Dom
15
Jul
2012

Homilía XV Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2011 - 2012 - (Ciclo B)

Llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Es una paradoja de Jesús: Nos invita, nos reúne junto a él y, cuando ya estamos a su lado, tan a gusto, felices y contentos, decide que nos desinstalemos y salgamos al mundo sin decirnos claramente a qué vamos ni adonde tenemos que ir.

Jesús acaba de tener una decepcionante experiencia en la sinagoga de Nazaret y, tal vez por eso, decide enviar a los doce según Marcos, los setenta según Lucas, (Lc,10), a complementar la misión. Son seguramente números simbólicos: doce son las tribus de Israel y doce son los primeros enviados; setenta/ setenta y dos son las naciones conocidas en aquel tiempo y setenta es la segunda misión enviada. Esa es una de las ideas que podemos sacar de estos episodios del evangelio: la buena noticia, el mensaje de que Dios nos ama debe llegar a todos los hombres. No se puede quedar en la comunidad de los “discípulos”, por muy numerosa que esta sea, sino que debe extenderse a todo pueblo y nación, y todos los discípulos estamos comprometidos en la tarea.

De dos en dos. Nos manda por parejas. Es una forma de evitar que podamos sentir el miedo de la soledad y al mismo tiempo prever que el mensaje que se dé, sea creíble. Recordemos que el testimonio concordante de dos era prueba suficiente de verdad ante cualquier tribunal judío.

Es también una forma de evitar la tentación del personalismo, de que el mensajero, el enviado, llegue a creerse –o ser creído- el autor del mensaje. La actuación colegiada impide que una tentación de soberbia, de individualismo, malogre la extensión del propio mensaje. La Buena Noticia es lo que importa, no quien la anuncie.

No da Jesús instrucciones sobre el mensaje a transmitir, tal vez no es necesario, pues todos saben que el mensaje importante de Jesús es anunciar la cercanía, el amor del Padre. Pero si las da sobre el modo en que ha de transmitirse: los signos de pobreza de los mensajeros son evidentes: no llevan bolsa en la que tener la tentación de guardar para el mañana; no llevan dinero con el que poder comprar lo necesario; no visten dos túnicas, símbolo de riqueza; no tienen nada suyo y dependen, para sobrevivir, de la generosidad de los anfitriones. Deberán ponerse en las manos de Dios, confiar plenamente en él y lanzarse a la aventura.

Y es difícil, --pienso--, porque mis cosas son mis cosas y no quiero renunciar a ellas. Me ha costado muchas horas de trabajo tenerlas y quiero conservarlas. Ellas son mi seguridad para lo que pueda venir.
Pues sí, tienes razón, pero lo que Cristo te propone es el abandono en sus manos, el desapego de los bienes. No que no los tengas, sino que ellos no sean otra cosa que medios para mejor servir a Dios, que su defensa y conservación no te impidan caminar hacia el hermano al que tienes que anunciar la Buena Noticia que Jesús nos ha traído.

Jesús nos quiere mensajeros en el camino. Estamos muy a gusto al lado del Maestro, escuchando sus palabras, viendo como actúa, y él decide mandarnos por el mundo adelante, solos, a llevar su mensaje hasta los lugares más remotos.

Y no nos lo pone muy cómodo: deja el coche, deja el móvil, deja la maleta, deja la tarjeta de crédito y sírvete solamente de un cayado en el que apoyarte. ¿Dónde vamos a ir tan sin medios? No son ciertamente las condiciones a las que estamos acostumbrados.

Sin embargo, el hombre de fe, la mujer de fe, se ponen en camino y anuncian a Cristo desde su pobreza. Nada tienen, nada valen, económicamente hablando, luego pueden predicar el mensaje de Cristo con toda claridad. No se podrá decir que velan por la seguridad de “su chiringuito”, pues el que nada posee, nada tiene que asegurar.