¡Auguri!

24 de noviembre de 2016

Exposición de arte por el Jubileo de la Orden en Roma, con presencia de la obra del artista y fraile español Félix Hernández

Auguri significa felicidades en italiano, y se utiliza para felicitar en ocasiones especiales como navidades, cumpleaños... o el Jubileo por los 800 años de la Familia Dominicana que casi estamos concluyendo.


Con ese deseo y esa ocasión, en la Basílica romana de Santa Sabina, iglesia y convento donde está el gobierno de toda la Orden, que fue ya encargada su custodia y atención a los dominicos en vida de santo Domingo, se ha inaugurado una exposición de arte contemporáneo el pasado martes 22 de noviembre.


Distintas obras por todo el convento de santa Sabina del reconocido artista belga Kris Martin actúan de centro de esa búsqueda de diálogo entre fe y cultura, completadas con una serie de fotografías del fraile dominico polaco Adam Rokosz con la temática de la encarnación, y con una serie de 17 reproducciones de obras de artistas de todo el mundo de la Familia Dominicana, inspiradas en personajes dominicanos de los 800 años de historia que celebramos.


Entre esas 17 se encuentra la del fraile pintor español Félix Hernández, que basó su trabajo en Maria Alphonsine Ghattas, primera santa palestina de la modernidad, que gestó una congregación dedicada a la educación en el complejo y conflictivo mundo de la palestina del s. XX.


Esta iniciativa se inscribe en una de las más asentadas señas de identidad de la Orden de Predicadores, la del diálogo con el mundo del arte, un fuerte vínculo con la creación artística al que nos remite la magistral obra de Fra Angélico o de Juan Bautista Maíno, o la más reciente del fraile coreano afincado en París y también pintor, Kim En Joong.


Ese diálogo con la vanguardia y la modernidad se dio también en las obras que los dominicos le encargaron a Le Corbusier o el de las dominicas a Henri Matisse, ambas en Francia, y nos remiten a esa búsqueda de espacios de encuentro y diálogo con la cultura capaces de abrirnos a la presencia cotidiana y tantas veces no identificada, de la belleza, el bien o la verdad, que remiten al menos en posibilidad, a una presencia habitada de divinidad.