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La misión ante el ser-negado

16 de abril de 2021

Los pobres no nacen, nacen personas. Los pobres los producimos y los mantenemos en su pobreza por nuestras estructuras sociales. Hay que optar de forma clara y prioritaria por ellos.

Si examinamos en una muy breve síntesis de la historia de la Orden de Predicadores la atención a los pobres, vemos que, en el momento de su fundación, los predicadores junto con los franciscanos, ya en las primeras décadas del siglo XIII, abandonan la seguridad de los monasterios, propia de benedictinos y resto de Órdenes, sus riquezas, sus beneficios, y al margen del poder, se desplazan a las afueras de las ciudades.

La pobreza de dominicos y franciscanos supone un corte radical respecto del ideal de pobreza en la vida religiosa de los siglos anteriores, así como de los canónigos regulares, en los que una estricta pobreza individual, que aumentaba su credibilidad, era el contrapeso a la riqueza de los monasterios y colegios canonicales, que se afanaban en sus hospederías a la atención y auxilio de los pobres que se dirigían a ellos y por ellos eran acogidos.

Cuando Domingo de Guzmán funda su Orden en 1216, la pobreza ya no estaba solo alrededor de los monasterios, sino que se expandía por las villas en crecimiento con el nacimiento de la burguesía. Surgen entonces las Órdenes mendicantes que pretenden en su mendicidad la atención a los pobres mediante la comunión de vida, esto es, viviendo como ellos. Michel Mollat lo expresa así: “para Francisco y Domingo el pobre es un ser viviente y la pobreza un hecho concreto. Ellos no se adhieren a una noción, sino que quieren compartir un género de vida y esta pobreza real, van a buscarla allá donde ella tiene un terreno nuevo: la Villa”. Pero en toda la historia de la vida religiosa hay que reconocer que esa tensión entre momentos álgidos y decadencia, reforma y laxismo siempre estuvo relacionada con la pobreza y los pobres.

Los pobres no nacen, nacen personas. Los pobres los producimos y los mantenemos en su pobreza por nuestras estructuras de dominio casi siempre de dimensión transnacional. Los países pobres han sido encadenados a su pobreza por otros países de los que dependen, y que les exprimen su mermada riqueza con mayor o menor fuerza y opresión.

Tenemos el mejor ejemplo actual en la vacunación del COVID19: mientras los países ricos del norte, con mayor o menor éxito, van vacunando a sus poblaciones, ¿para cuándo se vacunará a la población del continente africano o de América Latina?

La concentración de la tierra por las grandes empresas agro-alimentarias, la riqueza mineral del subsuelo en manos de multinacionales mineras y petroleras, dejan a la mayoría de la población sin posibilidades de subsistencia, y bajo el dominio de imposiciones socio-económicas, (salarios bajos, obligatoriedad de uso de una falsa moneda empresarial con vales para economatos propios) y culturales (abandono de las tradiciones e imposición de la esclavitud laboral en que se vive y se olvida con cerveza y alcohol).

Si como misioneros seguimos a Jesús, prolongando en el tiempo la vida de aquella comunidad apostólica que inició el Reino de Dios en aquel mundo tan discriminatorio por razones de nacimiento, de origen, de profesión, de raza, y tan parcializado; no tenemos otra opción, ante las discriminaciones y esclavitudes actuales que tomar partido por los pobres; si queremos vivir en misión deberemos optar de forma clara y prioritaria por ellos; es la única manera de configurar cristológicamente nuestra vida a la de Cristo al que seguimos y queremos anunciar.

misionero con comunidad de pueblos originarios


Es evidente que la misión “ad gentes” requerirá para los diferentes contextos socio-económicos, diferentes formas de acción pastoral; así en los lugares donde la injusticia y la pobreza son más drásticas, se impone una mayor radicalidad profética. Pero en todo tiempo y lugar, no deberemos olvidar nunca que la riqueza de algunos se construye sobre la pobreza de la mayoría. Su olvido es lo que nos permite justificaciones encubridoras de una convivencia de la opulencia con nuestro propio estatus, alejándonos cada vez más de la configuración cristológica.

El misionero y su testimonio necesita estar presente ante la sociedad y relacionarse con ella desde los pobres y oprimidos, desde la periferia. Lo que exige, si se quiere vivir la vida en misión, un desplazamiento del “centro” a la “periferia”, con los correspondientes cambios en las prácticas sociales: entender la pobreza como empobrecimiento impuesto desde fuera y toma conciencia de la necesidad de evaluar la propia práctica social y política en favor de los grupos de la “periferia” en lugar de los del “centro”.

Dice el papa Francisco respecto del cambio de relaciones sociales con los países pobres: “Sí toda persona tiene una dignidad inalienable, sí todo ser humano es mi hermano o mi hermana, y si en realidad el mundo es de todos, no importa si alguien ha nacido aquí o si vive fuera de los límites del propio país. También mi nación es corresponsable de su desarrollo, aunque pueda cumplir esa responsabilidad de diversas maneras... Esto que vale para las naciones se aplica a las distintas regiones de cada país, entre las que suele haber graves inequidades.” (Fratelli tutti n. 125).

Y también nos enseña respecto del comportamiento personal con los cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. “Porque no se trata de dejar caer desde arriba programas de asistencia social, sino de recorrer juntos un camino a través de esas cuatro acciones, para construir ciudades y países que, al tiempo que conservan en sus respectivas identidades culturales y religiosas, estén abiertos a las diferencias y sepan cómo valorarlas al nombre de la fraternidad humana” (Fratelli tutti n. 129).

Ocurre que: si acojo, les doy nombre y les llamo; cuando protejo, despierto dignidades dormidas; al promoverles, crecen en humanidad; y al integrarlos, dejan de estar negados, quedan integrados. Cuatro verbos que si se trata de la misión “ad gentes” deben saberse también conjugar y vivir en pasiva, porque el sueño de quien va a la misión es ser recibido en la comunidad; siendo protegido y cuidado por ellos; que me promuevan dándome a conocer cada día un poco más su cultura; y finalmente ser integrado como uno más de la comunidad sin ser negado por ellos. La fraternidad misionera se conjuga siempre por activa y por pasiva y de manera simultánea; de no ser así, aparecerán negaciones.


Artículo completo de Fray Francisco Faragó OP en Selvas Amazónicas