Dom
3
Ene
2016

Homilía II Domingo de Navidad

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros

Introducción

Hoy celebramos un domingo sencillo, sin ninguna titulación especial. Es simplemente, “el domingo después de”, como si no tuviera su propia identidad. Sin embargo, la tiene. Es para mí el domingo de la contemplación. En el portal de Belén hemos visto muchos rostros y los hemos mirado: los de María, José y el Niño; rostros de ángeles y de pastores y dicen, que también un buey y una mula asistían el acontecimiento, ornado de pobreza y de cantos gozosos de paz.

En este domingo hemos de interpretar el rostro del Niño. Si el rostro es el espejo del alma, ¿qué nos refleja el rostro del Niño? En definitiva, ¿quién es este Niño? Hoy, la Palabra de Dios nos ayuda a descubrirlo. Jesús, el recién nacido, es la Palabra que existía en el principio, que estaba junto a Dios y era Dios. El rostro del Niño es el de la Sabiduría que echó raíces entre nosotros y habita en medio del pueblo de Dios.

En este domingo se trata, pues, de descubrir el rostro del “Deus abscónditus”, “a quien nadie ha visto jamás” (1 Jn 4, 12), que se oculta en sus “escondites”, en los sacramentos. En el rostro de Jesús, sacramento del Padre e imagen del Dios invisible, se muestra el hijo de Dios.