Confiar

Fr. Francisco Javier Carballo  O.P.

 

 Los dominicos nos entregamos a la predicación a través de un voto de obediencia. Pero la obediencia dominicana es mucho más significativa y atractiva que la simpleza de hacer lo que otro me manda. La obediencia religiosa brota de una relación de confianza, por lo que se parece más a las relaciones comprometidas entre personas. La obediencia equivale a un “voto de confianza”. Sabemos bien que las relaciones de confianza fundan no pocas “obediencias”. La obediencia sólo se puede profesar y practicar si se construye sobre la roca de la confianza. Curiosamente es, a la vez, nuestro camino para aprender a confiar. El voto de obediencia pretende enseñarnos a confiar en la voluntad de Dios y a confiar en que esa voluntad no nos es completamente inaccesible, sino que podemos vislumbrarla en su Palabra y su Espíritu, aunque siempre dentro del claroscuro de la fe y el misterio del silencio de Dios.

La voluntad de Dios es una voluntad encarnada en Jesucristo y prolongada por su Espíritu, por lo que en nuestra vida podemos vislumbrar y discernir su llamada y su voluntad, podemos tener un cierto acceso al conocimiento del camino que a cada uno se nos abre hacia Él. Pero sin que podamos disponer de ello a nuestro antojo. La primacía la tiene su llamada y la iniciativa de su voluntad. De ahí la importancia de las mediaciones que encarnan la obediencia, y del lugar que en ella ocupan la comunidad y el superior como garante de su unidad. La espiritualidad dominicana, que tiene en su centro el principio de encarnación, le otorga al voto de obediencia una primacía en nuestra profesión. Su objetivo es enseñarnos a confiar para entregarnos más plena y auténticamente a la predicación.

Lo primero siempre es aprender, compartir una sabiduría, una forma de vida o estilo, y una visión común. Como escribió Herbert McCabe, “en la tradición dominicana la obediencia no es entregar la propia mente a la voluntad de otro, sino abrir la mente para aprender de la Orden”. Es un gesto de confianza mutua que va creciendo a medida que avanza el proceso de aprendizaje, y que madura cuando se resuelven las inevitables crisis de desconfianza. Al profesar obediencia expresamos la voluntad de aprender con disponibilidad. Es el sentido de lo que dicen nuestras Constituciones cuando señalan que los formandos son “los primeros responsables de su propia formación, cooperando libremente con la gracia de la vocación divina” (LCO 156), porque lo primero es la disponibilidad libre a dejarse formar y abrazar de corazón un proceso de aprendizaje. Podría comprenderse la obediencia como un “voto de aprendizaje”. También para Jesús la obediencia fue un aprendizaje, pues, como nos dice la Carta a los Hebreos, “Cristo aprendió, sufriendo, a obedecer” (Heb. 5, 8). Es el aprendizaje que también debe reproducir todo buen discípulo. Es, a su vez, el aprendizaje que nos guía en el proceso de humanización, porque una obediencia de la buena nos humaniza, al hacernos más disponibles, abiertos y serviciales para Dios y para los demás.

 La obediencia como aprendizaje a confiar en la voluntad de Dios está estrechamente vinculada a la oración, que es “escuela” para aprender a confiar. La obediencia religiosa sólo puede crecer y arraigarse en nosotros si viene acompañada por la vida de oración, cuya finalidad no es poner ante nuestros ojos con toda evidencia lo que tenemos que hacer, sino enseñarnos a confiar. El poder de la oración no está en conseguir lo que queremos, sino en hacernos más disponibles para el Reino y más confiados en su Dios.
La obediencia es la respuesta a la llamada al seguimiento radical de Jesucristo, entregándole la vida, y la identificación con Aquel que “se hizo obediente hasta la muerte” (Flp. 2, 8). Obedecer es aprender a entregarse. Y, por tanto, es aprender a vivir en la dinámica de la donación que es el amor. Dice Santo Tomás que “Cristo por obediencia cumplió los preceptos de caridad; y por caridad obedeció al Padre que lo mandaba”. Es decir, que la caridad no sólo es el fin de la profesión sino también lo que la motiva. El amor no sólo está al final del proceso como su logro, sino que es origen y motor que nos lleva al seguimiento de Jesucristo. Quien promete obediencia lo hace por amor al Señor y por conformarse más a imagen del Obediente, para recibir, como Él, la misión y ser enviado. La obediencia dominicana encarna ese amor en la entrega de nuestra vida a la predicación de la Orden. El amor hace posible el voto de confianza de la obediencia como camino de aprendizaje y de entrega.