Cristo, nuestra luz

Cristo, nuestra luz

Inspirándonos en el texto del Evangelio de Juan, Yo soy la luz del mundo (Jn 6,12), dejaremos al espíritu que se goce con el Señor. Y lo haremos utilizando una Meditación-Reflexión del místico renano, Juan Taulero, dominico, que lleva ese mismo título.


Comienza la Pascua. En este ciclo litúrgico se nos ofrece las estampas evangélicas correspondientes a la Pascua de Resurrección del Señor. Los textos bíblicos de cinco semanas nos hacen revivir la presencia del Hijo de Dios, hecho hombre, que, habiéndose entregado por nosotros, nos hace triunfar con Él en la gloria de la resurrección.

Él es nuestra Luz, nuestra Salvación, nuestra Gracia.

Como tema de meditación vamos a tomar una de esas expresiones: Cristo, nuestra Luz.

Inspirándonos en el texto del Evangelio de Juan, Yo soy la luz del mundo (Jn 6,12), dejaremos al espíritu que se goce con el Señor. Y lo haremos utilizando una Meditación-Reflexión del místico renano, Juan Taulero, dominico, que lleva ese mismo título.

Dividiremos el texto original en tres meditaciones complementarias:

La unión con Dios, nuestra luz.

Yo soy la luz del mundo Jn 8, 12

"Nuestro Señor ha dicho: Yo soy la luz del mundo.

Los judíos se desentendían de Jesús dicien­do que era de Galilea y que sólo las gentes de aquella región tenían que ver con él. Por eso Jesús les dijo: Yo soy luz para el mundo entero, para todos los hombres.

Esta es la luz que hace lucir todas las luces de la tierra: luces materiales como el sol, la luna, las estre­llas, los sentidos corporales del hombre; y también la luz espiritual de la inteligencia del hombre razonable. Por la Luz todas las criaturas volverán al origen de la luz. Sin este refluir, las luces creadas son verdaderas ti­nieblas comparadas con la luz verdadera, luz por esen­cia, luz para el mundo entero.

Por eso, Nuestro Señor nos dice: Renuncia a tu luz , pues es verdadera­mente tinieblas, y es contraria a mi luz. Yo soy la luz verdadera y quiero darte en propie­dad mi luz eterna, a cambio de tus tinieblas. Quiero que mi luz te pertenezca como a mí mismo y que tú tengas, como yo mismo, mi ser, mi vida, mi felicidad y mi go­zo.

Por esto pedía yo al Padre: "Que todos sean uno con nosotros como nosotros somos uno, yo en ti y tú en mí" (Jn 17, 21). No sólo unidos sino completamente uno; que  sean uno con nosotros. Mas no idénticos por naturaleza sino por gracia, en misterio incomprensible.

La piedra, el fuego, y todas las cosas tienden hacia su origen.

El hombre es la criatura noble, la maravilla de las maravillas. Para ella un Dios lleno de amor ha creado todas las cosas: el cielo, la tierra y todo cuanto contienen. Entonces ¿por qué esta criatura permanece cerrada en sí misma y se resiste a volver con prisa a su origen eterno, a su perfección y a su luz?

A este respecto, debemos considerar dos cosas:

  • Primera, cómo el hombre volverá a su origen, por qué camino y de qué manera. 
  • Segunda, cuáles son los obstáculos que le impiden llegar a él.

Obstáculos que impiden llegar a la luz, origen.

En esta meditación, pongamos la mirada en los obstáculos que impiden volver al origen, y concedamos que ellos son poderosos, pues impiden un bien de grandeza inexpresable,  y nos apartan de él.

En realidad los obstáculos son de dos clases, y son también de dos clases las gentes a las que afectan. Veámoslos unidos.

Pertenecen a la primera categoría los corazones mundanos.

A estos corazones, su satisfacción y gozo les viene de las criaturas y sentidos. Ellas agotan su energía y su corazón, y les hacen perder todo su tiempo.

¡Pobres hombres! que están por completo en las tinieblas, de espaldas a la luz verdadera.

Pertenecen a la segunda categoría

Ciertas gentes piadosas, de apariencia brillante y grande fama, pero que se creen muy por encima de las tinieblas exteriores, siendo así que en el  fondo son fariseos y están llenos de amor propio y son guiados por la propia voluntad. Estos se convierten a sí mismos realmente en centro y meta de todas sus acciones. Hablemos de ellas.  

Estas gentes, si juzgamos por las apariencias, no se distinguen de los amigos de Dios, pues con tanta frecuencia o más que estos se aplican a prácticas externas de oraciones, ayunos, vida austera. Sólo quien posee espíritu divino es capaz de discernir entre unos y otros.

Hay, sin embargo, una diferencia manifiesta entre ellos y los verdaderos amigos de Dios. Es que ellos juzgan a todo el mundo fácilmente y en especial a los amigos de Dios, sin ser capaces de reconocer las propias faltas. Los amigos de Dios, en cambio, no juzgan a otros, sólo a sí mismos.

Aquellos se guían en todo por el propio interés. En toda ocasión, en sus relaciones con Dios y con todas las criaturas buscan la propia conveniencia sobre todo. Los otros, no".

 Juan Taulero, O.P.

Interrumpamos el discurso sobre los "falsos piadosos" y miremos ahora nuestro interior. Si buscamos la luz de Dios, la luz de Cristo, debemos intentar "discernir" entre tres figuras humanas:

  • a del “hombre mundano” que sólo busca saciarse en el disfrute desordenado de las criaturas y sus concupiscencias;
  • la del “falso hombre piadoso”, que hierve de soberbia y egoísmo;
  • la del “amigo de Dios”, que juzga a los demás por sus valores-méritos y a sí mismo por sus debilidades.  ¿En qué grupo nos colocamos?

Quien renuncia a sí mismo enciende la luz.

En esta segunda meditación continuamos reflexionando sobre el tipo de hombre que es el "falso piadoso", cargado de hipocresía y fariseísmo; y buscamos al "amigo de Dios".

Tensión del hombre que se busca a sí mismo

"Todo hombre se ama y busca a sí mismo.

Este fariseísmo está anclado en lo más íntimo de su naturaleza, hasta los rincones y repliegues más ocultos. Sería más fácil perforar una montaña de hierro que triunfar del fariseo con las solas fuerzas naturales. No hay modo alguno de vencer. No es posible, si Dios no los desplaza tomando plena posesión de su interior. Pero esto no suele Él hacerlo más que con sus íntimos amigos.

Desgraciadamente el mundo está lleno de este mal, tan grave que a los amigos de Dios podría secárseles el corazón y helárseles en el cuerpo al ver con qué in­coherencia muchas gentes se comportan con su Dios y qué daño mortal se les origina de ello.

Ese mal fondo humano requie­re especial atención, pues  mientras el hombre viva, la mala inclinación no estará dormida ni será vencida por completo, y creará problemas. Hay ahí un gran obstáculo pa­ra volver a la luz verdadera y al origen. Así algunos se refugian de nuevo en su luz natural y se complacen en ella, hallando incluso gran deleite en sus razonamientos natura­les, con preferencia a otros placeres del mundo con todo lo que ellos le pueden aportar..."  Tratemos, pues, de ser profundos amigos de Dios y de la luz.

Manera de volver a nuestro origen, luz.

"El segundo punto que dijimos se había de considerar es la manera de volver a nuestro origen y a la luz verdadera, y cuál sea el camino más corto para llegar a él.

Este es el camino:

  • Renunciar verdaderamen­te a sí mismos; amar y no tener a la vista más que a Dios, con toda pureza y bien a fondo.
  • No querer en ninguna cosa el propio interés sino desear y buscar úni­camente el honor y gloria de Dios.
  • Esperar todo inme­diatamente de El y sin rodeos ni intermediarios ofre­cerle todas las cosas, vengan de donde vinieren, para que entre Dios y nosotros haya un flujo y reflujo direc­to e inmediato.

Este es el camino recto y verdadero. En esto se distinguen los verdaderos y falsos amigos de Dios.

Los falsos todo lo refieren a sí mismos, se apegan a los dones y no los ofrecen sinceramente a Dios, con agradecimiento, renunciándose, y abandonándose ple­na y únicamente en el Señor.

Quien, por el contrario, todo lo refiere en alto grado a Dios será perfecto entre todos sus amigos. Quien no lo hace así, y ni siquiera lo intenta sino que se esclaviza en amor propio, en la hora de morir, si se halla en tal disposición no verá ja­más la verdadera luz. Así puede conocerse cómo es la na­turaleza la que está allí enteramente, donde según las apariencias se bus­ca a Dios. Esto es muy inquietante y penoso.

La verdadera luz se reconoce también en los tiempos de las grandes y pesadas pruebas.

Entonces los ver­daderos amigos de Dios se refugian en El y las aceptan con amor. Las reciben de su mano de modo que sufren por El y en El, porque Dios les está presente de tal modo que sufrir por El no les es ya pena sino delicia y alegría.

Los falsos amigos, en cambio, los fariseos, se desorientan cuando la prueba los visita. Se alteran, bus­can auxilio, consejos y consuelos. Dios no está en ellos como amigo. Están a punto de hundirse y sucumbir en desesperación. Con fundamento se puede temer gran­demente que su última hora sea difícil, porque no en­cuentran a Dios en ellos mismos, en el fondo del alma. No han construido su casa sobre la piedra que es Cris­to. Lógicamente caminan a la ruina.

Esas gentes están mucho más en peligro que el común de los humanos en el mundo, porque éstos son conscientes de ser malos, y viven en humilde temor, como en otro tiempo, cuando el pue­blo sencillo seguía a N. Señor. Los fariseos, en cambio, los príncipes de los sacerdotes, los escribas y todos aquellos que tenían apariencias de santidad le hicieron dura oposición y acabaron por sentenciarle a muerte. No se puede decir nada a estas gentes, sin que se moles­ten o se desentiendan. Así hicieron los fariseos mien­tras que N. Señor escribía en el suelo. Rehusaron reco­nocer sus propias faltas; fueron los doctores y ancianos los primeros en retirarse hasta que todos desapare­cieron. Es mucho más fácil dar ayuda y consejo a gen­tes sencillas, porque ellos al menos reconocen sus de­fectos. Siempre hay remedio para quienes se reconocen pecadores manteniéndose en temor y humildad".

Juan Taulero, O.P.

Dominada la tensión de la carne, el verdadero amigo de Dios:

  • hace renuncia de sí mismo y de sus intereses,
  • no busca otra cosa sino la gloria de Dios y el bien de los hermanos,
  • agradece los dones recibidos,
  • abraza el sufrimiento como regalo del Amigo
  •  y en la Luz encuentra su felicidad

Cristo hombre, luz de los hombres.

Prosigue la tercera meditación considerando cómo debemos ser "amigos de Dios" dejándonos iluminar por la luz de Cristo, nuestra vida.

Cristo nos ayuda frente a todos los obstáculos

"Contra los múltiples estorbos, el Señor Dios nos ha dado gran ayuda y consuelo.

Nos ha enviado a su Hijo unigénito, para que la vida santa del hombre Dios, el fulgor de sus virtudes, sus ejemplos, enseñanzas y muchos sufrimientos nos in­duzcan a salir fuera de nosotros mismos por completo, y a que dejemos de lado las pálidas luces naturales para fundirnos en la luz verdadera y esencial.

El nos ha dado también los santos Sacramentos: primero el bautismo, confirmación y penitencia, luego su Cuerpo, y final­mente la Unción. En ellos hallamos siempre poderoso auxilio y ayuda eficaz para volver a nuestro origen y principio.

Lo ha dicho San Agustín: "El gran sol ha puesto por debajo otro más pequeño, entre celajes de nubes, no para ocultarlo sino para que no nos deslum­bre". Es el Padre celestial quien ha hecho un sol infe­rior, más abajo, su Hijo. Aunque sea igual al Padre, en cuanto Dios, por su Humanidad está más bajo; en él la divi­nidad queda velada, aunque no oculta, para que así, menguado su fulgor, fijemos en El nuestra mirada.

El es la luz ver­dadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jn 1, 9). Es luz que brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no lo han comprendido (Jn 1,5).

Los pobres de espíritu, receptores de la luz

Reciben esta luz sólo los po­bres de espíritu, y aquellos que están bien despojados de sí mismos, del amor propio y voluntad egoísta.

Puede haber muchos materialmente pobres durante cua­renta años y que jamás hayan abierto su ventana al rayo de la luz. Estos estarán saturados de luces de sentidos y de razón, pero en el fondo no han gustado la luz. Esta les extraña y queda lejos de ellos.

Hijos muy queridos, empeñaos con vuestros actos en espíritu y sentidos por obtener que la verdadera luz brille en vosotros; abrid las puertas y gustad su compa­ñía. Así volveréis al origen donde brilla la luz verda­dera.

Desead, pedid, con gusto del espíritu y con repugnan­cia del sentido, que esta gracia os sea concedida. Poned en ello todas vuestras energías. Rogad a los amigos de Dios que os ayuden a esta obra. Haceos amigos de ellos a fin de que os lleven a El en compañía. Que Dios, infinitamente bueno, a todos vosotros ilumine con su luz".

Juan Taulero, O.P

Juan Taulero