“Nos encargó el servicio de reconciliar…” (2 Cor 5, 18)

“Nos encargó el servicio de reconciliar…” (2 Cor 5, 18)


Meditación para el cuarto domingo de Cuaresma 2019


Las noticias nos hablan casi a diario de la experiencia dolorosa que viven muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo. Son aquellos que salen de su tierra buscando un futuro mejor, en ocasiones falleciendo en el mar o en la frontera. Otras veces nos presentan a quienes no tienen más vivienda que la calle o un cajero solitario en la noche. No hay rostros. Se nos presentan como individuos aislados con historias frías que nos suenan lejanas, imposibles de entender. Sin nombres ni vínculos humanos: sin hogar.

Algunos, sin embargo, no podríamos plantearnos la vida sin un hogar. No se trata solamente de una vivienda confortable. El hogar está en el corazón de quienes nos aman, en relaciones cálidas, en vínculos de fraternidad que nos sostienen y hacen crecer, en recuerdos, abrazos y esperanzas que nos marcan y nos empujan. Y sí, es cierto que también por circunstancias diversas nos vimos fuera de ese hogar alguna vez, porque nos equivocamos o lo hicieron otros. Pero pudimos volver y saborear el regreso.

El antiguo Israel, liderado por Josué, hizo de una tierra desértica una casa de bendición. Les bastó sentirse pueblo unido que culminaba un viaje. Encontraron identidad, cultivaron sus tierras, alcanzaron su meta. Se sintieron ubicados y pudieron echar raíces en un espacio que hicieron propio.

La parábola de Jesús insiste en la importancia de volver al hogar. Desde fuera se percibe una familia centrada y feliz, pero nadie sabe lo que se vive en lo escondido…. Allí, donde no se ve, hay heridas y frustraciones, utopías no realizadas, palabras nunca dichas. Quizás mucho silencio y demasiada rabia guardada. Y también calor, es cierto. Pero la vida y sus dinámicas empujan y el mismo hecho de curar engendra violencia. Huidas, decepciones y fracasos, intentos de empezar de nuevo. Es que vivir es esto, un aprendizaje a base de errores, transitar el camino de ida y luego de vuelta intentando comprender. O quizás quedarse sin entender, cumplir para saciar una insatisfacción, hacer lo de siempre porque no hay más salida. Son los itinerarios de lo humano, y sabemos por experiencia cómo desgastan.

Y en el hogar, dándole identidad, un Padre que espera con los brazos abiertos, que recuerda y tiene toda la paciencia del mundo. No juzga, ni pregunta, ni prepara el discurso. No le asusta lo humano ni las pérdidas que esto genera. Aguarda, vigila, y entre tanto sueña con el reencuentro, prepara el abrazo. Porque reconciliar es eso: no echar remiendos al pasado sino crear nuevas condiciones para un futuro diferente. Sólo por puro amor. Volver a intentarlo, una y mil veces, confiar en los hijos y en sus procesos, mirarlos con un amor nuevo cada vez.

A unos les duele el desconcierto, la pérdida de sentido y de horizonte; escapan buscando mundos efímeros. A otros les duele tener que perdonar y que acoger: como aquel Israel, hermano mayor, incapaz de comprender a un Padre. Y a Dios le duelen sus hijos, abre las puertas de esa casa que es su corazón, meta de todos los caminos. Y desea el encuentro.  Sabe que volverán, porque ese hogar les llama, nos llama. Esa es nuestra meta, la patria donde existimos y crecemos, donde se nos ama sin juicios y se nos rehabilita a través de abrazos. Sólo allí llegaremos a entender que, a pesar de nuestras huidas, estamos llamados a reproducir mientras crecemos la misericordia del Padre. A hacer de nuestra vida un servicio de reconciliación en medio del mundo en el que vivimos.

Unas preguntas para la reflexión…

  • Seguro que puedo recordar en mi vida experiencias de huida. Quizás hayan sido más frecuentes de lo que pienso. Intento poner nombre a las más importantes, y conectar con las emociones y sentimientos que ahora me despiertan. Y luego, acoger con bondad: todo ha sido aprendizaje y gracia.
  • ¿Cuál es mi “hogar”? ¿Cómo ha ido evolucionado el “espacio” donde he conseguido ser yo, crecer, sentirme en paz y sin juicio, amado, abrazado…? ¿Cómo lo percibo y defino en este instante? ¿Yo he sido “hogar” para otras personas? Pienso en los que no lo tienen, cercanos o lejanos a mí…
  • En un mundo de éxodos y partidas parece urgente crear experiencias de misericordia. Por encima de la lógica actual y de sus leyes… ¿Qué se despierta en mi cuando me pienso –en mi trabajo, familia, relaciones, sociedad- como un “hogar de misericordia”? ¿En qué gestos concretos puedo traducirlo?
  • Reconciliar nos da la posibilidad de construir un futuro mejor, no mirar el pasado sino adelantar algo nuevo. ¿me identifico con la misión, la tarea tan evangélica de ser, como seguidor de Jesús, artesano de reconciliación?
  • ¿Qué tengo de hijo menor? Mis tendencias a huir hacia adelante, a meterme en líos, a explorar donde no soy amado… ¿Qué tengo de hijo mayor? La obsesiva responsabilidad, el juicio, la falta de alegría y de sentido… ¿Qué tengo del Padre? ¿Cómo deseo ser en Él, encontrar en Él mi hogar?

 

Una imagen para la contemplación…

 dos hombres mirando luna

  1. D. Friedrich, “Dos hombres contemplando la luna”, (1819). Dresde, Gemäldegalerie.
  • Nos situamos en un paisaje nocturno. No es fácil pintar la noche. En ella, lo más importante es lo que no se ve, lo que se desconoce o apenas se adivina. En la noche se dan la complicidad y la amistad, también los grandes sueños y los planes de huidas… Es de noche, como tantas veces está oscuro a nuestro alrededor.
  • Pero en la noche brilla una luz frágil. La luna creciente adelanta la luminosidad del misterio, como la luz cuaresmal apunta al brillo de la Pascua. Es el centro de la escena. Pasiva, inmutable, eterna. Siempre se esconde una luz en nuestros caminos, aunque su fuerza solo pueda iluminar para dar un pequeño paso, el humilde paso que ahora se nos pide dar…
  • Estamos en el camino. ¡Vivir es caminar siempre! A veces, como en la imagen, se nos invita a subir y no resulta fácil. Duele. No hay perspectiva, horizonte o profundidad. Se nos esconde detrás de cada curva un misterio, no adivinamos qué nos traerá el mañana, la siguiente etapa. Más que camino es aventura, reto que esconde bajadas y ascensos. Pero hay en nosotros una fuerza interior que nos empuja a seguir avanzando. Y si se para, que sea, como en la escena, para contemplar o encontrar sentido, para empaparse de vida y de belleza. No vale tirar la toalla o quedarse al borde. Caminar, seguir avanzando…
  • Y en el camino, un encuentro. ¡Muchos encuentros! Dicen que conversan el pintor y el joven discípulo que tendrá una muerte prematura. ¿O es quizás el padre que salió a esperar al hijo menor, intuyendo que volvería? Dialogan, se comunican, abren el corazón. O tal vez están en silencio. Pero se entienden, hay una complicidad entre ellos. ¿Quién sabe si no son los dos hermanos que, por fin, se reconcilian y se dejan ver a corazón abierto? En el encuentro la luz aumenta y se ve mejor…
  • Y testigos de esa conversación de amistad, la encina y el abeto. La una apenas sin vida; raíces, tronco y ramas que fueron y ahora serán leña para el fuego. El otro, frondoso y con todo el futuro por delante. La muerte y sus infinitas caídas; la vida y sus posibilidades en ciernes. Las dos experiencias, que aquí son árboles, acompañan lo humano y lo hacen crecer. No hay juicios, ni violencia de uno sobre otro. Todo lo redime y humaniza el encuentro, la huella de Dios que envuelve lo humano.
  • En palabras del Papa Francisco: “Este misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a la historia y a toda la creación. San Pablo llega a decir: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). […] Si no anhelamos continuamente la Pascua, si no vivimos en el horizonte de la Resurrección, está claro que la lógica del “todo y ya”, del “tener cada vez más” acaba por imponerse.” (Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2019)

Fray Javier Garzón O.P.