Fr. Sixto Castro presenta ‘¿Qué es, pues, una obra de arte?’ en México
En la FIL Guadalajara 2025, el filósofo español dialogó con Hermann Omar Amaya Velasco y Caleb Olvera Romero, en una sesión moderada por Andrea Pérez Roldán, sobre la pregunta: por qué llamamos “arte” a lo que llamamos arte
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara acogió el 4 de diciembre de 2025 la presentación de ¿Qué es, pues, una obra de arte?, obra del filósofo español Sixto Castro, catedrático de Estética y Teoría de las Artes de la Universidad de Valladolid. Publicado por Universidad Anáhuac México en coedición con Gedisa, el libro propone un recorrido claro y argumentativo por las principales teorías estéticas contemporáneas, con una meta tan ambiciosa como necesaria: pensar cómo se delimita hoy el concepto de “obra de arte”.
Acompañaron al autor Hermann Omar Amaya Velasco —profesor investigador del Departamento de Filosofía de la Universidad de Guadalajara, especialista en estética, teorías del arte contemporáneo y filosofía de la tecnología— y Caleb Olvera Romero, investigador y ensayista con amplia trayectoria editorial. La sesión, moderada por Andrea Pérez Roldán, fue también seguida en línea a través de los canales de Investigación Anáhuac México, abriendo la conversación a un público más amplio que el de la sala.
Desde el comienzo, la presentación situó el libro en el territorio de las “grandes preguntas”: esas que todos usamos a diario, pero que se vuelven difíciles cuando intentamos definirlas con precisión. Como recordó el propio autor, el título remite —de forma deliberada— a la reflexión de san Agustín sobre el tiempo: “creemos saber qué es… hasta que alguien nos pide explicarlo”. Para Castro, esa paradoja describe bien nuestra relación cotidiana con el arte: dictaminamos con facilidad “esto es” o “esto no es”, sin advertir que ya estamos usando una teoría, aunque sea implícita.
Uno de los ejes del diálogo fue la metáfora del arte como una ciudad en expansión. Igual que una urbe crece, incorpora barrios antes periféricos y reorganiza sus límites, el mundo del arte se ensancha: lo que ayer no entraba en la categoría, hoy puede ser aceptado. Con esa imagen —inspirada en Wittgenstein y aplicada al ámbito estético— Castro defendió que el arte no se explica por una esencia fija, sino por una red histórica, social e institucional que se reconfigura con el tiempo.
Los comentaristas destacaron el enfoque pedagógico del libro. Amaya subrayó que el texto nace de una experiencia compartida por muchos: entrar en un museo y encontrarse con un objeto desconcertante que, sin embargo, se presenta como arte. Ese “choque” —lejos de ser un simple escándalo— puede convertirse en una puerta filosófica: ¿qué ha cambiado en el discurso contemporáneo para que eso sea arte hoy? Desde ahí, el libro revisa teorías (institucionales, intencionalistas, funcionalistas, entre otras) mostrando tanto su potencia como sus límites.
Caleb Olvera insistió en la claridad argumentativa de la obra y en su método: exponer una teoría, ponerla a prueba, señalar sus fallas y avanzar. En ese recorrido, emerge una conclusión incómoda pero honesta: quizá no exista una definición única capaz de abarcarlo todo sin dejar “casos frontera”. Aun así, el texto no renuncia a la tarea de pensar; al contrario, ofrece un “mapa” de autores, debates y problemas, de modo que el lector pueda moverse con mayor lucidez por ese territorio cambiante que llamamos arte.
Las preguntas del público ayudaron a aterrizar el debate. Una de ellas planteó el caso clásico: ¿qué diferencia hay entre una lata Campbell’s del supermercado y la de Andy Warhol en un museo? Castro respondió desde la filosofía de Arthur C. Danto: la diferencia no es perceptiva, sino teórica y de significado. La del súper “no es acerca de nada” más allá de su función comercial; la de Warhol, en cambio, habla —precisamente— de la dificultad de distinguir, solo por la vista, entre arte y no arte.
Otra intervención conectó la propuesta del autor con la hermenéutica analógica. Castro reconoció la cercanía: no se trata de caer en una postura unívoca (una definición rígida que expulse todo lo nuevo), ni en un relativismo sin límites. En la práctica, dijo, decidimos “analógicamente”: sobre el trasfondo de una tradición compartida, de usos culturales, y de un “consentimiento informado” que se va reajustando.
La sesión concluyó con una distinción clave: clasificar no es valorar. Ante la cuestión del “arte degenerado” o del poder de ciertas élites para legitimar lo que cuenta como arte, Castro recordó que llamar a algo “mal arte”, “kitsch” o “degenerado” no lo saca necesariamente de la categoría. Como ejemplo, comparó los muebles duraderos de otras épocas con los actuales de consumo rápido: siguen siendo muebles, aunque no tengan el mismo valor. En el arte, esa confusión entre lo descriptivo (qué es) y lo evaluativo (qué merece) suele alimentar discusiones estériles; el libro, en cambio, invita a discutir con más precisión.
Para una tradición como la dominicana, que ha hecho del estudio un modo de servicio, preguntas como estas no son un juego intelectual: tocan el modo en que una cultura transmite sentido, forma la mirada y educa el juicio. La presentación de ¿Qué es, pues, una obra de arte? dejó una idea central: no se trata de cerrar la pregunta, sino de aprender a formularla mejor.