Las Casas, maestro de humanidad

 En la aurora del mundo moderno la cristiandad se ve en la situación crucial de escoger un nuevo modo de sociedad. La crisis política más visible se relaciona con el advenimiento o establecimiento de las naciones modernas. Dentro de la propia iglesia, la Reforma viene a avivar el viejo problema de la autoridad eclesiástica: la sacra potestas. El cuestionamiento de la autoridad a todos los niveles explota como una crisis generalizada a propósito de la expansión colonizadora que se pretende, sobre todo, evangelizadora.

Se asiste entonces a una emergencia teológica, ética, jurídica del problema político. Un sincronismo casi perfecto y de gran significación, entre 1512-1513, Maquiavelo pública el Príncipe, manifiesto o certeza del nacimiento de la política moderna y el dominico Antonio Montesinos pide en el famoso sermón de Adviento, estigmatizando los pecados del colonizador y proclamando los derechos imprescriptibles de los indios. El derecho ha de prevalecer sobre el poder.

Maquiavelo concentra la política en el poder, en la conquista, en la utilización en las condiciones de éxito, en los motivos del fracaso del poder. El poder es en si mismo concebido como potestas et dominium, como dominación soberana, como virtud que no es propiamente virtud moral y menos cristiana. Más bien una energía lúcida, astuta, una fuerza del querer eficaz y determinado cuanto a los objetivos del dominio o como sabiamente instrumentalizada por la razón y habilidad para discernir en cada momento los medios apropiados, los medios de hecho, eficientes para asegurar el triunfo sobre las adversidades y los adversarios. Una concepción política que Sócrates combatía en la República de Platón, había atravesado la historia cristiana tornándose frecuentemente una forma de pensamiento de los soberanos y de sus consejeros. Sería, más de una vez, consagrada por los eclesiásticos, sobre todo por los canonistas, que reclamaban reforzar el poder tanto civil como eclesiástico.

Es en oposición constante y frontal a estas doctrinas teocráticas de carácter abstracto del poder emerge y se afirma la predicación misionera de un Montesinos, proponiendo y defendiendo los temas desarrollados por la Escuela de Salamanca representada y simbolizada por los nombres de Bartolomé de las Casas y Francisco de Vitoria. El descubrimiento de América, más precisamente la presencia de los indios y negros frente a los cristianos investidos de misión de evangelizar y de poder de colonizar vino a arrancar más aras y disfraces, desvelando la estrechez ideológica. Surgió la cuestión de conciencia más radical interpelando el derecho, la política, la ética, sobre todo cuando ésta apela al testimonio del Evangelio. Los indios de América los negros capturados en África y esclavizados en las colonias ibéricas parecían, a primera vista, a los conquistadores cristianos como e tipo de “infieles” destinados a servir a los “fieles” de Cristo, de la Iglesia y del imperio. Ellos estaban, en efecto, sin fe, sin ley y sin rey. Estaban desprovistos de cualquier derecho, de cualquier dignidad. Servían para producir riquezas, recibiendo, a cambio, la promesa de salvación y los beneficios de la civilización, la protección de la ley del rey. Hombres faltos de de todo, flacos, vulnerables ante los cristianos inteligentes, fuertes y poderosos.

En esa hora, surge como portavoz de toda una pléyade de misioneros y de teólogos, Las Casas y se proyecta como un maestro de humanidad.

Para condenar la fuerza dominadora que se pretendía respaldada por el cristianismo explota la verdadera fuerza de la Palabra divina, empeñada en crear una nueva civilización de perfecta solidaridad. Si son hombres, tienen todos los derechos: el derecho de vivir, de vivir en libertad, de poseer bienes y territorios, el derecho de gobernarse, de conservar sus tradiciones, sus costumbres , de practicar su religión , así como de ser invitados con toda dulzura , persuasión y bondad a abrazar libremente el evangelio. Y estos derechos imprescindibles e indivisibles, la predicación debe anunciarlos inmediatamente como anuncio del Evangelio. Ella (la predicación) debe hacerlos respetar y promoverlos como una dimensión indisociable y previa a la implantación de la Iglesia.

Así se puede reconocer la expresión primera, originaria de lo que se llamó en el contexto moderno teología de la liberación, fundada sobre la dignidad del ser humano como es en sí, anteriormente a cualquier concesión del derecho positivo. El hombre merece todo respeto y es sujeto de todos los derechos, por naturaleza y por la autonomía que tiene, en su ser y en su condición que la Palabra bíblica exalta como “criatura e imagen de Dios”.

Tal es el mensaje, tan humano y tan moderno de Las Casas, revestido, no obstante, de un lenguaje un tanto áspero y marcado de cristiandad en crisis. Mientras en la amplitud del nuevo contexto histórico social, en cuanto a la globalización se ofrece una humanidad con posibilidad efectiva de juntar la técnica y la solidaridad, el Santo Padre de América puede enseñarnos a desatar las viejas cadenas en que la economía, la política, la cultura, la comunicación serán iluminadas y elevadas por el valor supremo de la dignidad humana y por el empeño primordial de promover todos los derechos para todos.

Fr. Herminio de Paz Castaño, O.P.,
profesor de Moral Social y política