“Pasó por uno de tantos…” (Flp 2, 7)

“Pasó por uno de tantos…” (Flp 2, 7)

Meditación para el Domingo de Ramos


  Continuamente estamos eligiendo. La mayoría de las veces se nos invita a tomar decisiones más o menos triviales, que –sin embargo- apuntan a los principios fundamentales que dirigen nuestra existencia personal. En otras ocasiones las circunstancias nos ponen frente a elecciones decisivas que van a marcar claramente nuestra trayectoria vital. Elegimos siempre, sobre todo cuando no somos conscientes de ello. Y en lo cotidiano volvemos a elegir lo ya elegido antes, como si lo hiciéramos nuevo y nos pusiésemos a prueba. Es que nos jugamos la vida en las elecciones que hacemos.

  En estos días que tenemos por delante, más allá de tradiciones religiosas o de tentaciones seculares, vuelve a ponerse frente a nosotros un hombre que elige cómo va a jugarse su vida. No ha hecho otra cosa en los últimos años sino arriesgarla. Se acercó a los lugares de pecado, muerte e impureza; se sentó a la mesa de los menos buenos, sospechosos de todos los pecados. Levantó sin miedo su voz y anunció una misericordia desconocida y peligrosa. Habló con ternura a los humildes, acogió a los niños, abrió caminos a las mujeres. Rechazó el lenguaje religioso, legalista y oficial. Hablaba con las palabras del campo y del mar de un Dios que, siendo Padre, parecía diferente. No tuvo miedo. O si acaso lo tuvo, su confianza era más grande. Eligió los caminos, los discípulos, los gestos, los términos, los amores. Y ahora, entrando a Jerusalén, tomaba la decisión culminante, aquella que no podía ser sino continuación de todo su actuar anterior, de lo que llevaba en su alma y había marcado su existencia.

  Aquel primer domingo de ramos, como era costumbre, tenía lugar una magnífica procesión de poder. En ella se dejaba ver la gloria que viene por la fuerza y las armas, por la autoridad y la sangre. Poncio Pilato, el procurador romano, se trasladaba temporalmente a la ciudad santa para congraciarse con los judíos en sus fiestas de Pascua. Su séquito impresionaba hasta el extremo y reunía en las calles principales a todo el pueblo. ¿Qué sueños se despertarían en ellos? ¿Hasta dónde podrían imaginar lo que representaba el Imperio que aquel hombre personificaba? Aquel primer domingo de ramos, en la misma ciudad, en una de las puertas más humildes, se desarrollaba otra procesión más discreta. Ridícula para algunos. Minoritaria. Un hombre joven, subido en un pollino, llegaba para traer salud y esperanza, fraternidad y servicio. Sin armas. Descalzo y sin orquestas. Con la música suave que entonan los más sencillos… Los dioses de este mundo y sus imperios, tan seductores, tenían todas las de ganar frente al Dios a quien cantaban los pequeños.

  Aquel primer domingo de ramos los habitantes de Jerusalén eligieron dónde y con quién querían estar, qué valores deseaban para su existencia, qué futuro para sus sueños. Y hoy, como cada día, también nosotros somos invitados a tomar partido. Porque ante Jesús no cabe la indiferencia, como si fuera un personaje del pasado, ya silenciado. El Nazareno, de nuevo esta Pascua, denuncia nuestras incoherencias y nos empuja a tomar partido, a rescatar los principios irrenunciables en los que deseamos comprometernos del todo. Sin miedo y con valentía. No todo vale lo mismo, no podemos vivir de una manera superficial el único valor infinito que tenemos y que es la vida. O nos la jugamos (como Él) o se nos va de las manos.

Unas preguntas para la reflexión…

  • ¿Cómo suelo vivir, habitualmente, estos días de Semana Santa? ¿Cómo, en concreto, quisiera vivirlos este año? ¿A qué me puedo comprometer para conseguirlo?
  • Hablemos de elecciones… ¿Qué frenos o limitaciones percibo en mi capacidad de elegir? Miedos o inseguridad personal, comodidad, temor a los demás, falta de convencimiento, etc… ¿Cómo podría trabajarme esto interiormente?
  • ¿Cómo ha sido mi proceso de elegir a lo largo de mi vida? ¿Cuáles han sido las grandes decisiones que he tomado, y cómo las llevo ahora? ¿Vuelvo a elegir lo mismo? ¿Cómo lo concreto?
  • ¿He puesto en juego lo más importante de mí, mis principios y valores, a la hora de elegir, o lo he hecho motivado por otros impulsos?
  • ¿Qué papel juega mi fe para tomar decisiones? ¿Qué implica para mí la opción por Jesús y su Evangelio? ¿No se me queda muchas veces en una teoría que no aterrizo? Y si lo he concretado en decisiones fundamentales, ¿qué aprendo de ello?
  • ¿Qué valores o aspectos de Jesús quiero rescatar en este momento de mi vida, en esta Semana Santa en particular?

Una imagen para la contemplación…

cruz meditacion domingo ramosD. FRIEDRICH, Cruz en el mar Báltico (1815). Berlín, Castillo de Charlottenburg.
  • Frente a nosotros la cruz. Como si quisiera impedirnos mirar el horizonte del mar, los barcos que en él navegan, lo eterno que esconde. La cruz siempre se nos impone sin que la busquemos. Y aparentemente bloquea nuestro camino, nuestra ruta hacia el infinito que deseamos y merecemos. Cuanto menos nos sorprende. Una cruz tosca y pobre, que tiene historia y sal, y que se yergue, subversiva, sobre la roca. Frente a ella rivalizan en importancia el horizonte, siempre atrayente del anochecer, ése que está lleno de interrogantes sobre el sentido, pero que no tiene respuestas… Y la luna que brilla en la noche y jamás pierde su luz. La que hace orientarse a los marineros y regula el ciclo del mar y de las cosechas… ¿Y si Dios mismo estuviera brillando, eterno, en todas nuestras noches, aun cuando la cruz se nos impone en el camino?
  • El pintor, mientras realizaba la pintura, escribió una carta a la mujer que se la encargó, con las siguientes palabras: "El cuadro para su amiga ya está esbozado, pero no contendrá iglesia, árbol, planta o hierba. En una playa desnuda y pedregosa se alza la cruz. Para quien la ve, un consuelo; para quien no la ve, una cruz". El autor no quiere que sea símbolo del final, sino fuerza en el trayecto, esperanza ante el futuro…
  • La cruz se convierte en nuestro camino en un faro que alumbra en medio de la noche. Indica dónde y cómo se llega al puerto, a la orilla. Dibuja los límites invisibles del lugar donde está el refugio, el puerto seguro. No tiene una luz fija, sino frágil e intermitente. Solo los marineros expertos distinguen dónde se encuentran cuando la ven. La cruz, en este domingo de ramos, nos vuelve a señalar la meta, la orilla de un Corazón que nos espera y en el que tenemos sitio.
  • La cruz se convierte en la imagen de las causas perdidas (o ganadas, quién sabe). Allí donde se dejan los exvotos que son signo de batallas, de triunfos y fracasos. Si nuestras cruces hablaran serían capaces de contarnos nuestra propia historia. El ancla señala la esperanza, el final de la travesía, la meta alcanzada, la certeza del encuentro final. Los remos son el esfuerzo, la lucha y las propias seguridades: quien los dejó ha decidido no pelear contra las corrientes sino rendirse y dejarse llevar por un Viento a favor. Y la roca, que todo lo sostiene, evoca el espacio de lo eterno, el lugar que ya no tiemblan, donde los pies están seguros y el camino alcanzado…
  • La cruz se convierte en nexo, en vínculo de unión entre lo lejano. Domina la imagen y el horizonte entero. Una simple cruz, como tantas que señalan nuestros espacios cotidianos. Es más que una cruz. Cristo no está en ella, sino dominando toda la obra en lo escondido: ancla y puerto, luna y horizonte, mar y barca… La cruz acaba siendo puente entre dos espacios, escalera que invita a subir, que acerca lo eterno a la tierra humana. Como si estuviera vacía para que nosotros la ocupemos. Feliz elección la de Cristo al subirse a ella, cátedra donde se aprende lo sagrado: especialmente humana (o inhumana, según se mire), hace a Dios compañero de camino, y a nosotros, frágiles y vulnerables, nos eleva al lugar de Dios. Una cruz, señal, puente, flecha que apunta a la meta de la vida…

Fray Javier Garzón O.P.