Dom
2
Jul
2023

Homilía XIII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2022 - 2023 - (Ciclo A)

El que pierda su vida por mí, la encontrará

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

El testigo cristiano acoge la cruz como seguidor de Jesús, se dispone a vivir su existencia crucificada. Desde esta dinámica se entiende la aparente paradoja el encontrar la vida verdadera en Jesús, perdiendo la de nuestros afanes y desvelos inútiles, ya que cuando la persona hace el bien sale ganando vida.

 Además, entregando la vida se genera comunión y comunidad, no nos lanzamos al desamparo, sino a la acogida comunitaria, aunque entreguemos un simple vaso de agua. El amor a Dios tiene nombre y apellido, es nuestro prójimo. A lo largo del día encontramos personas en nuestro camino, sus rostros arrastran una historia y depende de nosotros, el que esas historias queden tocadas por la gracia de Dios a través de nuestra acogida.

Encontrar la vida entre los perdedores

Nuestra sociedad, está plagada de hermanos perdedores crucificados: nacidos en países dominados por imperios; no contando para nada en los mundos de la eficacia y las riquezas; como si hubieran nacido en el lado equivocado: sin identidad, alojados sin patria, sin los servicios más necesarios como el alimento, la educación, la sanidad. Además nosotros se lo recordamos y tantas veces, no tenemos ninguna intención de ayudarles a recuperar su dignidad.

Seguir a Jesús no es sufrir. El nunca quiso el sufrimiento (enfermedad, injusticia, soledad, desesperanza, ….), es más: se dedicó a eliminarlo, luchó contra él de todas las maneras; esta fue su preocupación, no el pecado.

Perder la vida es hacer sobresalir en la vida testimonial la generosidad, la caridad, la gratuidad, sobre las pasiones y pulsiones humanas; sobre las indiferencias, odios y malos rollos humanos; sobre lo material, lo relativo, la eficacia. Y ya más en concreto: poner por delante de todo, la vida con Dios sacramental, de oración, de solidaridad.

Misioneros de un Dios solidario, de un amor incondicional, pero con cruz.  ¿Vida cristiana sin aguijón?

El hecho de predicar el Dios amor, no quiere decir, fabricarnos un Dios a nuestra medida, un Dios que nos diga sí a todo lo que nos gusta, un Dios que legitime nuestra religión “burguesa”, sino un Dios que con su encuentro nos haga responsables y más de una vez, tendremos que renunciar a nuestra voluntad. El evangelio no es un tranquilizante para justificar nuestras vidas placenteras y satisfechas, ni es algo que nos evite el dolor e inmunice ante el sufrimiento, sino que nos hace gozar y sufrir, consuela e inquieta, apoya y contradice, porque así es camino, verdad y vida. La fe cristiana no está enfocada fundamentalmente para solucionar mis problemas y mis sufrimientos, como si fuera de uso personal, al servicio de cada uno, sino que se centra en el sufrimiento de los demás y solo así se vive la fe como experiencia de salvación.

Vivir así, trae problemas, pues hacer el bien, estar al lado de los que sufren, de los últimos provoca el rechazo de los que no quieren cambiar nada. Así nos lo quiere explicar Jesús con la metáfora del “cargar con la cruz”. Todos conocían lo que significaba cargar con la cruz en aquel tiempo. El objetivo era que quien la llevara, apareciera como culpable. Por tanto, si le seguimos vamos a ser rechazados. Buscar a Jesús y llevar su cruz, no es buscar cruces, sino aceptar la crucifixión que nos llegará porque le seguimos.

Jesús se fija siempre en lo que pasa en al otro, en sus situaciones: es compasivo. Ante la posibilidad de aburguesamiento a la que puede llegar quien se dedica a la perfección por los caminos del cumplimiento exacto y fiel de la ley, Jesús lo corrige con el “sed compasivos y misericordioso como vuestro Padre”, pues la perfección, la santidad no se encuentra en la separación de los hombres para creer que estamos más cerca de Dios, sino en el acercamiento compasivo y samaritano al dolorido, al herido y débil que tengo al lado.

La recompensa de un vaso de agua

Con frecuencia oímos que el amor es dar y nos imaginamos que “ese dar” es desde la mentalidad actual del tener y del ser eficaz, prescindir de algo nuestro, gastar algo mío, sacrificarme en algo, privarme de algo, de tal manera de nadie quiere entrar en ese empobrecimiento y en esa especie de falta de realidad poco inteligente. En cambio, el gesto de dar es señal de vitalidad, de riqueza y poder creador. Cuando damos algo a los demás es una experiencia de vitalidad desbordante, que nos hace entender nuestra capacidad para enriquecer a los otros. Dar significa estar vivo y ser rico. El que tiene mucho y no sabe dar no es rico, es un pobre hombre por muchos bienes que tenga. Es verdad, solo es rico quien es capaz de regalar algo de sí mismo a los demás.

El descubrir lo que está vivo en nosotros y hace bien a los demás: cariño, alegría, compasión, esperanza, acogida, cercanía, es eso que nos parece poco, pero es mucho lo que podemos dar. No se trata de cosas grandes, solo de un vaso de agua fresca y no quedará sin recompensa. En el fondo hay alguien que bendice lo pequeño, si estamos dispuestos a abrir nuestra vida a los demás, si somos capaces de compartir nuestro trocito de pan, nuestros pocos peces. El los bendice y multiplica como hizo en aquel milagro.

Entregados y peregrinando con los hermanos, recibimos a Jesús, parece que perdemos nuestra vida, pero avanzamos a la meta final, que es el Padre.

¿Qué es lo que no permite a Dios obrar en mi vida y abrirle la puerta de mi corazón para que Él reine? ¿Qué vida tengo que perder yo?

¿Soy consciente que la verdadera cruz diaria es ser testigo de quien creo? ¿No llamaré cruz a tantas cosas que no son tan importantes como esta?

¿Crees que asentar tu vida haciendo el bien, como perdedor, es ganar tu propia vida?

¿Son suficientes los acompañamientos técnicos y profesionales a personas perdedoras? ¿no deberá de ir acompañado de la compañía, el afecto, el cariño, el detalle humano?