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El trono de Dios El papel de los monasterios en el Nuevo Milenio

9 de abril de 2017

El trono de Dios El papel de los monasterios en el Nuevo Milenio

Conferencia pronunciada por fr. Timothy en la Abadía de Sant’Anselmo (Roma) en septiembre del año 2000

A lo largo de la peregrinación de mi vida, las abadías benedictinas han sido como unos oasis. En cualquiera de estos lugares he podido encontrar a muchas personas que visitaban los monasterios. ¿Por qué lo hacen? No hay duda de que algunos son turistas que han venido a pasar una tarde esperando, quizá, ver algún monje, del mismo modo que se puede ver un mono en un zoo. Incluso puede que alguno espere encontrar carteles que digan: «No dar de comer a los monjes». Otros se sienten atraídos por la belleza de los edificios o de la liturgia. Muchos, en cambio, vienen esperando algún tipo de encuentro con Dios, deseando poder vislumbrar el misterio. A menudo se habla hoy de la «secularización». Sin embargo, vivimos en un tiempo marcado por una profunda búsqueda religiosa. Hay hambre de trascendencia. La gente la busca en las religiones orientales, en las sectas, la Nueva Era, lo exótico y lo esotérico. Y, a la vez, a menudo se sospecha de la Iglesia y de toda religión institucionalizada, excepto, quizá, de los monasterios. Todavía existe , una cierta confianza en que en los monasterios se pueda vislumbrar el misterio de Dios y descubrir alguna huella de la trascendencia.

En realidad, el papel de los monasterios no es otro que dar acogida a los huéspedes. La Santa Regla nos dice que han de ser acogidos como el mismo Cristo en persona. Deben ser saludados con reverencia, se les debe lavar los pies y se les debe dar de comer. Ésta ha sido siempre mi experiencia. Recuerdo cuando fui a Santa Otilia, durante el abadiato del Padre Viktor Dammertz. Yo era un pobre estudiante dominico inglés, desharapado y sucio, que hacía autostop. Fui acogido por estos pulquérrimos benedictinos alemanes, que me lavaron, me restregaron bien y me cortaron el pelo. Casi parecía una persona digna cuando me fui del monasterio para proseguir mi viaje.

¿Por qué la gente se siente tan atraída por los monasterios? Quisiera compartir algunas ideas que den respuesta a esta pregunta. Es probable que consideren que mis pensamientos son descabellados, siendo ello la prueba de que un dominico no tiene ni idea de lo que es la vida benedictina. Si resultara ser así, les ruego que tengan a bien perdonarme. Lo que tengo la intención de exponer es que los monasterios revelan la presencia de Dios, no por lo que ustedes puedan hacer o decir, sino porque la vida monástica tiene como centro un espacio, un vacío, en el que Dios puede manifestarse a Si mismo. Es mi propósito en esta ponencia sugerir que la Regla de San Benito les propone a ustedes tener en sus vidas una especie de «centro» vacío en el que Dios pueda vivir y ser vislumbrado.

La gloria de Dios siempre se manifiesta en un espacio vacío. Cuando los israelitas salieron del desierto, Dios les acompañaba y se manifestaba sentado en el espacio que media entre las alas de los querubines, por encima del trono de la misericordia. Por eso el trono mismo de la gloria estaba vacío. Era solamente un pequeño espacio, del tamaño de un palmo. Dios no necesita mucho espacio para mostrar su gloria. Un poco más abajo, en el Aventino, como a unos doscientos metros de aquí, se encuentra la Basílica de Santa Sabina. Sobre su puerta se encuentra tallado un bajorrelieve que representa la primera crucifixión que se conoce. En ella podemos contemplar un trono de la gloria. Este trono está también vacío: es un vacío, es la ausencia que se percibe cuando un hombre muere gritando al Dios que parece haberle abandonado. En el Evangelio, el último trono de la gloria es una tumba vacía en la que no hay ningún cuerpo.

Abrigo la esperanza de que los monasterios benedictinos continúen siendo lugares en los que la gloria de Dios se manifieste; que sean tronos del misterio. Y que lo sean precisamente por lo que ustedes no son y no hacen. En los últimos años, los astrónomos han recorrido los cielos buscando nuevos planetas. Hasta hace muy poco, no se había logrado ver directamente ningún planeta. Pero se podían detectar, gracias a la variación que se daba en la órbita de una estrella. Quizá pase lo mismo con los que siguen la Regla de San Benito. La órbita visible de sus vidas revela la presencia de la estrella escondida que no podemos ver directamente. «Verdaderamente tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel» (Is 45,13).

Me gustaría poder pensar que el centro invisible de sus vidas se revela en la manera en que viven ustedes. La gloria de Dios se muestra a través de un vacío, de un espacio hueco en sus vidas. Me parece que hay tres aspectos diversos de la vida monástica que abren este vacío y hacen hueco para Dios: en primer lugar, en sus vidas no desempeñan ninguna función concreta. También se puede decir, en segundo lugar, que no conducen a ninguna meta específica. Finalmente, son vidas marcadas por la humildad. Cada uno de estos tres aspectos de la vida monástica abre un espacio para Dios. Quisiera añadir que, en cada uno de estos tres casos, lo que da sentido a ese vacío es la celebración de la liturgia. El canto del Oficio Divino varias veces al día es lo que muestra que este espacio está ocupado por la gloria de Dios...

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