Desafíos de la posmodernidad

Cómo influyen el relativismo, el consumismo y el individualismo en la cultura y la espiritualidad actual y qué respuestas ha dado la Iglesia a estos retos.


Aunque comenzó a hablarse de la posmodernidad a finales de los años 70, es en los años 90 cuando pasó a ser una realidad global.

La caída del muro de Berlín fue un acontecimiento clave, pues al convertirse la democracia capitalista en el sistema hegemónico, y quedando relegada la ideología comunista, dejó de haber grandes debates sobre valores y utopías y, a su vez, se acentuaron los intereses particulares de las personas y, sobre todo, de los Estados y las empresas. Es en esta sociedad donde la Iglesia debe predicar el Evangelio y donde los creyentes debemos relacionarnos espiritualmente con Dios.

¿Qué características tiene la posmodernidad?

Para que la economía capitalista funcione es necesario que nosotros compremos productos, por ello la sociedad posmoderna nos educa a ser buenos consumidores. Y lo hace inculcándonos tres principios –o actitudes–: el relativismo, el utilitarismo y el individualismo. Analicemos a continuación la postura de un posmoderno radical, teniendo en cuenta que, de un modo u otro, todos podemos caer en algunas de sus faltas, pues formamos parte de esta sociedad.

¿Cómo influye el relativismo en la sociedad y en la espiritualidad?

El posmoderno radical es relativista. Para él no hay valores absolutos –ya sean morales o religiosos– y, por tanto, no hay que darles demasiada importancia, de tal forma que la principal norma de su comportamiento es la legalidad vigente.

Tiende a seguir este falso lema: «si las leyes lo permiten, entonces es bueno». Y algo parecido ocurre en el ámbito religioso: para el posmoderno radical todas las religiones tienen similar valor, de ahí que prefiera escoger lo que más le gusta de cada una de ellas. Este relativismo religioso explica que en Occidente sean cada vez más los que recurren a los «videntes», el esoterismo y las religiones orientales para solucionar sus problemas personales.

¿Qué papel juega el utilitarismo?

Asimismo, el posmoderno radical es utilitarista. Para él es muy importante ser útil y rentable. Aquel que hace cosas provechosas, es estimado en su trabajo… y en su parroquia. Por ello, no se valora la vida contemplativa en su pureza y gratuidad.

La contemplación sólo es apreciada si se encuentra en ella algo que reporte un beneficio, como mejorar la salud física y mental, estar a bien con Dios o disfrutar de la consolación espiritual.

¿Cómo se manifiesta el individualismo?

Y el posmoderno radical es individualista. Dado que todo es relativo, lo más útil para él es preocuparse fundamentalmente de sí mismo. Por ello tiende a ver su persona como el centro de su vida y el principal foco de atención. Su familia, su comunidad o su fe son algo más bien secundario. Incluso puede ser capaz de sacrificarlos si los ve como una seria amenaza para su bienestar o su interés. Ello explica la gran cantidad de matrimonios que se divorcian, o de sacerdotes y religiosos que recuperan su condición laical.

En la vida religiosa es curioso ver cómo en pocos años se ha producido esta evolución:

  1. religiosos para los que su Instituto lo era todo y por él hacían lo que fuese,
  2. han pasado, tras el Concilio Vaticano II, a primar ante todo el sentir de su comunidad
  3. y transcurridos unos años, entrando en la posmodernidad, ahora prefieren centrarse principalmente en lo que ellos consideran que es importante.

Ciertamente, el excesivo individualismo es un grave problema actual en las parroquias, las comunidades religiosas y las familias.

¿Cuál es el impacto del agnosticismo y el consumismo espiritua?

Los cambios sociales acaecidos desde los años 60 han hecho que millones de cristianos en Occidente, y cada vez más en todo el mundo, pongan en duda su fe y se desliguen de la Iglesia pasando al ateísmo y sobre todo al agnosticismo, es decir, a ser indiferentes ante el tema religioso.

Muchas personas están en una búsqueda espiritual «consumista»

La secularización es ahora muy patente, pues la presencia del cristianismo en los espacios públicos es escasa, y la que aún se conserva genera frecuentes controversias. Tenemos un buen ejemplo en la fiesta de la Navidad, que en muchos ámbitos ha perdido todo su carácter religioso, pasando a ser la época del año en la que más dinero se gasta en comidas y regalos.

Pero esto no significa que la espiritualidad esté en declive, más bien ocurre todo lo contrario. Actualmente muchas personas se lanzan a una búsqueda espiritual que tiene mucho de «consumista», pues manejan el mismo criterio que usarían para comprar un producto: el propio beneficio.

En esta búsqueda, Dios es algo secundario, pues consideran que lo prioritario son ellos mismos, ya que la sociedad así se lo ha inculcado. En respuesta a ello, están proliferando una gran diversidad de –supuestas– «espiritualidades» que se adaptan muy bien a la mentalidad posmoderna.

¿Qué es la New Age y cómo ha permeado la cultura y la espiritualidad?

Probablemente, la más perniciosa de las nuevas espiritualidades es la New Age (Nueva Era). Aunque sus orígenes son anteriores, cobró mucho auge a partir de los años 80 y gracias a la globalización y la posmodernidad se ha extendido por todo el mundo, diversificándose en una multitud de corrientes.

El Magisterio de la Iglesia ha expresado repetidas veces su rechazo hacia ella, advirtiendo de su peligrosidad a nivel espiritual. Propiamente no es una religión, sino una forma de ver la realidad que pretende ser una síntesis de aquello que tienen en común las religiones tradicionales, aunque las rechaza a todas ellas. No tiene ningún superior religioso. El término «Nueva Era» hace referencia a que –según los que creen en ello– en el año 2160 llegará una nueva era: la Era del Acuario, que traerá consigo un cambio religioso radical.

No es una religión, sino una forma de ver la realidad

Esta forma de ver la realidad está enraizada fundamentalmente en las religiones orientales, aunque son interpretadas con mentalidad occidental. Hace uso de todo saber psicológico, científico o religioso que no imponga doctrinas ni dogmas y que acepte que todos formamos parte de un mismo ser: el Cosmos, que es la Diosa Madre.

Según esta visión panteísta del mundo, todos somos «Dios», porque compartimos con el resto de los seres la esencia divina de la Diosa Madre. Pero necesitamos pasar por diversas reencarnaciones para alcanzar la plena divinización. Asimismo, afirma que toda la humanidad comparte una misma consciencia transpersonal –o cósmica– a la que accedemos cuando descendemos interiormente hasta lo más profundo del propio yo. Esa conciencia transpersonal nos comunica con la Diosa Madre de la que formamos parte. Y esta comunicación espiritual nos hace sentir bien.

La Nueva Era acepta la existencia de seres, poderes y saberes ocultos, a los que podemos acceder por medio del espiritismo, la brujería, la magia, los alucinógenos, las artes adivinatorias y los seres extraterrestres. Por muy chocante que todo esto nos pueda resultar, muchas personas normales creen en estas cosas, pues están presentes en los medios de comunicación, las novelas, las películas y hasta en los juguetes de los niños. Y muchos cristianos han asumido parte de estas creencias.

¿Cómo responde la Iglesia a estos desafíos?

Ante los errores en los que, en ciertas ocasiones, se ha caído a causa de una mala asimilación de lo expuesto por el Concilio Vaticano II y también debido a la irrupción de la posmodernidad, la Iglesia ha tenido que reaccionar:

  • a nivel teológico: aclarando la doctrina de la Iglesia, por medio, por ejemplo, del Catecismo de la Iglesia Católica (1992) y los documentos de los Papas, destacando los del gran teólogo Benedicto XVI;
  • a nivel litúrgico: consolidando y clarificando las normas celebrativas;
  • a nivel pastoral: acercando el Evangelio al pueblo fiel gracias a grandes movilizaciones populares como, por ejemplo, las Jornadas Mundiales de la Juventud, y abriéndose a las nuevas tecnologías y a la presencia en redes sociales;
  • a nivel espiritual: adaptando la espiritualidad cristiana al lenguaje y los parámetros culturales actuales, y purificando los elementos tomados erróneamente de otras religiones y filosofías.

Obviamente, es posible enriquecerse con otras religiones y espiritualidades sin poner en juego la fe cristiana. De hecho, hay buenos creyentes que, manteniendo intacta su fidelidad al Evangelio y a la Iglesia, se apoyan prudentemente en ciertas técnicas espirituales procedentes, por ejemplo, de religiones orientales o de escuelas psicológicas, para mejorar su relación con Dios.

Recordemos que la Iglesia se enriqueció mucho gracias a los aportes espirituales provenientes, entre otros, del platonismo y el estoicismo. De hecho, en el Concilio Vaticano II se afirma que la Iglesia:

«exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que se encuentran en ellos» (Nostra aetate, 2)

De hecho, podemos constatar que la espiritualidad cristiana actual se ha enriquecido con ciertas técnicas orientales de meditación, con la psicología humanista y con la espiritualidad ruso-bizantina. Ciertamente, dado lo complejo que todo esto puede resultar, el Magisterio de la Iglesia tiene la importante tarea de clarificarlo y encauzarlo.

¿Qué es la nueva evangelización?

Pero, ante todo, de cara al mundo actual, los cristianos tenemos la misión de evangelizarlo. Es la «nueva evangelización» promovida por la Iglesia. No se trata tanto de actuar con amenazas y prohibiciones morales o religiosas, pues en la sociedad posmoderna éstas tienen poco efecto o incluso el efecto contrario, sino, más bien, de mostrar la bondad de los valores predicados por Jesús, como son:

  • el respeto que merece toda vida humana, también la de los no-nacidos y los enfermos terminales;
  • la fuerza del amor, que hace que sea realmente irrompible el matrimonio y cualquier otro compromiso evangélico;
  • la felicidad que se obtiene al renunciar a nuestros caprichos por el bien de los demás;
  • la profunda experiencia de Dios que tenemos al ayudar a los necesitados;
  • o lo saludable que es cuidar de la naturaleza, aunque sea a costa de nuestra comodidad.

Y sobre todo, tenemos que dar testimonio de que Dios no es un «objeto de consumo», sino un Ser infinitamente superior e infinitamente misericordioso, que desea que sigamos su Evangelio para que así nos unamos amorosamente a Él y experimentemos la auténtica felicidad.