójimo, hay que pasar por ahí. Sólo entonces estaremos creciendo y construyendo sobre roca.