Obediencia

Fr. Francisco Javier Carballo  O.P.

 En la reflexión de Adviento-Navidad de este año quiero prestar especial atención al voto de obediencia. Este tiempo litúrgico nos invita a hacer nuestras las actitudes adecuadas para descubrir y acoger la salvación encarnada en Jesucristo. La virtud de la obediencia nos dispone para la comprensión y aceptación viva del misterio de Jesucristo, que nos salvó a través de la obediencia, y “se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (Heb. 5, 9). Como dice San Pablo: “En efecto, así como por la desobediencia de un hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos” (Rm. 5, 19). Renacer en Jesucristo esta próxima Navidad nos invita a preparar un corazón obediente.

No es raro escuchar que el voto de obediencia es en nuestros días el voto más difícilmente asumible y comprensible. Además, hay quien afirma que el principal problema de la vida religiosa es un problema de obediencia, e incluso que toda revitalización de nuestra vida y misión debe pasar necesariamente por una recuperación del sentido profundo de este voto. Es decir, que nuestro principal déficit y desafío están en la cuestión de la obediencia. ¡Soy consciente de que los menos adecuados para hablar de obediencia son los superiores! Con esta carta, me gustaría invitar a reflexionar y dialogar sobre el sentido del voto de obediencia, y así animarnos a vivir su centralidad en nuestra vida dominicana, mostrando que su práctica nos ayuda a descubrir y saborear su misterioso valor como liberación. Ni que decir tiene que una obediencia auténtica es fundamental para todo proceso de revitalización y renovación, que es, al fin y al cabo, el objetivo último de nuestros planes de reestructuración y animación de “presencias significativas”.

El voto de obediencia es el único que pronunciamos en la fórmula de profesión de nuestra Orden. ¡Esto no quiere decir que no hagamos los votos de pobreza y castidad! El voto de obediencia supone asumir los demás consejos evangélicos, incluidos en la obediencia del discípulo a lo que Jesús le propone. De este modo, se nos ha repetido muchas veces, siguiendo la doctrina de Santo Tomás de Aquino, que el voto de obediencia es el más importante de los tres. Algunos elementos peculiares de la profesión dominicana reflejan el sentido e importancia de la obediencia en la Orden. Por ejemplo, hasta tiempos recientes la celebración de la profesión no se hacía en la iglesia, sino en la sala capitular, que es el lugar de reunión, encuentro y diálogo de la comunidad. Ni se hacía sobre el altar y de pie, sino de rodillas ante el superior, que la recibe en nombre del Maestro de la Orden. Y todavía seguimos haciéndolo con la “unión de las manos”, en la que se expresa la entrega del que profesa a la Orden y la acogida de la Orden a quien profesa; reflejando, sobre todo, que se trata de un acto de mutua confianza. Porque la obediencia, bien entendida, sólo se puede dar donde hay confianza.

Al terminar la celebración de mi profesión solemne, una persona se acercó a los recién profesos y nos espetó sin pudor: “¡Qué horror de fórmula de profesión tenéis. A ver cuándo la adaptáis a estos tiempos!”. Ciertamente conservamos una vieja fórmula de profesión, que suena antigua, y por ello mismo nos hace sentirnos parte de una misma comunidad y tradición de predicadores desde el siglo XIII, y que en su peculiaridad refleja la centralidad de la obediencia para la misión de la predicación. Una profesión de obediencia a Dios y a la bienaventurada Virgen María, a Santo Domingo, y “prometida directamente al Maestro de la Orden, en cuanto principio de la unidad de la Orden y de su misión” (Introducción General al Ritual Profesiones Propio O.P., nº 7).

Pero hay que reconocer que la obediencia no suena bien a los oídos modernos ni a los posmodernos. Pudiera parecer que uno tiene que renunciar a su propia capacidad de decisión y autonomía o a su libertad individual. Ciertamente, el voto de obediencia no lo tiene fácil en nuestro contexto cultural para hacer valer su sentido como búsqueda de liberación interior y profunda de la persona que se convierte en discípulo de Jesucristo. Aunque nuestras sociedades se han ido haciendo, en algunos aspectos, más interdependientes y cooperantes, e incluso resaltando el valor de la lealtad al grupo o al clan, en otros aspectos nos ha invadido un apabullante individualismo existencial.

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