Dom
18
Sep
2022

Homilía XXV Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2021 - 2022 - (Ciclo C)

No podéis servir a Dios y al dinero

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

En la Mesa de la Palabra de este domingo se nos parte y reparte este pan que nos ayuda a coger fuerzas para ser fieles al Evangelio. Ante tantas situaciones de conflictos como se nos presentan en nuestra vida diaria, tanto a nivel humano, familiar y laboral, el Señor hoy se nos hace presente para avisarnos de cómo hemos de usar los bienes naturales que son realidades buenas salidas de sus manos, pero la codicia humana y el afán de lucro, la falta de escrúpulo de unas personas hacia otras los pueden hacer instrumentos de injusticias.

El Salmo responsorial (Sal. 112) ya nos advierte que el Señor “levanta del polvo al desvalido y alza de la basura al pobre”. Esta sensibilidad hacia el pobre y el necesitado es un tema recurrente en el lenguaje profético del Antiguo Testamento. Lo hemos comprobado en la proclamación de la primera lectura tomada del profeta Amós.

Dios actúa siempre en favor del oprimido, pidiendo cuentas a quienes no actúen de forma solidaria con los hermanos, especialmente si éstos están sufriendo o pasan dificultades.

Las noticias que nos llegan diariamente son las subidas exageradas de los precios en productos de primera necesidad. Vemos cómo los precios cambian y suben de forma exagerada cuando pasan de mano en mano, aumenta la especulación y todos de alguna manera somos víctimas de la inflación. Esto influye en nuestro diario vivir.

Esta situación no es nueva. Vemos cómo Amós, llamado por los entendidos el “Profeta de la justicia social”, ya denuncia en su tiempo con críticas muy duras algo que se sigue dando entre nosotros en nuestro actual modelo económico. ¡Cuántos engaños comerciales!: Balanzas con trampa, mecanismos micro y macro económicos que permiten el enriquecimiento fácil y espectacular… Es verdad que ya no se compra al mísero por un par de sandalias, pero se pueden establecer sistemas de financiación que pueden hundir al que más lo necesita.

El fragmento del Evangelio que hemos proclamado está tomado del capítulo 16 del Evangelio de San Lucas. Es muy revelador que este capítulo viene precedido de las parábolas de la misericordia que alguna hemos leído en domingos anteriores: el hijo pródigo, la oveja perdida, la dracma perdida... No es posible, que el Dios revelado por Jesús de Nazaret “que hace salir el sol sobre buenos y malos” sin distinción, se quede impasible ante el sufrimiento que se produce por el mal uso de la los recursos naturales, fuente de la riqueza.

Jesús en esta parábola, que dirige a sus discípulos, nos habla de “un hombre que tenía un administrador” dando a entender un primer mensaje: ¡Somos administradores! Y tenemos la obligación de administrar con “sagacidad”. Por eso el segundo mensaje que se nos da: "No se puede servir a dos señores... no podéis servir a Dios y al dinero".  Con frecuencia en nuestro manejo del dinero, de los recursos naturales, "nos servimos de Dios y servimos al dinero". Lo correcto sería lo contrario "Servir a Dios sirviéndonos del dinero". El que es hábil (sagaz) para crear riqueza lo ha de realizar para servir al ser humano. No servirse del ser humano para acrecentar sus riquezas. ¿No será esta la causa de tanta injusticia como se da en nuestro mundo actual?

El mensaje de Jesús obliga a un replanteamiento total de la vida. Quien escucha sinceramente el evangelio intuye que se le invita a comprender, de una manera radicalmente nueva, el sentido último de todo y la orientación decisiva de toda su conducta. Se entiende bien el pensamiento de Jesús. Es imposible ser fiel a un Dios que es Padre de todos los hombres y vivir, al mismo tiempo, esclavo del dinero y del propio interés.

Que María, nuestra Madre, que fue la que mejor comprendió el mensaje salvador de su Hijo, nos ayude a servir a Dios sirviéndonos de nuestros recursos para favorecer a los más necesitados.

Celebrar la Eucaristía cada domingo, implica este servicio a Dios. Le estamos sirviendo con nuestra presencia, nuestra escucha, nuestra participación, nuestra adoración…, y, sobre todo, con nuestro compromiso para servir a nuestros hermanos los más necesitados. Así, de verdad, ”serviremos Dios como él quiere y serviremos a los hermanos con nuestros, pequeños o grandes, recursos”.