La técnica para alcanzar el silencio

“Se aprende practicando.

No se mata el hambre leyendo un libro de cocina o una carta de menús; se mata el hambre, comiendo” (Alcoba, 139).

“Es práctico no andar cambiando de métodos” (Desde, 59).

 

La postura

    * Sobre este tema: Posada, 50, 78-80; Alcoba, 75.

La postura del cuerpo induce a una determinada respuesta interior. Las tensiones del cuerpo nos provocan distracciones, mientras que el equilibrio corporal favorece el sosiego y la armonía.

Debemos evitar dos excesos: la tensión y el adormecimiento.

Por ello es importante buscar una postura justa, equilibrada, sin tensiones, que ayude a no moverse. Hay que saber sentarse bien.

“Cuando nos sentamos en el silencio en postura equilibrada y justa, estamos indicando algo con este gesto de estar bien sentados. Es como decir: ‘Venga lo que venga, de aquí no me muevo’. El silencio desemboca en la comunión con todo” (Conversando, 99).

Encontrar la postura justa lleva mucho tiempo: meses.

Un consejo: dejar descansar las manos en los muslos o sobre el vientre.

“Todo se asienta en el bajo vientre. Aprended a sentarse en el bajo vientre. Son las raíces de nuestra vida” (Conversando, 92).

La respiración

    * Sobre este tema: Posada, 48; Desde, 171; Alcoba, 53, 68.

La respiración es obra del Señor.

Dejemos que Dios respire en nuestro interior. Así habla Él, aunque no se le nota.

Acalla el interior desde la inspiración: respira con el diafragma y espera la Palabra que brota de dentro.

Todo se recibe en la inspiración y todo se da en la espiración: es bueno que la espiración sea total, para que no quede ningún residuo.

No debemos buscar en esta actividad el placer.

“…no es necesario manipular, ni dirigir nuestro aliento. Simplemente observar y…, practicar, practicar…” (Conversando, 14).

La distancia

Tenemos que saber distanciar nuestra conciencia o mirada interior de nosotros mismos para poder ver bien nuestra agitación interior como meros espectadores. Así alcanzaremos el sosiego interior.

“Dejar que todo aflore, dejarlo salir todo sin hacer ningún juicio, sin más, como si sólo fuéramos unos observadores. No como comisarios, no como inquisidores, sino imparcialmente, como si nuestra capacidad enjuiciadora estuviera en punto muerto.

No se puede ver bien si no se está a una cierta distancia. A medida que todo sale, nos vamos liberando” (Desde, 13).

El tiempo

El tiempo ha de ser abundante, pues para que “el agua se aclare es necesario dejarla reposar”: un mínimo de 20-30 minutos.

Encontramos tres momentos especiales para el silencio interior (cf. Posada, 22-23; Desde, 133):

La noche: es el espacio del sosiego, en el que nuestro interior se acalla. Es un tiempo para nosotros (cf. Posada, 80-82).

Justo antes de acostarnos: es bueno “desprenderse” de todo mientras uno se quita la ropa para ponerse el pijama (cf. Posada, 76; Desde, 133; Alcoba, 163).

Cuando uno se despierta: aprovechar ese primer instante en el que uno todavía no se ha “enganchado” a nada (cf. Desde, 133; Alcoba, 55-56).

“Esta mañana, al despertar, si tu mirada estaba atenta habrás podido percibir que Él estaba allí.

Toda la noche Él te ha respirado, se ha hecho cargo de ti. Felizmente, Él no tiene ningún descuido” (Alcoba, 181).

El grupo

Es mejor orar en grupo pues es muy inspirador.

En el grupo se crea una especie de vibración.

Un consejo: si oras en grupo no cambies de sitio: así evitas la ansiedad de andar buscando un lugar antes de ponerte a orar.

La constancia

Al principio sólo conseguimos pequeños instantes de silencio. Pero si somos constantes, poco a poco tendremos momentos cada vez grandes de silencio.

“Un sendero para subir a la montaña se hace cuando se pasa una y otra vez por él.

El silencio debe ser así de insistente” (Posada, 34).

“No importa que la oración sea esto, un incesante volver, un incesante volver: ‘Volveos a mí de todo corazón’ [cf. Mal 3,7]” (Posada, 38).

La atención

    * Sobre este tema: Sementera, 30-31, 53; Posada, 44, 54-56, 60; Alcoba, 165-167, 253-254; Conversando, 103-107.

Podemos vivir el silencio interior en la vida cotidiana estando atentos a lo que hacemos en el presente.

Sólo conocemos cosas nuevas observando la vida presente. La mente no aporta nada nuevo, sólo repite.

El viaje del silencio consiste en llegar a este ahora y a este aquí.

Para permanecer atentos a nuestro interior sin distraerse, necesitamos un “ancla”. Tenemos dos posibles anclas: estar atentos a la respiración o estar atentos a una palabra –o pequeña jaculatoria–.

Pero este segundo ancla tiene el inconveniente de que puede movernos a la reflexión. No hay ninguna palabra milagrosa. Lo milagroso es quedarse en silencio.

Si nos distraemos o nos adormecemos: volvemos al ancla. Dejamos de estar distraídos cuando somos conscientes de que estamos distraídos.

“En la meditación hay que estar atentos porque tenemos dos grandes riesgos: fugarnos hacia arriba –pensando, divagando, discurriendo, imaginando–, o fugarnos hacia abajo –relajándonos, durmiéndonos, evadiéndonos–. Cuando nos demos cuenta de que algo de esto nos está sucediendo, nos tenemos que volver de nuevo hacia el centro de nuestra atención, es decir, nuestra respiración” (Conversando, 14).

La respiración no hay que pensarla, solo atenderla. A Dios no hay que pensarlo, sólo atenderlo.

Es bueno tener los ojos entreabiertos, viendo sin mirar. Si cerramos los ojos se excita nuestra imaginación.

“La oración no es un asunto de memoria, de recuerdo; la oración es régimen de atención, de la pureza de tu atención” (Alcoba, 231).

“En el encuentro de Moisés en la zarza ardiendo [cf. Ex 3], Dios se define como el que Es, no como el que ha sido […]. La oración es el encuentro con el que Es” (Sementera, 104).

“Y es que un instante puede valer para ver. Al igual que una gota de agua contiene todo el sabor del océano, así puede suceder en el silencio. Vivirlo al cien por cien es estar atento.

La atención que requiere el silencio nos puede llevar a que la experiencia sea costosa. El camino hacia nosotros mismos es el más costoso. Hay viajes turísticos que ofrecen promesas de pasarlo bien. El silencio no promete nada y además no existe ruta ni mapa para recorrerlo. Es virgen. No precisa la ceremonia ni el ritual” (Conversando, 68).

“Unos monjes del desierto hablaban de la oración y la expresión de uno de ellos fue: ‘Cuando vayas a meditar, espía a Dios como el gato espía al ratón’ […].

Y es que hay que tomar este estilo de atención. Cuando el gato ‘está trabajando’ da la sensación de que no hace nada. Así caza al ratón. Está presente, espera atento y… […].

También es verdad que el gato, para estar atento al ratón, tiene que tener ‘hambre’” (Conversando, 105).

“El presente es siempre tan humilde, tan poco llamativo, que no le damos importancia. Pero es nuestra felicidad” (Conversando, 75).

“…el monje es el que ha aprendido a ‘estar donde está’: si ara, está arando; si poda las viñas, está podando; si riega, está regando; y si reza, está rezando” (Desde, 26).

“El silencio, como el amor, es un gran compromiso con el ahora” (Alcoba, 122).

“Cada instante es el mejor que Dios ha creado para ti” (Alcoba, 229).