Dom
28
Dic
2008

Homilía Domingo Infraoctava de Navidad

El Niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • La familia en la sociedad de consumo

1.1.     La familia, influida por la cultura

            En la familia vamos adquiriendo las identidades de esposo, esposa, madre, padre, hija, hijo, hermano, hermana y otras muchas. A su vez, las familias se ven fuertemente influidas en la configuración de esas identidades familiares por la cultura en la que viven. Y así, no es lo mismo ser madre, hijo o hermana en la época romana que ahora. Pues bien, con mayor o menor intensidad, en casi la mayor parte del planeta, hoy se vive –o se desea ardientemente– la cultura que podemos denominar del consumo. Ésta se caracteriza porque tiene como valores centrales los económicos y los biopsíquicos. Y estos valores ejercen un dominio tiránico y casi absoluto sobre el resto de los valores.

1.2.     Los valores biopsíquicos y económicos como eje de nuestra cultura

            Como prueba de la importancia que tienen los valores que podemos denominar biopsíquicos en nuestra cultura, vemos que hoy se exalta como nunca el disfrute de la salud, por lo que luchamos sin descanso contra la enfermedad. Del mismo modo, invertimos mucho esfuerzo, tiempo y dinero en el esmerado cuidado del propio cuerpo para que aparezca radiante, ágil, juvenil, atrayente, aseado y bello. Asimismo, el disfrute del placer de los sentidos (comidas, perfumes, colores, tactos) nos atrae sobremanera. Las relaciones sexuales –otro ámbito de lo biopsíquico– han adquirido en nuestra cultura una importancia de primer orden. Finalmente, el bienestar de los estados psíquicos es perseguido por nosotros con ahínco por medio de lecturas, músicas, películas, drogas, alcoholes y técnicas psíquicas. Pues bien, estos valores de nuestra cultura están muy presentes y moldean las relaciones familiares de muchos hogares.

            También nuestras relaciones familiares están muy influidas por la voracidad de consumir, y se las valora en no pequeña medida desde la óptica del consumismo. Sentimos enorme satisfacción cuando proporcionamos a nuestros hijos, cuantos más mejor, bienes de consumo. Deseamos para ellos un futuro profesional que les proporcione abundante dinero para consumir. Ellos, a su vez, ven a los padres –a veces únicamente– como la fuente de sus recursos para el consumo.

1.3.     Los valores biopsíquicos y económicos son humanizadores

            Hasta hace bien poco, la cultura de occidente ha despreciado y no ha considerado como valores a los biopsíquicos y económicos. Ha sido un grandísimo error, pues estos valores son tan humanizadores como los demás, ya que desarrollan dimensiones vitales del ser humano. Sin ellos no se puede vivir como ser humano. Pero se convierten en deshumanizadores cuando ejercen una tiranía sobre los demás y los anulan o los someten, como sucede en la actual sociedad de consumo. Hay que decir que esa misma deshumanización la han ejercido también los valores religiosos y los morales y los sociopolíticos cuando han anulado o sometido tiránicamente a otros.

1.4.     Efectos de la tiranía de los valores de nuestra cultura sobre la familia

            La estructura de la familia, la localización de la casa, las aspiraciones, intereses, dedicaciones, organización del tiempo y desarrollos personales de sus miembros están hoy orientados casi en exclusiva a la consecución de valores económicos y biopsíquicos. Lógicamente, muchos de los problemas que viven las familias de los países de la abundancia tienen buena parte de su raíz en esta tiranía que ejercen los valores biopsíquicos y económicos sobre las relaciones familiares. Y así, por ejemplo, cuando el valor raíz que da origen a cada familia, es decir, el encuentro amoroso entre una mujer y un hombre concretos, se sustenta únicamente en los valores biopsíquicos y económicos que cada uno aporta y espera del otro, es lógico que dicho encuentro tenga la intensidad y la duración que tienen sus respectivos valores biopsíquicos y económicos. Otro hecho: cuando la estima que cada uno recibe de los demás y la que tiene de sí mismo se basan en los valores económicos y biopsíquicos que posee, es lógico que intente acaparar la mayor cantidad posible de ellos. Y, como estos valores, sobre todo los económicos, son excluyentes –si los posee uno, no puede tener esos mismos a la vez el otro–, el egoísmo es la consecuencia lógica de vivir el modelo humano de la sociedad de consumo. De este modo, las familias consumistas están ocupadas en el bienestar únicamente de sí mismas. Y, ya dentro de ellas, también cada miembro mira exclusivamente para sí.

 

  • La familia del reino de Dios hoy

            Nosotros nos decimos cristianos. ¿Es realmente cristiana nuestra familia, o es tan consumista como las de los no creyentes?

2.1.     De la familia de Jesús a la familia según Jesús

            El que Jesús llamara Padre a Dios y que enseñara con su vida que Dios es amor, sobre todo a los últimos en la escala social, nos hace suponer que Jesús recibió de su familia una intensa y también peculiar manifestación de amor. Sus cerca de treinta años de vida familiar en Nazaret no fueron ajenos a lo que después haría Jesús. La reacción tan bondadosa y comprensiva de José ante el embarazo de su esposa, el desprecio de los habitantes de Belén, el nacimiento del Niño en un pesebre, la persecución política de Herodes, la huida a Egipto y la vida en ese país como inmigrantes y los anuncios dolorosos que reciben cuando la presentación en el templo muestran a José y a María compartiendo el sufrimiento y ayudándose a cumplir la misión que Dios les había encomendado. Y esto –qué duda cabe– tuvo que dejar una impronta en Jesús.      

            Sin embargo, los evangelios no ocultan que entre Jesús y su familia hubo tensiones y serias discrepancias por su modo de ser y de actuar. ¿Por qué me buscabais?, les recrimina Jesús a sus padres.  En otra ocasión, su madre y sus hermanos llegan a donde está Jesús con la intención de llevárselo, pues piensan que está loco. Jesús dirá que su familia no es la biológica, sino que la constituyen los que ponen en práctica el reino de Dios.

2.2.     De ahí que solamente situándonos en la perspectiva del reino de Dios podremos comprender el profundo significado de la familia cristiana

            El “reino de Dios” es la expresión elegida por Jesús de Nazaret como símbolo central de todo su mensaje y, sobre todo, de su actuación. Según eso, las relaciones familiares son otra cosa cuando un hogar cristiano se esfuerza por que germine en él la semilla del reino de Dios. Sus miembros tratarán de ir construyendo entre ellos el profundo amor que mostró el padre de la parábola con el hijo pródigo, y que practicó Jesús a raudales con la gente que le rodeaba. Las mujeres de la casa no deben llevar la peor parte frente a los varones, sino la mejor, porque, en el reino de Dios, el que quiere ser el primero ha de ser el servidor de los demás; y las mujeres dan ejemplo de servicio en la familia, imitan mejor que los demás a Jesús cuando dijo: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve”. Los conflictos que viven las familias, las discusiones entre padres e hijos, las rivalidades entre hermanos, los múltiples sufrimientos que se originan en las relaciones familiares sólo se solucionan con la compasión, la ternura y el perdón (“per–donare” = “dar con abundancia”), actitudes todas ellas de las que Jesús fue un ejemplo admirable, porque el Dios Padre es todo ternura, compasión y perdón. Las angustias, temores, miedos, complejos, enfermedades, penurias y otras calamidades que hay en las familias deben ser socorridas por los miembros que estén más fuertes, a ejemplo de Jesús, al que acudían los enfermos para que los curara.

2.3.     La cristiana ha de ser una familia abierta a las demás familias, no centrada únicamente en sus propios intereses, como la sociedad de consumo

            Jesús nos enseña que no podemos limitar nuestras preocupaciones al pequeño mundo de la familia. El dejó su familia, para ocuparse de otras familias necesitadas de su entorno y paliar sus males y sufrimientos. Y en eso hizo consistir el reino de Dios. La verdadera familia cristiana, por tanto, es aquella que rompe los muros en que instintivamente tiende a encerrarse el amor familiar. La razón es que el Dios de Jesús es Padre de todos y, por consiguiente, todos los seres humanos somos hermanos de verdad. La preocupación central de toda familia cristiana no ha de ser la de prosperar ella a toda costa, sino la de ser fuerza para construir comunidades de hermanos entre todos los que poblamos el planeta, a ejemplo de Jesús de Nazaret, que vivió el amor a Dios y de Dios como un amor a todos los seres humanos, sobre todo a los últimos de la sociedad.

2.4.     Vivir el reino de Dios dentro la familia y hacia fuera de ella lleva consigo, inevitablemente privaciones, dolores, enfrentamientos, conflictos, odios y rencores en esta sociedad de consumo

            La sociedad de consumo ejerce un poder seductor como no lo ha tenido ninguna otra en el pasado. Pero en la familia consumista no hay cabida para las actitudes ni las conductas que Jesús reclamó para el reino de Dios. El cristiano vive, por ello, el duro conflicto entre la seducción del consumismo y la seducción del reino de Dios. El que opta por esto último, tiene que desviarse –y hasta enfrentarse– al modelo de familia de la sociedad de consumo. No será nada fácil, y lógicamente correrá la misma suerte que tuvo Jesús de Nazaret, que habló de la división y las espadas que su mensaje ha venido a introducir en el seno de la familia (Mt 10, 34-37), y anunció el odio que va a nacer entre padres e hijos por esta misma razón (Lc 14,26; 21, 16-18). Y les dice a los suyos que todo el mundo les va a odiar por causa de él.

2.5.     Las enseñanzas de la lectura de la carta a los colosenses sobre la mujer en la familia

           A muchos cristianos de hoy les resulta particularmente chocante la actitud de sumisión que el autor de la carta a los colosenses recomienda a las esposas. El escritor sagrado –como no podía ser de otra manera– se dejó influir por la cultura de su tiempo, por la estructura patriarcal de la familia en el imperio romano, y en este ámbito no captó todo el efecto liberador del reino de Dios. Hoy hemos descubierto algo más y vemos que Jesús, rompiendo los estereotipos sobre la mujer que había en aquella sociedad, devolvió la dignidad a viudas indefensas, esposas repudiadas y, en general, a mujeres solas, sin recursos, poco respetadas y de no muy buena fama. Las “últimas” en la consideración social fueron, para él, las “primeras” en el reino de Dios. Los cristianos estamos obligados a seguir esta línea, si realmente queremos ser consecuentes cuando pedimos: “Venga a nosotros tu Reino (a nuestras familias)”.