La Cruz: Ofrenda de Cristo

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La Cruz: Ofrenda de Cristo


Cristo en su ofrenda por nosotros Textos escogidos de santa Brígida, de Pedro Crisólogo y Tomás de Kempis por las MM. Dominicas del Monasterio de la Piedad


En el mes de septiembre hay varias celebraciones que llaman nuestra atención y nos convocan a vivir en acción de gracias, por los días vacacionales de que hemos disfrutado; en actitud de apertura a nuevas empresas culturales, laborales, y religiosas; en regocijo por la última recogida de las cosechas que nos dan el pan para el año; en oración a Dios y súplica a los hombres, para que no haya más terrorismo, sangre y hambre.

Pero tienen cierto relieve en la piedad cristiana las celebraciones de MARÍA, en su Natividad y en sus Dolores, y las celebraciones de la CRUZ REDENTORA.

En armonía con una de esas fiestas religiosas, elegimos como tema preferente de nuestras meditaciones el tema de la Cruz, con Cristo y con María en su ofrenda por nosotros, y nos servirán de alimento, unas "elevaciones místicas" de santa Brígida, textos de San Pedro Crisólogo, y de Tomás de Kempis.

Os las presentamos a todos nuestros visitantes, desde el Monasterio de LA PIEDAD, dominicas de Palencia.

Tres elevaciones a Cristo Salvador

Tomadas de las "oraciones" atribuidas a santa Brígida.

{Santa Brígida nació en Suecia el año 1303. Se casó muy joven y tuvo ocho hijos a los que dio una esmerada educación. Formó parte de la ter­cera orden de san Francisco. Al morir su marido, hacia 1344, comenzó  una vida  de mayor ascetismo, con rasgos carismáticos especiales, y se lanzó a fundar una orden monástica para hombres y mujeres, que luego se llamaría de Brígidas.

En 1349, tiempo de pestes, se trasladó a Roma, donde fue ejemplo insigne de virtud y espíritu renovador. Desde allí emprendió varias peregrinacion­es como acto de penitencia, por ejemplo, a tierra santa. En este periodo escribió muchas obras en las que ­narra sus experiencias místicas. Murió en Roma el año 1373.

Fue canonizada en 1419, y Juan Pablo II, en el Sínodo de Obispos para Europa, año 1999, la declaró co-patrona de Europa, con Catalina de Siena y Edith Stein}

Elevación Primera: Jesús condenado

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la última cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de forma clara  tu caridad para con el género humano.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás, y siendo el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato para que te juzgara.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste atar a la columna para ser cruelmente flagelado, y que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos como {un malhechor} siendo el Cordero inocente.

¡Bendito seas, por siempre, Señor, mi salvador!

 Elevación segunda: Jesús, misericordia salvadora

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, que cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, que fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, tu madre que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo que la cuidara con toda fidelidad.

Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste  las mayores amarguras y  angustias por nosotros, peca­dores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban intensamente en tu alma bienaventurada ­y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir.

Entonces exhalaste el espíritu, e inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios, tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

¡Bendito seas, por siempre, Señor, mi salvador!

Elevación Tercera: Cristo, Señor, alabado por los siglos

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que con tu sangre preciosa y tu muerte sagrada redimiste las almas y, por tu misericordia, las llevaste del destierro a la vida  eterna.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, Tú, que por nuestra salvación permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza, y que, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo  bendito fuera bajado de la cruz por tus ami­gos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos, y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.

Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que en­viaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.

Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, tú que estás sentado sobre el trono de tu reino en tu tos cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste la carne de la Virgen.

Bendito Tu, que así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos : tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu por los siglos de los siglos. Amén.

Cristo se ofreció por mí y pide mi ofrenda

Arrepentido del pecado ¿me ofrezco yo con Cristo por los demás?

Tú, Señor, Jesús, decías al Padre: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo. Y san Pablo nos repite en sus cartas: Yo os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostias vivas

Postrado a tus pies, Señor, te digo:  ¿Qué quieres hoy de mí? ¿Qué te ofreceré desde mi debilidad?

Para meditarlo con sosiego y amor, déjame, Señor, que vaya desgranando ante Ti mis sentimientos siguiendo la glosa que sobre esas palabras escribió tu mensajero, san Pedro Crisólogo:

Señor, cuando Pablo dice "Os exhorto, por la misericordia de Dios", eres Tú en realidad  Dios mismo,  quien nos exhorta por medio de él, y nos exhortas a ofrecer nuestro cuerpo y nuestra vida como sacrificio grato a Ti.  Pero ¡oh maravilla!, nos muestras tu voluntad "exhortándonos", como quien ruega. ¡Actitud admirable! 

Eres un Dios que prefiere ser amado a ser temido, y te agrada más mostrarse como Padre que aparecer como Señor.

¡Oh maravilla! Dios, nos suplica por misericordia, para no tener que castigamos con rigor.

Escucharé, pues, atentamente y consideraré el modo como me suplica el Señor, mostrando que por nosotros Él hizo ofrenda de su cuerpo, y dijo: Mirad y contemplad en mi {Dios encarnado} vuestro mismo cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre.

Y si ante lo que es propio de Dios teméis, no dudéis en amar al contemplar lo que es de vuestra misma naturaleza {el cuerpo].

Vosotros, pues, los que teméis a Dios como Señor, ¿por qué, viendo su amor y misericordia, no acudís a Él como a Padre? ¿Os turba acaso la inmensidad de mi pasión, cuyos responsables fuisteis vosotros, y os confunde y avergüenza?

No temáis. Mitad la cruz, dice Jesús:

Esta cruz no es mí aguijón, es aguijón para la muerte.

Estos clavos que me infligen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros.

Estas llagas no provocan mis gemidos, lo que hacen es introduciros más en mis entrañas.

Mi cuerpo, al ser extendido en la cruz, os acoge en un seno más dilatado, pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no es para mí una pérdida, sino el pago de vuestro precio  

¡Oh inaudita riqueza del sacerdocio cristiano!.

Tú, hombre o mujer, si quieres ofrendar tu cuerpo y hacer ofrendo de ti mismo, eres a la vez sacerdote y víctima. Ofréndate.

El cristiano ya no tiene que buscar fuera de sí la ofrenda que debe inmolar a Dios: lleva consigo y en sí mismo lo que va a sacrificar a Dios. Tanto la víctima como el sacerdote permanecen intactos: la víctima sacrificada sigue viviendo, y el sacerdote que presenta el sacrificio no puede matar a esa víctima.

¡Misterioso sacrificio en que el cuerpo (tú mismo) es ofrecido sin derramamiento de sangre...

¡Hombre, mujer, procura ser tú mismo el sacrificio y el sacerdote de Dios! No desprecies lo que el poder de Dios te ha dado con amor..."

(San Pedro Crisólogo)

Vivamos en humildad y paz interior

De la "Imitación de Cristo"

Buena conciencia

Hermano mio, "no te importe mucho quién está por ti o contra ti.

Busca y procura simplemente que Dios esté contigo en todo lo que haces.

Ten buena conciencia y Dios te defenderá.

Aquél a quien Dios quiera ayudar no le podrá dañar la malicia de cualquiera.

Si tú sabes callar y sufrir, sin dura verás el favor de Dios.

Él sabe el tiempo y modo de librarte, y por eso te debes ofrecer a él. A Dios corresponde ayudar y librar de toda confusión".

Humildad y verdad

Piensa, hermano, que "a veces es muy conveniente, para guardar mayor humildad, que otros sepan nuestros defectos y los reprendan.

Cuando un hombre se humilla por sus defectos, fácilmente aplaca a los otros, y sin dificultad satisface a los que le odian.

Dios defiende y libra al humilde; ama y consuela al humilde; se inclina ante el hombre humilde; concede gracias al humilde; y después de su abatimiento, lo levanta a gran honra".

Atracción del humilde

Mira bien, amigo mío en Cristo, cómo "al humilde Dios descubre sus secretos y lo atrae dulcemente a sí, y lo convida.

El humilde recibe bien la afrenta, está en paz, porque está en Dios y no en el mundo.

No pienses haber aprovechado algo, si no te estimas por el más inferior de todos.

Ponte primero en paz a ti mismo, y después podrás apaciguar a los otros".

Sé bueno y pacífico 

"Un hombre pacífico aprovecha más que el muy letrado.

Un hombre apasionado incluso el bien lo convierte en mal, y de ligero cree lo malo.

El hombre bueno y pacífico todas las cosas las echa a buena parte. Quien está en buena paz , de ninguno sospecha.

En cambio el descontento y alterado se atormenta con variadas sospechas; y así ni él se sosiega ni deja descansar a los demás..."

 Pide a Dios que te dé bondad, humildad y paz, y serás luz y apoyo a cuantos te necesiten o reclamen tu palabra.

Santa Brigida, San Pedro Crisólogo, Tomás de Kempis