“¿Qué has visto de camino, María, en la mañana…?” (Secuencia de Pascua)

“¿Qué has visto de camino, María, en la mañana…?” (Secuencia de Pascua)

Meditación para el Domingo de Pascua


  Para algunos la noche es atractiva. Es el espacio de la fiesta y el encuentro, de la diversión y los gestos de amor sincero. Para la mayoría, sin embargo, la noche pasa desapercibida, casi como si no existiera. Pensamos que las cosas importantes suceden a la luz del día, cuando todo está despierto y en marcha, en medio del ruido y las prisas, con las agendas abiertas y las ideas sobre la mesa… Pero se nos olvida que lo grande en la vida, lo más importante, sucede en lo oculto, cuando nadie puede percibirlo. ¡Tantas cosas! En la noche se curan enfermos, se vigilan bancos, se transportan mercancías y se limpian las calles. Se diseñan proyectos, se organizan batallas, se hacen viajes, se cuida el amor, se amasan recuerdos si el insomnio manda. O se sueña, se llora, se espera, se teme o se confía. Algunos, desconsolados, anhelan la llegada del día que haga ver la luz por fin. La noche tiene esa magia de hacer avanzar el mundo desde lo escondido, sin hacer ruido apenas…

  Antes de anochecer un grupo de hombres empujaba una piedra y tapaba un sepulcro. Era nuevo, nadie lo había estrenado aún. Un joven galileo, demasiado soñador para su edad, descansaba allí adentro. Para siempre. La suerte había sido muy injusta con él. Hablaba de amor y perdón, de un pastor que busca ovejas perdidas y un padre que espera al hijo rebelde. Se había juntado con gente poco religiosa, desafiando las normas sociales. Su vida corta había despertado en algunos muchas esperanzas. Tras el definitio golpe de la roca descansaba, después de ser bajado de la cruz. “Fin”, pensaban orgullosos los ideólogos y gobernantes, en el silencio de la noche, con una sonrisa de satisfacción. “Fin”, reconocían desolados en escondites oscuros los que hasta aquel día le habían seguido. “Fin”, susurraban fracasados los que conversaron con él y quedaron sanados de algún modo, y vibraron con sus palabras… “Mañana la vida será como siempre ha sido”, murmuraban todos.

  Y en la noche unas mujeres se resistían a cerrar el capítulo. En silencio trajinaban. Movían los recuerdos, elaboraban perfumes, miraban la luna llena queriendo retener el tiempo. Buscaban la receta para retrasar la muerte. Y solo se les ocurría amar, en la noche, a aquel que les enseñó a hacerlo en las claras. No durmieron, y antes de que amaneciera se pusieron en camino. Se tragaban sus lágrimas mientras iban al lugar donde lo habían dejado. Se negaban a pensar que las sombras podrían más que ellas y que aquel a quien buscaban. “Estáis locas, no merece la pena, es inútil, acabaréis mal, se reirán de vosotras, no hay nada que hacer…” Resonaba, sin que nadie lo dijera, lo que todos habrían pensado. Cargadas con los perfumes de la vergüenza y la indignidad, se arriesgaron y vencieron a la noche, incluso a su propia noche.

  Lo que pasó después no se cuenta: se vive. Quizás el camino fue largo y pensaron en regresar. Pero llegaron. Y entonces, sí, ya sin velos, herido pero sin sangre, y profundamente vivo encontraron a aquel al que amaban. “Ha resucitado”, oían en su interior. “Dios ha tenido la última palabra, ha peleado y vencido a la muerte, su vida y su entrega han tenido sentido”. El amanecer vino como nunca después lo ha hecho: de repente. Se hizo la luz y así hasta ahora…

  Con aquellas mujeres, con los cristianos de hoy que se resisten a cerrar tumbas y proyectos de futuro, confesamos que Dios trabaja en la noche, en nuestras oscuridades más angustiosas. Que no se desentiende de la humanidad y sus grietas, sino que despierta torrentes de vida y de esperanza. Que Él nos salva cuando amamos y nos entregamos al estilo de su Hijo. Que la Resurrección no es un cuento que narramos, sino una experiencia transformadora que acogemos, única y particular, y no solo para el último momento, más bien para llenar de sentido el presente e inundar de humanidad y alegría el mundo en el que habitamos. Cristo, el que amó hasta el extremo, ha resucitado: es el Señor y nos invita a resucitar con Él a una vida nueva.

Unas preguntas para la reflexión…

  • ¿Cómo resuena en mí la Resurrección de Jesús? ¿Qué experiencias fundamentales, como creyente, me despierta? ¿Cómo la definiría, no desde la “teoría”, sino desde mi trayectoria vital?
  • Pongo nombres a mis sepulcros personales, a los sepulcros de la Historia, en este momento concreto. Aquello que otros se empeñan en enterrar porque consideran muerto, cerrado, acabado. Lo que yo mismo, en mí, me resisto a encender. Tal vez me toque velar ante ellos, permitir que sea Dios quien tenga la última palabra…
  • ¿Quiénes “duermen” cómodamente en la sociedad, incapaces de empujar y adelantar la mañana? ¿Quiénes cierran tumbas, hacen juicios inhumanos, liquidan esperanzas? ¿Cuándo actúo yo de esa manera? Afortunadamente, Dios trabaja en la noche…
  • ¿Quiénes, como las mujeres, elaboran perfumes pequeños para conquistar un futuro mejor? Ellas, las que empujan el mundo, encadenan historias de solidaridad y esperanza, miran con ojos de resurrección… ¿Las reconozco? ¿Seré yo uno como ellas?
  • El encuentro con el Resucitado se vive. Es mejor que contarlo. Repasa los momentos en que lo has experimentado, en que te has sentido abrazado, mirado, susurrado, levantado… En los que se te ha abierto una vida nueva y mejor…

Una imagen para la contemplación…

Mañana de Pascua, FriedrichC.D. Friedrich, Mañana de Pascua (1828-1835). Museo Thyssen, Madrid.

  • Está amaneciendo, la luna deja paso al alba. Los gallos anuncian que la mañana se acerca. Estamos en ese momento en que no es la noche, pero tampoco es el día… ¡Muchos viven en ese espacio de incertidumbre! No se divisa el horizonte y está oscuro. Las figuras y los elementos del paisaje se confunden, quizás por esa niebla que trae la mañana de primavera. Son muchas las veces en que se nos impide ver dónde estamos, dónde queremos ir, por qué la vida nos ha puesto aquí…
  • Las mujeres caminan buscando el lugar donde la muerte había sentenciado la historia de un hombre justo. Avanzan. No se sabe dónde está la tumba. Pero todo parece que son tumbas, como si la muerte fuese así de contagiosa. A los lados del camino se levantan monolitos de piedra. ¿Son los límites del terreno o sepulturas plantadas en los márgenes? Tal vez sea lo mismo… Ahí están los que se dejaron morir, negándose a caminar. O aquellos a quienes la vida truncó la posibilidad de avanzar. Tal vez los mismos que, saltando fronteras, acabaron en la alambrada o en el fondo del Mediterráneo. Buscamos una tumba y estamos rodeados de ellas… Jesús incorporaba al camino a los marginados, y les invitaba al seguimiento. Pero Jesús ya no está y el camino parece un cementerio.
  • Es primavera. Eso anuncian los árboles que enmarcan el camino, con los frágiles brotes que empiezan a despertarse en las ramas y tallos. Ellos hacen que el paisaje parezca infinito, aunque el horizonte sea reducido. Es primavera: lo dice el fresco del amanecer que nos llega al contemplar la imagen. La vida está luchando por abrirse paso, la esperanza por hacerse dueña de ese paisaje…
  • El camino sale de nosotros, está delante de nuestros ojos como invitándonos a salir, a recorrerlo sin miedo. No es un camino para estudiar o contemplar, sino para andarlo junto a otros… Como la experiencia de la Resurrección: no se entiende hasta que no la recorres… Pero el final del camino se nos oculta. Solo se nos da la posibilidad de andar, de seguir, con infinita confianza: no va a frustrarnos… Y mientras lo transitamos no sabemos si el camino se está transformando en río, y entonces ya sí somos llevados por él, asumidos sin esfuerzo, hasta ser conducidos al mar o al puerto final y seguro.
  • Y, por supuesto, ellas, las protagonistas. Quizá Magdalena, Juana y María, que esconden perfumes caseros entre sus ropas. Ellas creen que van solas o que son las primeras. Pero son legión, unas tras otras y otras, adelantan el camino y lo conquistan. Ellas son la Iglesia… Ya no será ésa la ruta de los sepulcros, sino la gran vía de la vida que nace y que madruga… No han dormido. Guardan silencio. Recuerdan el pasado y lo entretejen con los sueños del futuro. En busca de la muerte que embalsamar, les sorprende la Vida que recibir. El Amado les sale al encuentro… No lo vemos, pero lo intuimos. Lo sabemos con la misma certeza que nosotros, los que estamos a este lado del cuadro, lo volvemos a experimentar. Feliz Pascua, feliz Vida. Feliz encuentro con el Señor Resucitado.

Fray Javier Garzón O.P.