Dom
16
Ago
2020

Homilía XX Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2019 - 2020 - (Ciclo A)

Ten compasión de mí, Señor Hijo de David

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

Vivimos malos tiempos para la universalidad. La crisis ha cerrado parte de nuestras puertas, nos ha hecho mirar con recelo a los que no son de aquí. Las palabras de Isaías no son solo una denuncia, sino también una exigencia. Es la justicia la medida de nuestra propia vida y la medida de nuestras relaciones sociales, pero una justicia justa, que dé a todos lo que necesitan.

A veces invertimos el sentido de la justicia para hacer pasar como justo lo que a nosotros nos favorece. Para el cada pueblo la justicia es ser como ellos.

Pero para nosotros, nuestra indignación debería surgir por no usar los mismos parámetros para analizar a todos los pueblos. Nuestras mejoras sociales no son un invento exclusivo de nuestro mundo occidental, sino que deberían ser un reto para todos los pueblos.

Quién duda que todos los seres humanos necesitan agua, pan, techo, medicinas, paz, concordia, justicia y todas estas cosas no son elementos culturales sino humanizadores.

¿A quién podemos excluir de esos logros y porque no los exigimos para todos los demás? Porqué no nos preguntamos la razón por la cual el resto de la humanidad no goza de esos elementos que nos dan vida.

¿Quién se ha preguntado cuanto ganan los que cultivan el algodón, lo hilan, lo tejen, lo cortan y los cosen para nosotros? Sabemos su precio final y buscamos el más barato, lo usaremos una temporada y lo tiraremos.

Jesús piensa en su misión de anunciar el Reino de Dios a su pueblo, pero ante que la misión están los hombres, las mujeres que sufren, que piden porque la necesidad se lo exige, y sobre todo que buscan con fe la salvación.

El rostro de la mujer hizo a Jesús bajar la cabeza para comprender que hasta en las migajas había vida. Comer las migajas que caen de la mesa no es un desprecio ni una minusvaloración de la propia persona, es la constatación de que siempre sobra, que siempre hay más de lo que necesitamos, que las cosas siempre dan para más, y que empeñarse en guardar, en cerrar, va en contra de nuestra propia vida, que se hace más estrecha y más pequeña.

Jesús ante el rostro que sufre solo puede hacer una cosa encarnarse, hacerse compasión con la mujer y su dolor, con una madre y su hija

El evangelio más que darnos la razón debe hacernos interrogantes:

¿Cuánto consumimos, mejor, tiramos, sin caer en la cuenta que muchos no tiene lo necesario?

Nuestras montañas de residuos ¿No son una injusticia?

¿Cuánto necesitamos realmente para vivir? ¿Cuánto guardamos para por si acaso?

Y si ahorramos ¿para qué lo hacemos? ¿Nos preguntamos por el precio justo de la cosas? ¿Buscamos lo más barato sin preguntarnos por los derechos de los que lo han fabricado?

¿Cuántas migajas tiramos cada día, tirando la vida de los demás al suelo?

Solidaridad y justicia son nuestras dos manos. No podemos quedar impasibles ante los ojos de quien no tiene lo necesario para vivir.

Ten compasión de nosotros, Jesús, Hijo de David, que no sabemos creer, que no sabemos pedir, que queremos a Dios solo para nosotros, que pedimos justicia y no la vivimos.