Dom
30
Jul
2023

Homilía XVII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2022 - 2023 - (Ciclo A)

El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

En el Evangelio de este domingo, Jesús adopta tres imágenes para hacer comprender lo que es el Reino de los cielos: en un primer momento lo compara a un tesoro escondido en un campo para cuya adquisición el que lo encuentra vende todo cuanto tiene; por otro lado, lo compara a un comerciante de perlas que encuentra una de gran valor y vende también todo lo que posee para su posesión. Por último, explica que este Reino se parece a una red que se hecha al mar y recoge toda clase de peces, pero sólo se conservan los buenos, mientras los malos son devueltos al mar.

Ahora, retomemos la pregunta que Jesús formula a sus discípulos: ¿entendéis bien todo esto? Más aún, ¿qué nos quiere indicar con esas comparaciones? Os invito a detenernos solo en la primera parábola, la del tesoro escondido y en la segunda, la de la perla de gran valor.   

Si nos fijamos con detenimiento en la primera parábola, podemos percibir que es Dios mismo ese tesoro escondido que, a menudo y de forma inesperada, se deja encontrar por el hombre. Y este encuentro puede darse tanto en medio de las faenas de la vida diaria como consecuencia de una fuerte experiencia, llámese crisis existencial o dura experiencia de sufrimiento o de alegría... Y es que en la humanidad de Jesús Dios ha venido a habitar entre nosotros, ha venido a formar parte de nuestra realidad. Su presencia cubierta en nuestro mundo, la podemos descubrir en acontecimientos, en personas… y en aquellas realidades cotidianas con las que él mismo se identificaba. Y ahora cabe hacernos otra pregunta: una vez descubierto este tesoro que es Dios mismo, ¿qué hace el hombre que lo encuentra? Jesús mismo nos responde cuando dice que el hombre que lo encuentra vende todo lo que posee para su adquisición. En efecto, Dios es el tesoro al que todos nuestros otros tesoros deben ser subordinados. Nuestro encuentro con Dios exige que le confiemos todo lo que tenemos e incluso todo lo que somos. Ante este encuentro no camben negociaciones ni regateos; hemos de venderlo todo, como el personaje de la primera parábola, para adquirir el campo donde hemos encontrado el tesoro.  

En la segunda parábola Jesús continúa con su enseñanza a propósito del encuentro del ser humano con Dios. En esta parábola, a diferencia de la primera, podemos observar que la acción recae, en gran medida, en el mercader, que es quien busca perlas más hermosas para su colección. Con esta segunda parábola, Jesús nos quiere insistir sobre otro aspecto importante, a saber, la necesidad de buscar a Dios con perseverancia. A veces Dios se nos revela sin que lo busquemos, como en la primera parábola, pero también se nos revela solo después de una larga búsqueda. Dios está en nuestra vida cotidiana, siempre se deja encontrar. Depende de nuestra actitud, depende de nosotros tener los ojos abiertos y los odios atentos para verlo y escucharlo en las circunstancias en las que se nos quiere y puede manifestar.

La primera lectura, tomada del primer libro de Reyes, nos ha hablado de la elección del rey Salomón, que, ante otros valores posibles y apreciados por nuestro mundo, prefirió la sabiduría. Muchas cosas y personas pueden distraernos en nuestra búsqueda de Dios, de allí que como Salomón hemos de pedir a Dios, en nuestra oración, la sabiduría suficiente para saber discernir y elegir el verdadero tesoro.  

Algunas actitudes y hábitos son incompatibles con el Evangelio proclamado por Jesús: ¿soy capaz de renunciarlo todo por el verdadero y auténtico tesoro? ¿está mi vida llena de alegría por el descubrimiento de Dios? ¿qué otros tesoros o perlas de mi vida estoy dispuesto a renunciar por Dios?