Dom
30
Sep
2018

Homilía XXVI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2017 - 2018 - (Ciclo B)

¡Ójala todo el pueblo fuera profeta!

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Misión profética del cristiano en el mundo

El Concilio Vaticano II, presenta a la Iglesia como Pueblo de Dios y Sacramento de Reconciliación para todos los hombres, poniendo de relieve esta condición profética de todos los cristianos por el hecho de serlo. Habla después de los carisma o cualidades como dones del Espíritu para la construcción de la Iglesia, recogiendo la doctrina se S. Pablo sobre el cuerpo místico de Cristo. En este sentido la Iglesia es mediadora de la salvación no solo a través de sus ministros, ya que actúa por todos sus miembros debidamente estructurados. Por eso, cada cual en el lugar que le corresponde sigue siendo alguien necesario en la construcción del Reino de Dios.

La misión profética del cristiano en medio del mundo es ayudar a descubrir donde está Dios, las huellas de Dios, poniendo de relieve cuál es su proyecto para con los hombres y por donde van hoy sus designios de salvación ya que el Espíritu está siempre presentes en la sociedad y en la cultura en que vivimos.

Por eso es muy interesante subrayar la necesidad de hacer visible el mensaje de Jesús siempre actual en sus valores, a veces ocultos en una religiosidad más pendiente de lo normativo o lo ritual que no transparenta los valores más vivos que predicó Jesús fundamentados siempre en la justicia y el amor.

¿ Qué es hacer milagros o echar demonios ?

Jesús nos descubre en su vida pública un modo nuevo de ser profeta fundado en el poder de todos los hombres y mujeres para cambiar el mundo venciendo el mal con la fuerza del bien. Es una forma l de hacer milagros o echar demonios, porque todos tenemos la posibilidad de sacar lo mejor de nosotros mismos, trabajando por un mundo más justo y humano. En este sentido todos somos agentes de esa trasformación, aunque no estemos “catalogados” en grupo determinado de acción pastoral.

Y es que ningún grupo humano por muy elevado que sea tiene la exclusiva y menos el monopolio de hacer el bien Es la gran enseñanza que nos da Jesús, “no es de los nuestros”, pero no se lo impidáis. El bien siempre es obra de Dios, todos los esfuerzos para luchar por la liberación y la dignidad humana donde quiera que sea nos hablan del amor de Dios a los hombres y de su acción liberadora frente a las víctimas del odio, la explotación, el desprecio, la discriminación injusta y la falta de amor.

Dios siempre actúa en la historia de forma insospechada para nosotros. La duda surge, para algunos, cuando no es la Iglesia oficial la que actúa o habla, porque nos parece que nos falta una seguridad que nos viene de la Institución que nos protege. Pero el creyente adulto debe huir de dos extremos, muy frecuentes en la sociedad actual. Por una parte el caer en un relativismo ante el magisterio de la Iglesia sin tenerlo en cuenta, viéndolo como algo que coarta la libertad humana, pero también está la postura contraria, cómoda, conformista y falta de crítica, que impide tomar posturas adultas y personalizadas en la fundamentación de la propia fe.

El bien que podemos hacer, signo de la presencia del Reino de Dios entre nosotros

El evangelio de hoy tiene una segunda parte en la que Jesús señala con tonos muy gráficos y a la vez duros, la postura que sus discípulos deben tener ante el bien o el mal que siempre puede estar presente en la propia conducta:

Primero, nos dice que cualquier acto, cualquier gesto, por muy pequeño que sea, como el dar un vaso de agua a quien tiene sed no quedará sin recompensa, porque siempre será un signo del Seguimiento de Cristo y una mediación en la implantación del Reino. Pensemos en tantas obras asistenciales de la Iglesia, para muchos el único signo visible de la presencia de Dios en la Iglesia institucional. Un vaso de agua es muy poca cosa, quizás por esto señala algo al pareces sin importancia pero no carente de valor. De ahí que el ejemplo tan demostrativo elegido por Jesús, porque nuestro Padre Dios se ocupa de las necesidades aparentemente pequeñas de sus hijos.

Advertencia sobre la posibilidad del escándalo

A continuación Jesús, como contraste, habla del mal, nos advierte de la fuerza del mal siempre posible en nosotros. El lenguaje metafórico es duro, nos habla de ser intransigentes cuando alguien es causa de escándalo para los que el evangelio llama, “pequeños” es decir, los frágiles, los sencillos, aquellas personas que por su falta de formación pueden ser dañadas en su fe.

Este texto se ha aplicado con frecuencia para señalar el cuidado que debemos tener con los niños, los menores de edad, hoy por desgracia es un tema de actualidad por los casos de pederastia. Pero no debemos restringir su intencionalidad. Jesús nos viene a decir que todos somos responsables de la fe de los otros y debemos cuidar de ella. Lo interesante es señalar que al recalcar todo esto, con un tono tan fuerte, quiere subrayar la gravedad de estas actitudes a veces frívolas o despreocupadas que se dan entre nosotros con frecuencia, porque todos somos responsables de la fe de nuestros hermanos.

El peligro de las riquezas

En este mismo tono, y como una aplicación de lo anterior nos habla Santiago en la segunda lectura. Es una reflexión sobre al papel que el dinero puede adquirir en la vida de los seguidores de Jesús. El Apóstol nos presenta el dinero como un peligro por su mal uso, puede ser incluso un ídolo, que al centrarnos en él, nos aparta de Dios. No es un mal en sí mismo, pero la acumulación del dinero, a veces injustamente ganado, repercute a su vez en el empobrecimiento de los demás. Y en definitiva nos aparta del proyecto de Jesús para con nosotros. Aquí tampoco caben componendas o medias tintas.

Sigue siendo hoy un tema de actualidad. Se habla mucho del enriquecimiento de unos pocos, rápido y a cualquier precio, es la cultura del pelotazo, a la vez también se ofrecen estadísticas para concienciarnos sobre el hambre y el subdesarrollo que sufre gran parte de la humanidad como consecuencia de esa acumulación de riquezas por unos pocos. Pero el acostumbramiento al bienestar es esta sociedad nuestra, hace que a la larga todo siga igual.

El peligro está en que fácilmente nos centramos en nuestro propio Yo, en nuestro afán de poseer, de comodidad, de bienestar y, en consecuencia, nos alejamos de los demás. Ignoramos o no queremos ver las situaciones penosas que viven una gran parte de la humanidad al carecer de lo más elemental. Como defensa, siempre tendremos miles de argumentos para justificar nuestra demasía en el consumo y en afán de bienestar egoísta.

Como se ve, también en esta carta de Santiago, de tonos enérgicos y muy expresivos, encontramos motivos para la radicalidad y la intolerancia ante el mal. Es una exigencia para seguir el proyecto que nos ofrece Jesús en su seguimiento para la implantación del Reino.