Dom
29
Ene
2017

Homilía Cuarto Domingo de Tiempo Ordinario

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

Bienaventurados los pobres en el espíritu

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Ser feliz

Quede claro, Jesús quiere para cada ser humano la felicidad. También para él. No podía ser de otra manera. Ya Aristóteles había señalado que la actividad humana, el vivir de cada hombre busca la felicidad. En esa tendencia se encaja el bien hacer y el bien ser, la ética. Santo Tomás recoge esta enseñanza, y su programa ético parte de la búsqueda de la felicidad propia de toda persona humana. El Catecismo de la Iglesia nos lo recordará, la busca de la felicidad lo ha inscrito Dios en el ser humano. Dicho de otra manera: Dios quiere que los seres humanos sean felices. Y una felicidad que no podemos reservar para el cielo. Hemos de adelantar el cielo, de manera imperfecta, por supuesto, ya aquí en la tierra. El mensaje no es, pues, ser infeliz en la tierra para ser felices en el cielo y cuanto más infelices aquí más felices allí.

Felicidad humana

La felicidad es una utopía, no una ilusión. Es ilusión, somos ilusos, nos olvidamos de cómo es nuestra condición humana, nos engañamos, si prescindimos de nuestras limitaciones, nuestras pulsiones no pocas veces inhumanas, y queremos aquí y ahora la felicidad plena, como si en vez de seres humanos fuéramos seres angélicos. Es utopía, nunca se alcanzará aquí la plenitud de la felicidad, pero vivir es caminar hacia ella, día a día, superando lo que atenta contra lo que nos hace felices.

Es humana por otra razón esencial, nunca puede consistir la felicidad en un modo de ser y actuar que contradiga lo que nos constituye como seres humanos; por eso caminar hacia la felicidad, es caminar hacia nuestra perfección humana: no podemos ser felices como lo es un león matando y comiendo a la presa. No podemos ser felices aplastando al otro o despreciándole o creyéndonos que todo tiene que estar en función de nuestros instintos, placeres a costa de lo que sea. Tiene que ser una felicidad social, que implique la felicidad del otro. El ser humano es esencialmente social, el otro pertenece a su ser, - y así es social también la libertad-, porque social es su vivir, es convivir, construyendo –realizando- su persona y construyendo comunidad humana.

Somos felices buscando más el ser que el tener

Con estas premisas es como tenemos que entender las bienaventuranzas. Somos felices buscando más el ser que el tener, la convivencia humilde y sencilla, que no el imponeros al otro. Nuestra felicidad implica tener un corazón abierto para acoger, para ofrecerlo al que nos necesita, miseri cor dare, tener misericordia. No podemos ser felices si queremos, a costa de lo que sea, que no exista el dolor en nuestra vida, de ningún tipo, y cuando llega no pretendemos procesarlo y encajarlo en ella sin que nos la destroce; ni tampoco siendo indiferentes, troncos secos, ante el dolor de los demás. Hemos de tener hambre y sed de justicia, es decir, así se entiende la justicia en los textos bíblicos, de perfección humana, de desarrollar lo que nos define como seres humanos: la búsqueda de la verdad, la dimensión afectiva, el sentir a Dios en la vida… Seremos felices en la medida que nuestro corazón esté limpio de odios, de envidias, de mentiras interesadas, de pulsiones que nos degradan. Es decir, en la medida que nuestro interior no es retorcido, sino transparente a nosotros mismos, al otro, a Dios. No podemos poner la felicidad en la victoria sobre el otro, sino en la convivencia, sin vencidos ni vencedores, en esforzarnos por la paz que nos hace seres humanos y felices, y hace a los demás. En fin, y ésta última es la más “atrevida”, aunque realista, sucedió con los verdaderos profetas: seremos felices aunque la sociedad no entienda ese programa de vida que ofrecen las bienaventuranzas, se nos desprecie por “infelices”, seres de otro mundo, no realistas; en concreto por ponernos de parte del Evangelio, de modo que nuestra causa sea la de Jesús. “Estad alegres y contentos” -dice la versión de san Mateo, “porque la recompensa será grande en el cielo”; pero Lucas, en su versión, precisa, “estad alegres ese día”.

Jesús es el primer “bienaventurado”

Todo se resume en acomodar nuestra vida al proyecto de ser humano que Jesús presenta en su Evangelio. Jesús es el primer “bienaventurado”, fue feliz de acuerdo con el programa de las “bienaventuranzas” que proclamó. Fue feliz porque realizó en sí la perfección humana, “hombre perfecto y perfecto hombre”, que nos dice Gaudium et Spes, ajustó su vida a lo que el Padre quería de él. Nosotros seremos incapaces de conseguirlo por nosotros mismos, en nosotros existe lo inhumano, es decir, el pecado; pero él lo sabe y vivió, murió y resucitó para ayudarnos a serlo.