Mar
16
Feb
2016

Evangelio del día

Primera Semana de Cuaresma

Así será mi Palabra…llevará a cabo mi encargo

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 55, 10-11

Esto dice el Señor:

«Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo,
y no vuelven allá sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador
y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
sino que cumplirá mi deseo
y llevará a cabo mi encargo».

Salmo de hoy

Salmo 33, 4-5. 6-7. 16-17. 18-19 R/. Dios libra a los justos de sus angustias

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.

Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R/.

Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Mateo 6, 7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así:

“Padre nuestro que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal”.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Escucha, acoge, vive la Palabra

Estamos ante los últimos versículos del libro de la Consolación (40-55) del Deutero Isaías, profeta que predica en el siglo VI. El pueblo está en el destierro viviendo una experiencia de desaliento y abatimiento.

En medio de la desesperanza surge un profeta que anuncia una buena noticia: la vuelta del destierro y el reinado de Yahvé. Isaías en nombre de Dios tiene que convertir la desesperanza en esperanza. Para esta tarea solo dispone de la Palabra de Dios. La Palabra por si misma tiene una fuerza creativa y un dinamismo propio, que le lleva a realizar lo que pronuncia. Así cumple el encargo de Yahve.

Para ello hay que escucharla y acogerla. El centro de la espiritualidad bíblica la constituye la “escucha”: Shemá (Dt 6,5-6; 1 Sm 3,9), de hecho, para un israelita el mayor reproche es no querer escuchar (Jr 7,13). Escuchar, en sentido bíblico, no queda reducido a oír, ni siquiera a dejar que conscientemente los sonidos lleguen a la persona. Escuchar es permitir que la Palabra entre y dialogue en la interioridad del ser humano con lo que es y vive, que interactúe con sus circunstancias históricas, personales, sociales; y desde ahí interpele sus esquemas, sus valores, sus afectos, sus proyectos. Entonces cumplirá el encargo de Dios que trae para nosotros y se hará vida, se encarnará en nosotros. ¿Nos abrimos cada día a la palabra de Dios dejando que esta dialogue con lo que somos y tenemos e interpele nuestra vida? Esto sería un buen indicador de nuestra conversión en esta Cuaresma.

  • ¡Venga tu Reino!

El evangelio nos propone la oración del PN en su versión mateana, dentro del del sermón del monte donde encontramos elementos significativos para los seguidores de Jesús. Él no pretende proponer una fórmula de oración sino un estilo, unas claves para orar. Analizar la oración nos permitirá descubrirlas. En la oración del Padre Nuestro encontramos una invocación, y dos partes: una centrada en Dios (tú) con tres deseos, y otra centrada en el ser humano (nos) con cuatro peticiones.

En la invocación nos dirigimos a Dios como Padre/Madre y como nuestro, es decir formando parte de una comunidad; Un Dios que escapa a nuestro control, a nuestros esquemas que está en el cielo. Seguidamente hay un deseo introductorio: santificado sea tu Nombre y un gran deseo: venga tu Reino y su explicitación: hágase tu voluntad. Que venga su Reino y se haga su voluntad en nosotros y en este mundo, es apuesta segura por la felicidad. Lo han mostrado las bienaventuranzas al inicio del Sermón del monte (5,1- 12). El Reino de Dios es el gran proyecto de fraternidad para el ser humano El deseo de Dios es que el hombre, la mujer, tengan vida y vida en abundancia.

A continuación las tres peticiones responden a nuestras necesidades existenciales. Pedimos el pan de cada día y con él la luz, la fuerza, los recursos necesarios para afrontar el momento presente. Pedimos el perdón que nos permite renovarnos, iniciar el camino sin el polvo del camino que se nos va pegando: perdona nuestras ofensas; esta petición la hacemos condicionada por nuestro perdón a los demás: como perdonamos a los que nos ofenden. Pedimos también permanecer en el seguimiento de Jesús y que las tentaciones que nos encontremos no nos hagan pararnos o alejarnos del camino: no nos dejes caer en la tentación. Por último, pedimos que nos libre del mal para poder llevar esto a cabo. El Padre nuestro recoge los elementos esenciales para dirigirnos a Dios, “porque no oramos porque seamos buenos, oramos porque somos pobres”. ¿Recito el Padre Nuestro de forma rutinaria o soy consciente de lo que estoy pronunciando?