Cuaresma: Espiritualidad y muerte mística

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Cuaresma: Espiritualidad y muerte mística


Textos escogidos de: "Vivencia de Cristo Paciente". No hay caminos sólidos de perfección humana y cristiana que no cuenten con cierta aproximación a la muerte mística en su reino de caridad, amor, sacrificio, abnegación, negación de sí mismo


En el milagro de la vida humana cada persona tiene sus auroras y su atardeceres, sus momentos luminosos y otros de tenue luz, entre nieblas.

Tanto las auroras como los atardeceres simbólicos, podemos apreciarlos si vemos en la jornada de un día cualquiera que

  • hay personas enfermas con rostro plácido y una sonrisa en los labios; y las hay de salud robusta pero con violenta amargura en su rostro;
  • hay hombres y mujeres que sólo en la acción hallan descanso o equilibrio; y los hay que precisan de frecuente soledad para que su estado de ánimo no sufra quebrantos;
  • reservar tiempo de rumia de sus ideas; y los hay tan meditativos y secundarios que en la rumia se desvelan;
  • hay contemplativos en la acción, que tienen a Dios a su lado a dondequiera que van; y los hay que van a Dios, en contemplación más desnuda, allí donde Él se encuentra, en el silencio;
  • hay seguidores de Cristo en el pregón de las parábolas y en la expulsión de los vendedores del templo; y los hay en el camino de la cruz con túnica de voluntarios cireneos...

Todo eso acontece uno y otro día. Pero si nos preguntamos cuál es la forma más habitual de cultivar caminos de santidad, entre auroras y atardeceres, responderemos que la mayoría de los mortales programamos nuestro camino hacia Dios tomando por bandera la caridad, la solidaridad, el testimonio de fidelidad en el respectivo estado, el servicio educativo o asistencial, la disponibilidad misionera ... Muy pocos son los que, libres para elegir vías de ascenso, optan por subir a la cumbre por vericuetos que llaman de muerte mística o  vaciamiento de todo amor que no sea el de Cristo crucificado.

Son pocos, pero los hay.

Y si recapacitamos en el mensaje de Cristo, nos percataremos de que, aún sin tomar por bandera la cruz de Cristo, no hay caminos sólidos de perfección humana y cristiana que no cuenten con cierta aproximación a la muerte mística en su reino de caridad, amor, sacrificio, abnegación, negación de sí mismo.

Para recordar esa gran verdad, nos ha parecido loable compartir en este Cuaresma los pensamientos amorosos, o los amores iluminados, del santo fundador de los religiosos Pasionistas, Pablo de la Cruz. Él, por el año 1760, dedicó a una joven novicia, Sor Ángela M. Cencelli, un tratadito sobre La muerte mística, como guía de la  “consagrada” que quiera llegar amando al Corazón del Señor, dejando cualquier otro amor por el camino.

Al leer y meditar algunos de sus textos, cada cual tiene que introducirse en el alma y corazón de Sor Ángela para estar hablando con ella al Señor. El texto lo tomamos del libro editado por la Biblioteca de Autores Cristianos, Clásicos de espiritualidad, Vivencia de Cristo paciente, de san Pablo de la Cruz, pp. 31-38.

 

El Señor quiere que muera a todo, menos a él

Soy Ángela Cencelli. y me  pongo en tus manos, Señor.

Soy una persona amada de Dios.

“Ni por fragilidad humana ni por negligencia mía, quiero que se pierdan las luces y santas inspiraciones que Jesús, en su infinita misericordia, se ha dignado otorgarme.

Por ello, sacudiendo el letargo de mi infidelidad y pereza, suplico que me eleve a la luz de la divina gracia, y que yo emprenda el camino de perfección que más agrade a mi Señor.

Más aún; con la finalidad de hacerme fácil este camino de perfección {y muerte mística} y poderlo recorrer con seguridad, me comprometo a cumplir sin desmayo cuanto  me parece que al presente exige Dios de mí...

Que Jesús me conceda la gracia de un buen principio y santa perseverancia”.

SILENCIO

Sea la mía, Señor, una mística de amor y muerte, y de obediencia.

 “Una sola cosa pide Dios de mí: {que muera a todo menos a él}; mas para llegar a alcanzarla se exigen muchas más... ¿No me pedís demasiado, Jesús mío, pues queréis que muera con Vos sobre la Cruz, con una muerte mística?

¡Muerte demasiado dura para mí! Aunque tal vez me resulte suave, si antes de esa muerte me voy sometiendo a mil otras muertes.         

¡Señor!, sólo con pensarlo, la naturaleza humana se horroriza, tiembla y se desalienta; pero, como Vos lo enseñáis, no faltará vuestro auxilio para lograrlo.

Por eso debo superar esta reacción, para poder correr en fe y a ciegas -con toda indiferencia- , como ciervo sediento, a la fuente de las divinas disposiciones, con un abandono total en Vos, dejándome guiar como Vos queráis, donde queráis y cuando queráis, no buscándome a mí misma sino únicamente la complacencia de Dios en sí mismo, mediante el cumplimiento de su voluntad”

SILENCIO

Me sumergiré en mi propia nada.

Para cumplir tu voluntad, Señor, “me sumergiré en mi propia nada, admirada de que Dios quiera recibir la menor complacencia de parte de una criatura tan miserable, y llena de defectos y pecados.

Por esta razón, me humillaré siempre en mi interior, estimándome en lo que soy, y tendré un  concepto altísimo de Dios, como Señor de todo, Amor inmenso, Juez inexorable, Bondad infinita. ¡Oh Dios!

No me moveré en absoluto de mi nada,

a no ser que me sienta movida por Dios, primer Principio y último Fin, y –entonces- no me alzaré a más de lo que Dios quiera, a fin de que, por mi presunción, no llegue a hundirme.

 ¡No, Señor mío!”

San Pablo de la Cruz,
o.c., pp.30-32

 

Abandono en el querer de Dios y seguimiento de Cristo

Ante ti, Señor, rendida, quiero alcanzar el santo abandono.  

Para ello,”permaneceré sumisa y disponible al divino querer, no anhelando ni rehusando nada, e igualmente contenta de cualquier querer suyo.

Me despojaré de todo con  total abandono de mí misma en Dios, dejando que él se cuide enteramente de mí.

Él sabe –no yo- lo que me conviene; por eso recibiré con igual sumisión tanto la luz como las tinieblas; tanto las consolaciones como las calamidades y cruces; tanto el sufrir como el gozar.

En todo y por todo le bendeciré, y más que nada por la mano que me azota, confiando enteramente en él.

Y en el caso de que me quisiera agraciar con su presencia,

o sólo con los efectos de la misma,... no me aficionaré jamás al gusto del espíritu, ni me afligiré por el temor de verme privada del mismo; antes bien, muy dispuesta a la pena merecida por sus abandonos, le brindaré siempre el don de mi pura y desnuda voluntad ofreciéndole a él un alma crucificada y muerta..., porque a él así  le place”.

SILENCIO

“Contenta y resignada volveré a las tinieblas y agonías,

Mentras él así lo quiera, rogándole me permita poder decir: espero la luz después de las tinieblas.

¡Te adoro, Jesús mío, y me siento morir porque no muero!...

Si Jesús me quisiera desolada, muerta y sepultada en tinieblas, reflexionaré que, debiendo estar merecidamente en el infierno por mis enormes pecados, se debe a la bondad de mi Dios el habérmelo cambiado por tales penas.

Y me asiré fuertemente al áncora de su potentísima misericordia para evitar que, desconfiando de ella, no ofenda a bondad tan grande.

¡Qué bondad la de Dios!”

 SILENCIO

“Procuraré con todas veras seguir las huellas de mi Jesús.

Si me siento afligida, abandonada, desolada, le haré compañía en el Huerto

Si me siento despreciada, injuriada, le haré compañía en el Pretorio.

Si estoy deprimida y angustiada en las agonías del padecer, con fidelidad le haré compañía en el Monte, y con generosidad, en la Cruz, atravesado con la lanza el corazón ...

Me despojaré de todo interés propio, para no mirar ni a pena ni a premio, sino sólo a la gloria de Dios y al puro agrado suyo, no buscando otra cosa sino permanecer entre estos dos extremos: agonizar aquí hasta que Dios quiera, o morir aquí de puro amor suyo.

No buscaré ni amaré otra cosa sino a Dios...

Alejaré de mí todo insensato temor ... Sólo a él temeré, huyendo siempre de cuanto pudiera procurarle disgusto ...

Si por mi debilidad cayera en cualquier error,  me levantaré inmediatamente por el arrepentimiento, reconociendo mi miseria ... Fijaré siempre mi corazón en Dios, apartándolo, con todo el esfuerzo posible, de todo lo que no sea él.

Quiero que mi corazón sea morada de Jesús,  haciendo del mismo un Calvario de penas ..., a fin de que él sea dueño absoluto, y habite allí a su gusto con todo lo que le agrada...”

San Pablo de la Cruz
o.c., pp 33-34

 

Muerte mística y mortificación

"Aquí estoy, mi Señor, para hablarte, y dispuesta a llevar mi cruz, tu Cruz.  

Para ser fiel a ti,  “me guardaré del excesivo hablar ... y no me perderé en palabras vanas, superfluas e inútiles, a fin de que el excesivo hablar no me disipe el espíritu, ni me haga faltar a la caridad, o me sumerja en el ocio.

Para morir también del todo en el hablar, quiero no ser considerada como prudente o santa, a fin de que la lengua me sirva únicamente para ejemplo y nunca para escándalo.

El muerto no habla... Yo no quiero hablar sino con Dios y por Dios. Silencio”.

SILENCIO

Por amor a ti,

“Me mantendré siempre reservada... , no entrometiéndome en nada, como conviene a mi propia nada.... Y tendré caridad con todos, especialmente con aquellas personas hacia las que no sienta especial antipatía : las defectuosas, impacientes y soberbias; y me diré:

Señor, he aquí mi santo ejercicio para ser santa. Esta es mi ganancia, he aquí mi paz: vencerme a mí misma, devolviendo bien por mal, amor por odio, humildad por desprecio, y paciencia por impaciencia.

El que está muerto no se sonríe. Así quiero hacerlo yo.

Cuanta más caridad tenga yo, hacia el prójimo, tanta más la tendrá Jesús conmigo. Aquí no yerro. La caridad roba el corazón de Jesús, con ella puedo ser una gran santa.

¡Sí, quiero morir muriéndome a mí misma!”

 SILENCIO

“No sentiré ninguna compasión de mí misma,

como conviene al estado de una persona penitente que quiere pasar al cielo con el esfuerzo.

Trabajaré sin descanso por la gloria de Dios y la santa religión.

Para aliviar a los demás en sus fatigas, me ofreceré a hacer cuanto pueda, y me ocultaré toda en mi oficio...,  estando bien dispuesta para trabajar, para servir, para humillarme, para ser mandada.

¡Dios mío!.

Todo esto y más haré con vuestra gracia; pero si os apartáis un tanto de mí, haré más mal que el bien que ahora me propongo.

A fin de que no suceda así, y para desgracia mía -ése es mi gran temor, pero mayor es mi confianza en Vos- , procuraré estar siempre unida a Vos.

Un solo momento que me aparte de Vos, puedo perderos, y perdiéndoos a Vos, todo lo pierdo.

Con estos santos sentimientos,  quiero verme reducida a una agonía espiritual, que destruya todo mi amor propio, inclinaciones, pasiones y voluntad”.

SILENCIO

"Quiero morir así en la Cruz

con aquella santa muerte de Jesús, con la que mueren en el Calvario, con el Esposo, las almas enamoradas.

Mueren con una muerte más dolorosa que la del cuerpo, Para resucitar después con Jesús triunfante en el cielo.

Dichosa de mí, si practico esta santa muerte.

La bendeciré en mi última hora con gran consolación mía.

Jesús esté siempre conmigo.

Jesús, vuestro nombre sea mi última palabra.

Jesús, mi último aliento sea vuestro Amor. Amén “ .

 San Pablo de la Cruz
o. c. pp. 37-38

San Pablo de la Cruz