Meditaciones en el mes de mayo

Meditaciones en el mes de mayo


Tres consideraciones en torno a la vida nueva en Cristo resucitado, la mística ausencia del Señor que se nos va el día de la Ascensión, y la celebración con María del gozo en la plenitud de la salvación


Nuestras meditaciones en este mes se atienen al espíritu de la liturgia y ofrecen materiales para realizar tres consideraciones en torno a la vida nueva en Cristo resucitado,  la mística ausencia del Señor que se nos va el día de la Ascensión, y la celebración con María del gozo en la plenitud de la salvación.

Vida de hombres nuevos, resucitados en Cristo.

“Si fuisteis resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra.
Estáis muertos {al pecado}, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.
Cuando se manifieste Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros os manifestaréis gloriosos con El” (Col 3, 1-4)

Si fuisteis resucitados con Cristo...

Entiendo, Señor, que con estas palabras Pablo expresa un deseo y eleva a ti una oración. Su deseo es que todos los fieles de Colosas resuciten con Cristo, tras participar con él en la muerte. Y su oración o súplica ferviente consiste en pedir que Tú les concedas ese don divino de sentirse contigo resucitados.

Concédeselo, Señor, e inclúyenos a nosotros también entre los beneficiados por esa gracia divina : que todos nos sintamos  resucitados y llamados a vivir en vida nueva.

Pero ¿qué supone para nosotros, ¡oh Cristo!, haber resucitado contigo ?

Entendemos que supone un auténtico re-nacimiento espiritual por obra y gracia de tu triunfo sobre el pecado y la muerte,  un venturoso retorno al reino de la verdad,  la justicia, el amor, la paz, la esperanza, la solidaridad, la oración, la ofrenda de nosotros mismos, teniendo como fundamento y modelo de nuestro obrar tu vida entera, desde el nacimiento humilde  hasta tu consumación o entrega por amor.

Esa es la novedad de vida espiritual que tú, Señor, nos otorgas u ofreces a todos los miembros de la Iglesia, llamándonos y ganándonos para ti en el misterioso encuentro que provocan una fe sincera y una ilimitada confianza en tu persona.

Tú nos dijiste muchas veces que sólo el don de la fe es puerta de entrada a la intimidad de tu discipulado, a la comunidad de beneficiados por tu gracia, y a la comunión de proyectos y sentimientos vitales en la luz y alegría de tu resurrección.

Quien no tiene fe en ti, Cristo, no entiende tu lenguaje y tus palabras de amor y vida. En cambio, quien cree de verdad en ti y se abraza místicamente a ti, de forma incondicional en la entrega,  éste renuncia y muere a todo lo que no sea tú mismo. Muete al pecado, a la infidelidad, a los falsos dioses de concupiscencias e intereses mundanos;  y se viste con el traje del amor, de la caridad, de la filiación, de la esperanza que tú otorgas.

¡Gracias, Jesús resucitado, por haberme amado, llamado, convocado a la resurrección y vida nueva!  ¡Gracias por el don de la fe, de la confianza en ti!. ¡Hijo de Dios que mueres por nosotros y triunfas sobre el pecado!; sabemos muy bien que nadie se adhiere y cree en ti  por ejercicio de su inteligencia o por mérito de su saber y poder. La fe en ti no se conquista. Es dádiva divina que nunca agradeceremos bastante. Por eso, te damos gracias: nos has devuelto al amor, a la luz.

Como resucitados, miremos al cielo

Si hemos resucitado contigo, Señor; si hemos tenido acceso al mundo del espíritu por medio de la fe en tu persona, justo es que nos dispongamos a vivir esa nueva condición humana-divina que nos hace hijos en el Hijo, amados en el Amado, salvados en el Salvador.

Quien llama a la puerta del Señor y Amigo, y quiere entrar en los secretos de su amor, ha de quitar cualquier máscara que falsifique su rostro y ha de rasgar su corazón para que broten de él sus más profundos sentimientos. De lo contrario, es que no ha resucitado.

Si estoy iluminado por la luz de tu resurrección y si contemplo tu misterio como ámbito de vida, mi dignidad de creyente , Señor, no me permite volver al lodo del pecado sino que me obliga a volar hacia las estrellas de las virtudes más nobles;no me permite que rinda culto a dioses de barro sino que me obliga a buscar y adorar y servir al Hijo y al Padre en el Espíritu, más allá de cualquier horizonte terreno; no me permite dedicarme a disputar con las criaturas por unas bellotas, por un poco de oro o por un placer ilícito, sino que me obliga a obrar siempre en caridad, sintiéndome feliz bajo tu mirada amorosa, desde el trono que ocupas a la derecha del Padre./p>

Si hemos resucitado contigo, Cristo, nuestros sentimientos serán tus sentimientos, los que vuelan con agilidad y fragancia de amor puro en la fraternidad humana; los que se inclinan con reverencia sincera ante quien es Único Señor, Único Padre, Único Espíritu; los que hacen de los hijos de Dios buenos samaritanos en servicio de salvación...

Escondidos con Cristo en Dios, seremos felices

Haz, Señor, que nuestra mente y nuestro corazón, mirando al cielo, fácilmente se sientan atraídos, como dice Pablo, por el encanto de una vida “escondida”, recoleta, silenciosa; de una vida desposeída de cualquier apetito que mate al Amor, que siembre injusticia, que alimente concupiscencias terrenas.

Solamente en la fecunda intimidad de una vida “escondida” contigo aprenderemos todo lo que hace feliz al ser humano e irradia bondad y fraternidad por todas partes, pues en el secreto y escondido amor es donde nos encontramos “contigo en Dios”: sin ruidos, oropeles y vanaglorias, con sentimientos filiales y de esperanza de victoria, con desbordante gratuidad en la entrega y  solicitud por los demás.

¡Es maravilloso, Señor Jesús, vivir en adhesión a ti, por la fe,  sabiendo que cualquier detalle de nuestra vida, por más insignificante que sea humanamente, y por más perdido que parezca en el silencio, en la humildad del servicio, en el calor de la oración, junto al lecho de enfermo..., siempre está en manos de Dios que ve en el silencio, en lo escondido, y hace partícipe al alma de su gloria ...!

 

Quien nos ama nunca se ausenta, aunque vuelva al Padre.

“En verdad os digo: el que recibe mis preceptos y los guarda, ése es el que me ama; y el que ama será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él...” (Jn 14, 21).
“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador... Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto... En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos”(Jn 15,5.8).

Señor Jesús, tú nos dices que quien ha resucitado contigo vive contigo y para ti; y nos dices también que ese vivir conlleva la felicidad de hacerse uno mismo contigo, el amado que nos salva. ¡Gracias por tu amor!

Amarte a ti, Cristo, vivir de tu espíritu, gozar de tu intimidad, supone haber hecho carne de nuestra propia carne la fidelidad a tu alianza, a tus mandamientos, a tu verdad.  No hay verdad y amor verdadero sin obras de amor.

Quien no es de la verdad y no ama tus preceptos, no es tuyo, Jesús, no es tu amado ni tu amante. Únicamente quien se mantiene en fidelidad a tus preceptos y mira hacia arriba, hacia el cielo, como resucitado contigo, es tuyo. Su vida es como la del sarmiento unido ti, Vid fecunda.

Escarda, pues, Señor, este mi campo, que es tu viña. Lábrala con diligente cuidado. Hazme sarmiento vivo del que cuelguen cuantiosos racimos. No estés lejos de mí ni un solo día.

Yo te buscaré por doquier, o mejor, te seguiré por doquier, ya que en tu presencia y con la fuerza de tu gracia he de hacer cuanto de bueno produzcan mis manos...

¡Cómo me complace escuchar de tus labios una y mil veces aquellas palabras que recogió tu evangelista Juan en su Evangelio, rememorando tu “sermón del mandato del amor”!

“¡Padre santo!,  guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros.

Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste.

Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo, para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida.

Yo les he dado tu palabra... Santifícalos en la verdad...”(Jn 17, 11-19)

Es inmensa la ternura contenida en esa oración al Padre, antes de elevarte, Señor, a los cielos, para que no tuviéramos la impresión de quedarnos huérfanos de amor.

Es verdad cuanto dices al Padre que tú cuidabas de tus discípulos y les mostrabas el camino de la eterna felicidad cuando caminabas por Galilea con tus discípulos; cuando te acercabas a Jerusalén para rubricar la autoridad de tu profetismo; cuando curabas a los enfermos; cuando perdonabas a los pecadores...

¿Por qué temes ahora por nuestra soledad, si tú te alejas?

El Padre y Tú seguiréis a nuestro lado, con el Espíritu.

Tal vez quieres que todos oigamos tu oración en la que nos anuncias que te irás, y en la que nos pones al cuidado del Padre que te ama y nos ama.¡Gracias!

Insinúas, además, que, habiendo recibido de tus labios la palabra de la verdad, estaremos preparados para que el Espíritu nos lleve por la senda de la santidad, cuando nos falte tu caricia, tu animación, el consuelo de tu compañía visible. ¡Qué generoso eres!

“Os conviene que yo me vaya, porque si no me fuere, el abogado no vendrá a vosotros; pero si me fuere, os lo enviaré”( Jn 16,7)

Maestro bueno, “los antes bienhadados discípulos, a tus pechos criados” , no perderán el norte de su vida  Quedan amonestados por tu amor para mantenerse vigilantes. Y, además, esperan que se cumplan tus palabras, tu promesa de envío del Espíritu.

Con esas palabras, Señor, nos lo  dicho todo.

Desde hoy viviremos con los Tres, protegidos, animados, requeridos con amor.

Viviremos con el Padre que nos creó y nos recrea cada día. Viviremos contigo que nos redimiste y salvaste. Viviremos con el Espíritu que nos animará con sus dones.

¡No sé qué más decirte, Señor! Te vas, y te quedas con el Padre y con nosotros. Nos das el beso de despedida y nos aseguras la fuerza de tu Espíritu. Nos despides con tristeza y nos garantizas que, tras un tiempo, volverás como Señor, Juez y Amigo.

¡Qué más podemos pedirte, Señor! ¡Bendito sea tu nombre!. Amén.

María, jardín de Dios, haznos sensibles al Amor.

Florilegio mariano:

 ¡Ave, María, llena de gracia. El Señor te ama!
 ¡Tu Hijo será luz de las naciones y gloria de tu pueblo...!

¡Una espada atravesará tu corazón...!
¡Dichoso el vientre que llevó al Hijo y los pechos que lo criaron!

¡Jesús!, ¿por qué no has hecho esto? Tu padre y yo te buscábamos.

¡Jesús, no tienen vino!  Haced lo que él os diga.

¡Señor!, tu madre y tus hermanos están ahí.
¿Quiénes son mia madre y mis hermanos?

 Estaba junto a la cruz su Madre . ¡Mujer, ahí tienes a tu hijo!

¡Madre, se ha consumado la obra!

¡Hijo, no nos queda nada que dar!

Señor, en este mes de mayo en que los cristianos honramos especialmente a María, tu Madre y madre nuestra, queremos dedicar este momento de meditación a compartir espiritualmente con ella algunos pasos de tu vida y de la suya consagrados a la obra de nuestra redención . ¡Gracias por tu bondad! Ayúdanos a hacer memoria del Amor.

Gracias a ti,  ¡Oh Dios Padre!,  que nos diste el ser, que pusiste en marcha el ser del cosmos y dotaste a una de tus criaturas –el hombre- con dones de inteligencia y libertad, para que fuera feliz, participando de tu vida sobre la faz de la tierra.

Lamentamos que esa criatura suya, la más amada, se convirtiera en la más infiel y desagradecida, pretendiendo hacerse igual a Dios y gobernarse a sí misma, sin pudor. Por ella, el mundo –que era hermoso- quedó manchado : manchado con sangre inocente, con odios que germinaron por doquier, con egoísmos que sembraron miserias e injusticias...

Mas tus entrañas de Padre que quieren al hijo, aunque parezca eternamente perdido en la borrachera de sus pasiones, pensaron en librarlo de la miseria y extravíos que él mismo se fabricó como obra de sus manos, y  elaboraron un proyecto sorprendente de salvación.

Tu proyecto, Padre, fue que el Hijo de tus entrañas viniera  a buscar por los vericuetos del mundo y del mal a la infiel y desgraciada criatura que había perdido el camino de la Bienaventuranza que lleva a la Casa Paterna y se había internado en la selva de sus pasiones, injusticias e idolatrías... 

Y tu vigorosa mano de artista, ¡oh Padre! , fue quien, para enviar a tu Hijo  al mundo en carne mortal, puso sus ojos en una doncella piadosa, pura, fiel, de nombre María de Nazaret, y le suplicó por medio del Ángel que accediera a compartir la mayor obra de amor que se iba a realizar: recrear al hombre en su calidad de hijo amado, redimiéndolo y haciéndole retornar a tu regazo.

María, la mejor rosa de tu jardín, no pudo decir que no, e hizo de su vientre y de su corazón  matriz, cuna, hogar, templo, amor y ofrenda para que toda la obra de salvación diera comienzo, a fin de que pudiera alcanzarse nueva boda del hijo pródigo con la Verdad, el Amor, la Fidelidad, el Retorno a la Casa Paterna.

¡Salve, María!, doncella-madre, que entregándose al Padre con  fe y confianza,  serviste  de mediadora y alcanzaste una maternidad ilimitada sobre todos los hijos redimidos por tu Hijo.

Tu, Señora,  flor de amor en el jardín de la infancia de Jesús, adoctrinada por el Niño-Maestro, te fuiste preparando para el tiempo del sufrir y redimir, tú acompañaste a tu Hijo desde Nazaret al lago de Galilea, desde Galilea a Jerusalén , y desde Jerusalén al monte Calvario, donde ambos –Madre e Hijo- consumasteis la obra querida por el Padre, y os entregasteis sin  medida, sin reserva.

 ¡Gloria a ti, Padre,  por haber tomado a María para Madre de tu Hijo encarnado!

¡Gloria a ti, María, Señora nuestra, Madre de Dios encarnado!. 

Haznos agradecidos al Padre, hijos en el Hijo, sensibles al impulso del Espíritu.

Haz que siempre tengamos en ti a la maestra y guía que nos lleva por el camino del amor y del dolor, de la confianza y de la esperanza, del vivir y del morir. Amén.

Fr. Cándido Ániz Iriarte O.P.