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Misión en un mundo desbocado: futuros ciudadanos del Reino

8 de abril de 2017

Misión en un mundo desbocado: futuros ciudadanos del Reino

“Mission to a Runaway World: Future Citizens of the Kingdom. Conferencia pronunciada en la Asamblea del SEDOS. Roma,  05 de Diciembre del 2000

Se me ha pedido reflexionar sobre una espiritualidad de misión para nuestro mundo globalizado. ¿Qué significa ser un misionero en Disneylandia? Cuando se me pidió dar esta conferencia estaba encantado, porque es un tema fascinante, pero tenía también mis dudas, porque yo nunca he sido un misionero en el sentido habitual del término. En el Capítulo General electivo de México hace ocho años, los hermanos identificaron los criterios para los candidatos a ser Maestro de la Orden.  Imperiosamente debería él haber tenido una experiencia pastoral fuera de su propio país. Luego ellos me eligieron, a quien ha sido siempre un académico en Inglaterra. Yo no sé si todas las congregaciones actúan tan excéntricamente, pero muestra porqué me siento algo inadecuado para dar esta conferencia. 

¿Qué es tan nuevo en nuestro mundo, que debemos buscar una nueva espiritualidad de misión?¿Cuán diferente es del mundo al que fueron enviadas generaciones anteriores de misioneros? Podríamos responder automáticamente que aquello que es nuevo es la globalización. Los correos electrónicos fluyen en nuestras oficinas desde todas partes de la tierra. Trillones de dólares circulan alrededor de los mercados del mundo cada día, ¡sin embargo, no alrededor de la Orden Dominicana! Como se dice frecuentemente, vivimos en una aldea global. Los misioneros ya no son más enviados en barco a países desconocidos; casi cualquier lugar no queda más allá de un día de viaje. Pero yo me pregunto si la “globalización” identifica realmente el nuevo contexto para la misión. La aldea global es fruto de una evolución histórica que se ha ido concretando en los últimos quinientos -si no cinco mil- años. Algunos expertos afirman que en muchos modos el mundo hace un siglo estaba tan globalizado como lo está actualmente. 

Quizás lo que es verdaderamente distintivo de nuestro mundo es un fruto específico de la globalización, que es que nosotros no sabemos hacia dónde va el mundo. No tenemos un sentido compartido de la dirección de nuestra historia. El gurú de Tony Blair, Anthony Giddens, lo llama “el mundo desbocado”. La historia aparece como estando fuera de control, y no sabemos hacia dónde nos dirigimos. Es para  este mundo desbocado que debemos descubrir una visión y una espiritualidad de misión. 

Las primeras grandes misiones de la Iglesia fuera de Europa estaban vinculadas con el colonialismo de los siglos XVI y XVII. Los españoles y los portugueses trajeron consigo a sus frailes mendicantes, mientras que los alemanes y los ingleses tomaron sus misioneros protestantes. Los misioneros podían haber sostenido o criticado a los conquistadores, pero existía un sentido compartido de hacia dónde iba la historia, hacia la dominación occidental del mundo. Aquello daba el contexto de misión. En la segunda mitad de este siglo, la misión se llevaba a cabo en un nuevo contexto, aquel del conflicto entre los dos grandes bloques del Este y de Occidente, del comunismo y el capitalismo. Algunos misioneros han de haber rezado por el triunfo del proletariado, y otros por la derrota del comunismo ateo, pero este conflicto era el contexto de misión. 

Ahora, con la caída del muro de Berlín, no sabemos hacia dónde vamos. ¿Estamos yendo hacia el bienestar universal, o está el sistema económico a punto de colapsar? ¿Tendremos una larga prosperidad (Long Boom) o una gran explosión (Big Bang)? ¿Dominarán los estadounidenses el mundo económico durante siglos, o estamos al final de una corta historia donde Occidente fue el centro del mundo? ¿Se expandirá la comunidad global hasta incluir a todos, incluso al continente olvidado, África? ¿O la aldea global se contraerá, y dejará a la mayoría de la gente fuera? ¿Es una aldea global o un pillaje global? No lo sabemos. 

No lo sabemos ya que la globalización ha alcanzado una nueva etapa, con la introducción de tecnologías cuyas consecuencias no podemos determinar. No lo sabemos ya que, de acuerdo a Giddens, nosotros hemos inventado un nuevo tipo de riesgo. Los seres humanos siempre han tenido que vérselas con el riesgo, el riesgo de plagas, malas cosechas, tormentas, sequía, y las ocasionales invasiones de los bárbaros. Pero eran, con mucho, riesgos externos que estaban fuera de control. No se sabía nunca cuándo un meteorito podría golpear la tierra o una rata portadora de pulgas podría llegar con la plaga de la peste bubónica. Pero ahora estamos principalmente en riesgo de lo que nosotros mismos hemos hecho, lo que Giddens llama “riesgos manufacturados”: el calentamiento global, superpoblación, contaminación, mercados inestables, las consecuencias imprevistas de la ingeniería genética. No sabemos los efectos de los que hoy estamos haciendo. Vivimos en un mundo desbocado. Esto produce una profunda ansiedad. Nosotros los cristianos no tenemos un especial conocimiento acerca del futuro. No sabemos más que cualquier otro sobre si estamos en camino a la guerra o a la paz, a la prosperidad o a la pobreza. Estamos también tan frecuentemente perseguidos por la ansiedad de nuestros contemporáneos. Yo suelo ser profundamente optimista acerca del futuro de la humanidad, pero ¿esto se debe a lo que he heredado de la creencia de Santo Tomás acerca de la bondad de la humanidad, o de los genes optimistas de mi madre? 

En este mundo desbocado, lo que los Cristianos ofrecemos no es conocimiento sino sabiduría, la sabiduría del destino último de la humanidad, el Reino de Dios. Podemos no tener idea de cómo el Reino vendrá, pero nosotros creemos en su triunfo. El mundo globalizado es rico en conocimiento. En verdad, uno de los retos de vivir en este mundo cibernético es que estamos inundados con información, pero hay poca sabiduría. Hay poco sentido de un destino último de la humanidad. Realmente tal es nuestra ansiedad sobre el futuro que es más fácil no pensar en él en absoluto. Apropiémonos del momento presente. Comamos, bebamos y divirtámonos que mañana moriremos. De este modo nuestra espiritualidad misional debe ser sapiencial, la sabiduría del fin al que somos llamados, una sabiduría que nos libera de nuestra ansiedad. 

En esta conferencia deseo sugerir que el misionero debe ser portados de esta sabiduría en tres formas, a través de la presencia, epifanía y a través de la proclamación. En algunos lugares todo lo que podemos hacer es estar presentes, pero hay una confianza natural en hacer visible nuestra espera y explícita nuestra sabiduría. La palabra se hizo carne y ahora, en nuestra misión, la carne se hace palabra...

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