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Revista CR: El ayer. Decir adiós, una necesidad vital

12 de julio de 2023
Etiquetas: Estudio / Revista CR
Revista CR: El ayer. Decir adiós, una necesidad vital

Por mucho que nos empeñemos, nada permanece. Sí, queda ahí… ese ahí es el recuerdo, la memoria, el corazón. También tenemos con nosotros imágenes, documentos… y un sin fin de gestos, signos y símbolos que nos remiten a aquello que fue y que ya no es.

No es…, porque aquello traído ahora, ya no es lo mismo. La valoración, el significado, que hoy pueda tener o se le pueda dar no será como lo fue en su momento. El contexto ha cambiado, sin embargo, es cierto, recordar, hacer memoria, traer al presente aquello que fue, nos hace conscientes y pone en evidencia que hemos evolucionado, crecido, hemos cambiado.  Crecer, ir más allá, superarse, a esto estamos llamado; si no es así, retrocedemos, fracasamos.

  El ayer, empeñarse en que permanezca, mal. El ayer, pretender olvidarlo, mal. La nostalgia y la melancolía, tentaciones de permanecer como siempre, anhelar lo de siempre, consecuentemente sentimientos de tristeza, pesimismo, desánimo y pérdida del interés por la vida. La nostalgia, la melancolía, la tristeza, malas consejeras, no animan ni enseñan a vivir y avanzar, son un obstáculo. Sin embargo, el recuerdo y la memoria del pasado puede ser significativo, sobre todo, cuando hacemos risibles acontecimientos vividos que supusieron sentimientos negativos y llegamos a comprender y valorar en todos los sentidos lo que significan en nuestra vida. Hacer risible, es algo así como crear una distancia que nos permite ser más objetivos, quedar liberados de la negatividad y cerrazón, y poner cada cosa en su lugar. Están ahí, fueron, no renunciamos a nuestros hechos en la vida pero ya no molestan, hemos aprendido, hemos madurado. Una vez más, el humor es algo muy serio.

  Decir adiós, consecuencia del hecho de la no permanencia… Adiós a personas, a cosas, a convicciones e ideas aprendidas y aceptadas en un momento determinado y, como nada permanece, ya están fuera de lugar se ha evolucionado. Lo que está fuera de lugar provoca extorsión, confunde, desequilibra, es motivo de conflicto y enfrentamiento, es interrupción y obstáculo, ¿cómo solucionar esta situación? Decir adiós… Lo que hoy puede ser luz, mañana no lo es pero, atención, eso no quiere decir que nos hayamos quedado a oscuras, quiere decir que ha aparecido otra luz…

  Todos cargamos con nuestro “pasado”... Es cuestión de salud y equilibrio, de inteligencia y realismo, poner en su lugar a ese “pasado” y no dejar que dificulte el conocimiento del presente. El “pasado” no es la única verdad y no puede dar la espalda a un presente que está aquí, de paso, y nos puede enriquecer. La vida no se detiene… “No preguntes: ¿Por qué los tiempos pasados eran mejores que los de ahora? Eso no lo pregunta un sabio” (Eclesiastés 7,10).

  Decir adiós, nada es permanente, el adiós forma parte de la grandeza del ser humano. Crecer es aprender a decir adiós y, más todavía, construir relaciones verdaderas y enriquecedoras. Un buen deseo: Que el pasado sea motivo de agradecimiento…          

Número 549 (mayo-junio 2023)
 

   “Deja que los muertos entierren a sus muertos” (Mt 8,22) Sin duda, puede sorprender esta respuesta de Jesús a uno de sus discípulos. Vamos a dejar el pasado y pongámonos en camino. Una forma de no ponerse en camino es aferrándose al pasado. El contexto de esta respuesta de Jesús es una llamada. Llamados al seguimiento, hacer de nuestra vida un camino de identificación con el Hijo de Dios. El seguimiento de Jesús conduce al desarrollo pleno de la persona. Jesús es la llamada.

  “Jesús paseaba por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a dos hermanos: a Simón, también llamado Pedro, y a Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red al agua. Jesús les dijo: –Seguidme, y yo os haré pescadores de hombres. Al momento dejaron sus redes y se fueron con él. Un poco más adelante vio Jesús a otros dos hermanos: Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en una barca reparando las redes. Jesús los llamó, y al punto, dejando ellos la barca y a su padre, le siguieron.” (Mt 4,18-22)

  Toda llamada espera una respuesta, el silencio también es respuesta, la no acción es respuesta, la indiferencia es respuesta… y no obviemos las consecuencias de las respuestas. Toda respuesta precisa de libertad. “Libertad” no vivir atado a nada ni a nadie en nuestra vida, no vivir prisionero de lo conocido, experimentado, de lo que fue.  Precisamos “nacer de nuevo” muchas veces en el transcurso de la vida. “Nacer de nuevo” respondió Jesús a Nicodemo, magistrado judío, que volvió a preguntar, entonces, “¿Cómo puede ser eso?” (Jn 3,7-8)

  Sí, negarlo sería un autoengaño,  somos finitos, no somos perfectos, vamos siendo en el camino de la vida, vamos tomando conciencia de nuestra evolución, de nuestro crecimiento, vamos aprendiendo y descubriendo de lo que somos capaces, no hemos llegado a la meta: “No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús.” (Fil 3, 12-14)

  No vamos a conformarnos con nuestra finitud, como dice Pablo a los filipenses “olvido lo que deje atrás y me lanzo a lo que está por delante…”, traspasar nuestra finitud en una apertura que nos proyecta más allá de uno mismo. El ser humano, “es un ser que puede tomar distancia del mundo en el que vive y de sí mismo; contemplar al mundo y a sí mismo; reflexiona y actúa sobre el mundo y sobre sí mismo. Esta apertura hacia aquello que lo desborda, lo proyecta hacia la transcendencia y hacia la alteridad. No vive simplemente, sino que sabe que vive, discierne sobre su vida y decide cómo debe y cómo quiere vivir. Se trasciende a sí mismo para pensar su propia vida. Es alguien que parece que se convierte a sí mismo en objeto de pensamiento, aun cuando esa trascendencia respecto a sí mismo nunca pueda ser total. Es, en definitiva, un ser que piensa.” (Emilio J. Justo)

  Quedarse encerrado, protegerse, instalarse, en lo que fue, poner o tener nuestra meta en el ayer… ¿a dónde nos conduce? En el párrafo de arriba hemos afirmado con palabras del teólogo Emilio J. Justo que el ser humano es un ser que piensa.  Y sigue el autor: “El pensamiento dirige la atención hacia algo distinto, nuevo; genera ideas y obras, comportamientos y relaciones.  El hombre es un ser creado y también es alguien que crea.  La libertad personal es fuente de originalidad, pues tiene la capacidad para aportar algo nuevo y propio en la realidad.”

  Más no neguemos la tentación de acomodarse a un estado, una situación, una ideología, una opción de vida que proporcione seguridad, que nos permita sentir y pensar que se está en la verdad, “¡tengo razón!”… para que esto sea así, se precisa aislarse, dar la espalda a muchas realidades innegables que se niegan, que se condenan… Una tentación, como la que sintieron los discípulos testigos de la transfiguración de Jesús: “Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol, sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Se les aparecieron  Moisés y Elías conversando con él. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, ¡qué bien se está aquí! Si te parece, armaré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” (Mt17, 1-4; Lc 9, 28-36; Mc 9,2-10)). Es cierto que se trata de una separación, Jesús se los lleva a la montaña, el lugar por excelencia de la presencia de Dios, de la revelación… una separación, no para dar la espalda a nada, a la realidad, sino para saber más de la realidad. La distancia nos permite calibrar, valorar, reconocer mejor lo que hemos vivido y el regreso, la vuelta, no será como siempre, será una nueva manera de estar, de hacer, de pensar, de sentir. ¿Será un nuevo nacimiento?. El hecho es que los tres discípulos se encuentran tan a gusto que Pedro exclama: “Señor, ¡qué bien se está aquí! Si te parece, hagamos tres tiendas…”. Reacción muy humana.

  Pedro no sabía lo que decía, advierte el evangelista. El Señor les invita a subir a la montaña, encuentro con la divinidad, experiencia de unidad, de sentido, de bienestar,  pero hay que volver al camino, bajar de la montaña y esa experiencia, no es cuestión de contarla, sino de que viva en el corazón, crezca en el corazón; que la propia experiencia hable por sí misma en cada uno. Así las cosas, la vida, la relación con los otros, con Dios, con uno mismo, ya no será como antes.

  “Ya nada será como antes”, un nuevo comienzo. Anuncio de una pérdida, un adiós, anuncio de una transformación que se produce en distintos momentos de la vida, anuncio de algo nuevo. Pero, no es necesario olvidar el pasado. El pasado hay que aceptarlo y revisarlo para evitar repetir los errores que antes cometimos… Hacer memoria del pasado es una cosa, imponerlo como solución, como único y el mejor valor es negarse a vivir la realidad, la verdad, que afortunadamente nadie es dueño de ella… por tanto, provoquemos y aceptemos caminos nuevos, respuestas nuevas, soluciones posibles y nuevas, para resolver la nuevas necesidades. Para liberarse de cargas que nos impiden caminar. Descargar las mochilas para poder avanzar. Liberarse de lo heredado,  no ser esclavos,  sino receptores de esa  compañía de amor que nos acogió y nos ayudó a crecer, a decir adiós - que aunque despierte dolor- es una afirmación de nuestra individualidad, de nuestra capacidad, de nuestro compromiso, de nuestra respuesta a la llamada a ser cada uno.  Decir adiós,  sabemos que la satisfacción humanizadora no está en lo que tenemos, está en lo que somos. Una vez más la disyuntiva entre el ser y el tener. Agarrase al ayer ¿qué puede significar?, apoyarse, conformarse,  con el tener,  “eso lo tengo seguro”. Mirar hacia delante, el horizonte que es relacional, es la respuesta del ser, deseo, necesidad de crecer, realización, oportunidad de crear… Las relaciones de unos con otros, algo imprescindible y necesario para todo ser humano pues somos en las relaciones, si son desde el tener, son destructoras, aniquiladoras, su objetivo es hacerse y creerse el dueño; creerse con derecho a poseer aunque el otro se queda sin nada – este sigue siendo nuestro pecado-. Sin embargo, las relaciones de unos con otros, si son desde el ser, el objetivo se centra en conocer, en compartir la vida, acompañar, servir, acoger, crecer, hacer de nuestra vida una respuesta, una respuesta que no aplasta sino que regala horizonte.

  Decir adiós, es necesario y también lo es recordar y hacer memoria. Recordar tiene que ver con saber, “saber cómo”, “saber qué”; recordar (pasar por el corazón), rememorar, y lo contrario es olvidar. Lo de olvidar evoca mucha tristeza, la página de nuestra vida se ha borrado.

  Hacer memoria, traer a nuestra realidad aquello y a aquellos que amamos.  Esta presencia evocada por todos es unidad y capacidad de sentir la grandeza de los corazones, la compañía y el tesoro de lo que fue y que nos invita a seguir hacia delante, pues el hoy precisa de respuestas que no son las de ayer. Decir adiós no es abandonar, es abrir caminos para seguir creciendo en nuestra condición de humanos. 

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