Dom
11
Jul
2021

Homilía XV Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2020 - 2021 - (Ciclo B)

Ellos salieron a predicar la conversión

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Somos enviados

Jesús ha llamado a sus seguidores más cercanos, es decir, a los Doce y los envía con instrucciones bien precisas acerca de cómo deben ir a predicar por los pueblos y aldeas de aquella Galilea del siglo I. Lo mismo hizo Dios con el profeta Amós: lo llamó y envió a profetizar...

Esta es la vocación de todo bautizado y bautizada. Todo discípulo de Jesús está llamado a ser misionero, está destinado a ser enviado, a ponerse en camino, a compartir con sus hermanos y hermanas una Buena Noticia. Esto exige una respuesta, y también la renuncia a ciertas comodidades y seguridades. El discípulo es enviado solo con lo imprescindible para el camino, está llamado a confiar completamente en el que lo envía; es por eso que no necesita prever cosas para el camino.

A veces pienso que en la Iglesia hemos puesto demasiadas veces nuestra confianza precisamente en aquellas cosas accesorias y olvidamos que nuestra seguridad está solo en el Señor que nos llama y envía.

¿Cómo estoy viviendo mi vocación de enviado y enviada en este tiempo?

Con autoridad sobre los espíritus impuros

Según el Evangelio de Marcos, Jesús envía a los Doce con autoridad (exousía) sobre los espíritus inmundos (pneumáton ton akátharton); y ellos salieron a predicar la conversión. Es muy interesante como el evangelista narrativamente muestra en qué consiste esa autoridad sobre los espíritus inmundos: llamar a la conversión.

Me pregunto si en la Iglesia, en nuestras comunidades religiosas y parroquiales estamos ejercitando esta autoridad, es decir, si estamos invitando, llamando, exhortando a la conversión, tanto personal y comunitaria.

Pero, ¿por qué necesitamos llamar a la conversión?

Invitar a la conversión porque simplemente necesitamos echar esos "espíritus inmundos" que contaminan nuestras relaciones interpersonales y fraternas, nos vuelven indiferentes al sufrimiento del hermano y la hermana, esclerotizan nuestros corazones frente al otro que busca refugio, salud, trabajo, oportunidad de crecer, amor, respeto, libertad, en fin, una vida digna, pero que no son "de los nuestros". Y así podríamos hacer una lista mucho más larga de los valores, actitudes y comportamientos que son contaminadas precisamente por esos "impuros espíritus".

Echar los demonios y curar forma parte de la misión de los enviados. Jesús les ha dado autoridad para eso. En este mundo atravesado por las muertes y enfermedades a causa de la pandemia, más que nunca se hace necesario el servicio de los discípulos y misioneros que curen diversas enfermedades y conforten a los cansados del camino. El anuncio del Evangelio no es indiferente al sufrimiento del hermano y hermana: curar, consolar, aliviar el dolor, el sufrimiento, el hambre, el frío, la falta de amor, el rechazo, la discriminación....

Me pregunto cómo estamos llevando a cabo esta tarea...

¿Por qué lo hacemos?

Uno se puede preguntar con toda razón por qué debe ser enviado, llamar a la conversión, echar demonios y curar. La carta a los Efesios nos da un bella y profunda respuesta:

porque Dios padre nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes; porque El nos eligió antes de la creación del mundo para ser irreprochables por el amor...

porque hemos recibido mucho en la vida;

porque Dios ha derramado con derroche el tesoro de su gracia en nuestros corazones;

porque hemos sido salvados por pura gracia mediante el sacrificio de Jesús en la cruz.

Si aún no he experimentado esto, seguramente, tampoco comprenderé el llamado, el envío ni la misión que tengo como bautizado y bautizada.

Quisiera terminar con las palabras del Papa san Pablo VI:

"Paradójicamente, el mundo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible. El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda." (EN 76)