Ago
Evangelio del día
“ ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! ”
Primera lectura
Lectura del libro de los Números 12, 1-13
En aquellos días, María y Aarón hablaron contra Moisés, a causa de la mujer cusita que había tomado por esposa. Dijeron:
«¿Ha hablado el Señor solo a través de Moisés? ¿No ha hablado también a través de nosotros?».
El Señor lo oyó.
Moisés era un hombre muy humilde, más que nadie sobre la faz de la tierra.
De repente el Señor habló a Moisés, Aarón y María:
«Salid los tres hacia la Tienda del Encuentro».
Y los tres salieron.
El Señor bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la Tienda, y llamó a Aarón y a María. Ellos se adelantaron, y el Señor les habló:
«Escuchad mis palabras: si hay entre vosotros un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; abiertamente y no por enigmas; y contempla la figura del Señor. ¿Cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?».
La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó.
Al apartarse la Nube de la Tienda, María estaba leprosa, con la piel como a nieve. Aarón se volvió hacia ellas y vio que estaba leprosa.
Entonces Aarón dijo a Moisés:
«Perdón, señor; no nos exijas cuentas del pecado que hemos cometido insensatamente. No dejes a María como un aborto que sale del vientre con la mitad de la carne consumida»
Moisés suplicó al Señor:
«Por favor, cúrala».
Salmo de hoy
Salmo 50, 3-4. 5-6.12-13 R/. Misericordia, Señor: hemos pecado
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad en tu presencia. R/.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre. R/.
Oh Dios, crea en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 14, 22-36
Después que la gente se hubo saciado, enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! ».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron a todos los enfermos.
Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.
Evangelio de hoy en vídeo
Reflexión del Evangelio de hoy
"A él le hablo cara a cara; abiertamente y no por enigmas; y contempla la figura del Señor"
«Ser como dioses» es un deseo que habita en el corazón humano desde el inicio de la humanidad. Por una parte, dentro de ese deseo anida una profunda sed de infinito que nos atraviesa, pero en él también descubrimos, muchas veces, la pretensión de encumbrarnos por encima de los demás a causa de lo divino. Creo que la primera lectura de hoy trata acerca de esa doble tendencia humana, que distingue entre quienes pretenden ser intermediarios de Dios para el pueblo y quienes son verdaderos mediadores.
En el texto de los Números, Aarón y María, celosos de Moisés, reclaman un protagonismo que, según ellos, Moisés les estaría opacando. En esta persepctiva, los que buscan ser intermediarios de Dios –que Dios hable «a través de nosotros»– suelen creerse el centro de la cuestión religiosa y sentirse más importantes que lo demás. Así, ponen distancia entre Dios y la gente, pues todo tiene que pasar «a través de ellos».
El verdadero mediador, como el siervo Moisés, es humilde –«muy humilde, más que nadie…»– y por eso es transparente: refleja su experiencia de Dios para que todos accedan a ella. La intimidad que tiene con el Señor queda expuesta en su rostro –«cara a cara»– y todos ven en ese rostro lo que ese rostro contempló: la tierra de promisión. Así, el mediador ayuda a que Dios y el pueblo se encuentren mientras él mengua; y el intermediario, en cambio, queriendo llevar y traer información entre Dios y las personas, se pone en el medio, buscando protagonismo y reconocimiento…
En mi opinión, suele no ser lo mismo «mediar» que «intermediar»: el primero termina haciendo dialogar a los distantes, y el segundo traduce e interpreta a ambos… La diferencia –en este caso de Moisés– parece radicar en su humildad (relación con los demás) y su intimidad (relación con el Señor).
Nosotros… ¿cómo ayudamos a quienes nos rodean a acercarse a Dios? ¿Somos ventana o “peaje”?
Señor, sálvame
El texto evangélico que hoy leemos comienza mencionando a la gente saciada por la multiplicación de los panes y concluye mostrando cómo los enfermos son curados por la palabra y los gestos de Jesús. Lo que queda en el medio del texto se enmarca, pues, en esta identidad de Jesús, presentado como la mano de la misericordia del Padre: Jesús es la presencia compasiva de Dios en medio de su pueblo.
Ahora bien, en contraposición a la alabanza que el texto de los Números ofrecía de Moisés –«el más fiel de todos mis siervos»–, el texto evangélico presenta a Pedro en toda su fragilidad: «le entró miedo, empezó a hundirse y gritó…». En verdad, si bien el evangelio nunca maquilló los defectos del primero de los apóstoles, no deja de resaltar, esta vez, su arrojo apasionado y la sencillez con la que reconoce su impotencia… Seguramente, tiempo después, al recordar la mano de Jesús sosteniendo la suya en el agua, Pedro habría podido recitar con el Salmo 18(17): «El tendió su mano desde lo alto y me tomó, me sacó de las aguas caudalosas».
Al pedir caminar sobre el agua, Pedro no debió querer igualarse a su Maestro, simplemente desearía acompañarlo y seguirlo también en la inestabilidad… Pues ¿hay algún seguimiento verdadero de Jesús en el que no se tambaleen nuestras seguridades?...
Por último, los cristianos hemos sido llamados en todas las épocas a prolongar la mano misericordiosa de Jesús para sostener, para acompañar, para cuidar a los demás en Su Nombre… Pero solamente reconociendo nuestra fragilidad y nuestra incapacidad para ello, solamente desde nuestra experiencia de ser levantados y sostenidos por Jesús podremos realizar esa misión…
«Señor, sálvame», es el sincero clamor de todo cristiano que necesita de la mano de Jesús que le levante para vivir y estar en pie. La misericordia se aprende a dar recibiéndola… ¿Qué puedes aprender hoy de estos Patriarcas de nuestra fe: el humilde Moisés y el audaz Pedro?