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San Vicente Ferrer, el amigo valenciano que necesita el mundo

26 de abril de 2010

Carta del arzobispo de Valencia, Monseñor Carlos Osoro Sierra, con motivo de la solemnidad de San Vicente Ferrer.

San Vicente Ferrer, el amigo valenciano que necesi

Cuando nos detenemos en la vida y en los escritos de San Vicente Ferrer, siente uno la necesidad de tenerlo como amigo para caminar en esta vida. Un amigo que no solamente te da compañía, sino que te da orientaciones, te abre a perspectivas que quizá tú por ti mismo serías incapaz de ver, te mete en este mundo desde Dios y te hace intérprete de la historia de una manera nueva, a la manera de Dios revelada en Jesucristo.

La razón fundamental es que estamos ante un hombre de Dios, alcanzado totalmente por Jesucristo. Es ese tipo de hombres que por la relación y la comunión que tienen con Jesucristo, son capaces de suscitar en quienes tienen al lado alegría, esperanza, ilusión, apertura de caminos, soluciones a los problemas permanentes de la existencia humana, razones para vivir y construir la vida mirando siempre el bien de los demás.

Por eso digo que es un amigo valenciano necesario para el mundo. Valenciano porque nació aquí en Valencia en la mitad del siglo XIV, hijo de Guillem y Constanza, cuyo nacimiento estuvo precedido por signos extraordinarios, que llevó precisamente esto a que el Consell General de la Ciutat acordase apadrinar al niño “para que fuese dos veces Madre de este niño esta feliz Ciudad”. Fue bautizado en la parroquia de San Esteban y desde muy pequeño le llamaron el “niño santo milagrero”.

Hay un momento especialmente importante de su vida, que de alguna manera le define, fue cuando su padre Guillem lo llama para hablar seriamente sobre su futuro. Es en ese momento cuando define la dirección de su vida, donde aparece el hombre de Dios que tiene capacidad para marcar la vida de quienes a él se acerquen. ¿Qué encuentro habría tenido con el Señor San Vicente? Sólo desde ese encuentro se puede responder de la manera que lo hizo a su padre. Ante las diversas alternativas que le proponía por sus cualidades humanas, espirituales e intelectuales: elegir el matrimonio, el beneficio de la parroquia de Santo Tomás, enviarle a estudiar a las universidades de París o Roma, o a la corte del Papa en Avignon, la respuesta a su padre fue contundente, pues de la elección de estado dependía la eternidad y su amistad permanente que él quería tener con el Señor, por ello le dijo: “Yo, por la misericordia de Dios, tengo total aborrecimiento a las honras y bienes del siglo. (…) Los deleites, gestos, honras, y hacienda no son otra cosa que mentiras y fingimiento, son una máscara con que se disfrazan, y disimulan las miserias; el que no las siente, es el más miserable y pecador”… “porque sólo Jesús es mi todo, y mi legítima porción, por quien tengo hecho elección de Religioso del Patriarca Santo Domingo”…”El alto fin de esta Sagrada Religión es llevar almas al Cielo por medio de la predicación, y este blanco es el que cuadra más a mis intentos”. Este gesto y este momento fue determinante en su vida.

Nuestro buen dominico desde el principio de su misión se presenta como un infatigable peregrino, un pertinaz misionero, un enamorado de lo eterno que desde su más tierna infancia había albergado la idea de misionar lo aparentemente inmisionable. ¿Por qué no podía ir él por ese mundo que aparece a caballo de los siglos XIV y XV, cuando fenece la Edad Media y surge tímidamente la Moderna, el Humanismo? ¿Por qué no predicar en ese mundo lleno de conflictos entre bandos y familias y plagada de incidentes religiosos? Toda su predicación, todo su paseo apostólico, fue un optar por la presencia, pero por manifestar la presencia de Dios en esta historia y entre los hombres, presencia de un Dios que se ha hecho Hombre.

¡Cuánta luz nos da a nosotros y al mundo actual su vida! Por eso he dicho en el título que San Vicente es un amigo necesario, pues nos enseña a vivir varios aspectos de nuestra existencia con una radicalidad especial. Veamos algunos: 1) aunque pensemos que nuestra vida es vida para la interinidad y brevedad, sin embargo no podemos abandonar las estructuras alegando que el mundo pronto pasará; 2) aunque optemos por la acción personal individual, e incluso por el servicio a las personas marginadas socialmente, aunque optemos por un modelo de relaciones cara-a-cara, sin embargo no podemos ignorar las estructuras sociales desordenadas, ni el desorden establecido, ni el que cada día trata de establecerse, porque ese desorden influye en los que más necesitan; 3) aunque vivamos en el mundo sobre el cual no tenemos ningún control directo, precisamente por eso hemos de articular respuestas comunitarias alternativas; 4) aunque sepamos que nuestro Reino no es de este mundo, no por eso nos convertimos en ahistóricos; 5) aunque vivamos para el espíritu, no por ello debemos olvidar la envoltura carnal sin la que no hay posibilidad de ejercer el espíritu en este mundo; 6) aunque lo nuestro sea la proclamación del único Digno de ser adorado y aunque reconozcamos la infinita distancia entre Dios y nuestras respuestas, no podemos cruzarnos de brazos; 7) aunque sólo Dios lleva la iniciativa en la obra de salvación, la obra de la redención es también un don por el cual Dios mismo capacita a los hombres para que restauren su comunión con él.

¡Qué fuerza tiene la vida de San Vicente Ferrer para todos nosotros! Teólogo, predicador, trabajador del milagro, juez, reconciliador, pacificador, profeta, apóstol. Lo realiza en Valencia y en su misión de predicador por toda Europa y lo hace viviendo lo que él predica. ¡Qué hondura tiene el sermón en el que habla de los tres grados o partes de la caridad y buena vida que se ejercitan continuamente! ¡Qué fuerza tiene cuando nos vemos divididos, enfrentados, con falta de ese amor que viene de Dios! Conviene escucharle: “comenzar vigorosamente; progresar fructuosamente; terminar virtuosamente… El primer grado extrae al hombre de los pecados, para evitar que estos aparezcan confusamente en el juicio divino… La caridad cubre la muchedumbre de los pecados, pero se requiere vigor… Las muchas aguas no han podido extinguir el amor, ni los ríos podrán sofocarlo… El segundo grado hace al hombre abundar en el mérito, como el árbol plantado y radicado en buena tierra. Esto pido en mi oración: que vuestra caridad rebose todavía más y más… El tercer grado permite al hombre conservar la vida virtuosa como el gobernante ya rico su casa… enraizados y cimentados en la caridad a fin de que seáis capaces de comprender, con todos los santos” (San Vicente Ferrer, Sermonario de Perugia, 190).

La virtud de nuestro Santo se extendió por la cristiandad de su tiempo y siglos después su obra y ejemplo es también necesario para el agitado mundo actual. San Vicente nos invita a vivir vestidos de virtud. Nada hay que amar más que la virtud, ni nada es tan aborrecible como el vicio que es la falta de virtud. Es preciso ser virtuoso para alcanzar una vida feliz, pero también ser feliz para ser virtuoso. Por eso la virtud nace de quien la tiene y de quien la puede comunicar. ¡Qué bien lo sabía decir San Vicente Ferrer y qué bien sabía poner a los hombres ante la Virtud que era el mismo Jesucristo! Cuando se cumple un año de mi llegada a Valencia como vuestro Arzobispo a esta querida Archidiócesis, el ejemplo de san Vicente se me presenta luminoso como nunca. En el cristianismo, el Amor es el centro de todas las virtudes. Todas las virtudes son manifestaciones del Amor y ese amor es Jesucristo.

Con gran afecto y mi bendición

+ Carlos, Arzobispo de Valencia