Dominicos y dominicas por el Reino

La fecha de la beatificación de los 498 mártires del Siglo XX en España está ya próxima. El 28 de octubre la Familia Dominicana también hace memoria de los religiosos, religiosas y seglares dominicos que, en su condición de creyentes, se vieron involucrados en unas circunstancias históricas muy difíciles y dolorosas para la sociedad española de entonces.

La Familia Dominicana recuerda con admiración a sus 74 mártires: 62 frailes dominicos; 7 religiosas Dominicas de la Anunciata; 2 religiosas Dominicas de la Enseñanza de la Inmaculada Concepción; 1 monja dominica contemplativa; y, 2 miembros de la Orden Seglar Dominicana.

Medallón conmemorativo

Medallón realizado por Miguel Iribertegui
para el Convento de Atocha

Los próximos beatos son mucho más que un mero nombre en la numerosa lista que las diversas postulaciones han presentado. Una lectura atenta de la biografía de cada uno de ellos deja entrever la riqueza personal de unas vidas frustradas por la violencia mortal que padecieron. Es más, las circunstancias de sus muertes se vuelven aún más dolorosas cuando observamos la edad tan joven con la que algunos murieron o cuando constatamos la plenitud de vida y actividad que otros, en su madurez de vida, estaban desarrollando en el momento de su apresamiento violento. Desde la mera comprensión humana no dejan de ser unas vidas truncadas por la violencia más despótica, aquella que los seres humanos pueden ejercer entre sí cuando buscan la muerte violenta del que consideran su adversario. ¿Qué mal personal o institucional puede justificar tal aberración venga de donde venga? Sin embargo, desde la experiencia cristiana de la fe, seguimos hablando de generosidad, de entrega y de fidelidad a las convicciones del Reino, así expresadas en el Evangelio de Jesucristo. Estas convicciones deben ayudarnos a reflexionar sobre nuestro pasado sin ningún ánimo de rencor o de revancha.

Sabemos bien Quiénes son y de dónde vienen, parafraseando así el título de la publicación que editó recientemente la Oficina para las Causas de los Santos con motivo de la beatificación de estos mártires y donde se recoge también un breve extracto de la biografía de todos y cada uno de ellos. Sor Josefina Sauleda Paulís es la primera dominica contemplativa española beatificada. Perteneció al Monasterio barcelonés de Montesión, hoy en Esplugues de Llobregat (Barcelona); la hermana Otilia Alonso González, Dominica de la Anunciata, contaba con 19 años de edad en el momento de su muerte y fr. José María García Tabar con apenas 18 años cumplidos cuando fue martirizado. Son los dos mártires más jóvenes del grupo. Vidas ejemplares son la de los dos laicos dominicos, D. Antero Mateo García y D. Miguel Peiró Víctorí. Ambos, trabajadores y padres de familia, se vieron comprometidos desde su fe cristiana a ejercer el amor fraterno con obras de caridad manifiesta en el cuidado de los enfermos y en la colaboración con el círculo de obreros católicos. Las hermanas dominicas de la Enseñanza María del Carmen Zaragoza y María Rosa Adrover Martí habían dedicado los años de su vida religiosa a la educación y cuidado de muchas niñas de familias pobres en Barcelona.

Cuadro Las Caldas

Cuadro realizado por A’Dan Aparaschivei para la Casa de Montesclaros

Sin menoscabar la importancia de ninguno de los mártires ya señalados y de los que, por razones obvias de espacio, no pueden ser nombrados personalmente aquí, la Familia Dominicana se enorgullece de personalidades tan significativas como lo fueron, entre otros, Buenaventura García de Paredes y José Gafo Muñiz. Ambos, asturianos de nacimiento, enriquecieron con sus aportaciones la Orden de Santo Domingo de Guzmán. Buenaventura ostentó cargos importantes en la Orden. Después de sus duros trabajos como misionero en Filipinas fue elegido Prior Provincial de la Provincia del Rosario. Durante su mandato extendió la presencia de esta provincia misionera en China, Vietnam y EE.UU. Fue elegido Maestro de la Orden en 1926. En los dos años y medio en los que ostentó el mencionado cargo visitó varias provincias de la Orden y animó mucho a los frailes en su quehacer contemplativo de la predicación, potenciando en ellos la dedicación al estudio, como así consta en sus múltiples circulares a toda la Orden.

José Gafo es, quizás, una de las figuras más conocidas por su participación en los movimientos obreros de la época. Desde su ordenación sacerdotal, en 1905, su vida fue una constante campaña apostólica en favor de los obreros. Hombre de reflexión y estudio, gran contemplativo de la realidad social del momento, fue prolífico en sus escritos de carácter social en la prestigiosa revista La Ciencia Tomista. Esta revista de reflexión teológica aún perdura en nuestros días bajo el amparo de la Facultad de Teología San Esteban (Salamanca).

Buenaventura y Gafo fueron hombres de diálogo, abiertos a las necesidades del momento, audaces en la búsqueda de respuestas a las necesidades de los hombres y mujeres del momento histórico en el que les tocó vivir. Eso sí, con gran espíritu de compromiso con los problemas del momento y siempre bajo la mirada de su ferviente fe religiosa.

Las Dominicas y Dominicos no quisiéramos perder, en la cultura contemporánea, este valor tan preciado. Nada de lo que ocurre a nuestro alrededor puede resultarnos ajeno. Por esta razón, no vivimos la beatificación de estos mártires como un triunfalismo fácil; tampoco como una revancha del falso vencedor. No está ahí nuestro debate ni nuestra lucha. Queremos vivir la beatificación de estos mártires desde el ejemplo más apreciado que ellos mismos nos dejaron. Cuando leemos sus biografías, en muchas de ellas, se dice explícitamente que ‘murieron perdonando’. La reconciliación, el reconocimiento del pasado con sus luces y sombras es nuestra apuesta, nuestro desafío y nuestra tarea fundamental. No hacemos memoria para utilizar a las víctimas con fines de discordia. Hacemos memoria de todas las víctimas, mártires de la fe o no, porque es un gesto de justicia. Justicia con quienes nos han precedido en la fe y justicia con aquellas otras víctimas que, sin el reconocimiento expreso de la fe, murieron igualmente de forma violenta por defender sus convicciones e ideas. En definitiva, justicia con nosotros mismos si queremos ser fieles a nuestra memoria histórica desde el testimonio que pretendemos ofrecer en Jesucristo.

Sirva, por tanto, la beatificación de estos mártires como un signo de esperanza. Como adecuadamente se nos ha recordado desde la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, ‘los mártires están por encima de las trágicas circunstancias que los han llevado a la muerte. Con su beatificación se trata, ante todo, de glorificar a Dios por la fe que vence al mundo (cf. 1 Jn 5, 4) y que transciende las oscuridades de la historia y de las culpas de los hombres. Ellos han dado gloria a Dios con su vida y con su muerte y se convierten para todos nosotros en signos de amor, de perdón y de paz. Los mártires son profecía de redención para cada persona y para la humanidad’.


Fr. Jesús Díaz Sariego
Texto publicado en “Folletos ConEl”
de la revista VIDA NUEVA