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Práxedes, laica dominica

30 de mayo de 2017
Etiquetas: Laicos
Práxedes, laica dominica

Reflexión sobre la vida de la venerable Práxedes Fernández García, laica dominica asturiana

Laica dominica

Los términos han ido cambiando: durante muchos siglos se hablaba de la Orden Tercera, para señalar a los laicos que se comprometían en su vida con el carisma dela Orden de los dominicos. Tenía el calificativo, la dignidad de “Orden”, como los frailes, eran miembros de ella. En el pasado siglo se vino a llamar “Orden Seglar Dominicana –“Dominica” en América Latina-. Desde hace unos años son “Fraternidad laica dominica”. El término laico molesta a algunos porque le sueno a lo contrario de lo religioso, como derivación de “laicismo”, lo ajeno a lo religioso. Sin embargo está plenamente aceptado en el Magisterio de la Iglesia. El documento del Vaticano II sobre los cristianos laicos se llama “Chrisifideles laici”. Sin embargo el término “seglar” es también válido y precisa que implica vivir el carisma dominicano en “el siglo” –saeculum en latín-. “Siglo” es un término que como el de “mundo”, tiene significados dispares. Por una parte tiene un sentido negativo, el demonio es el príncipe de este mundo, se dice en textos sagrados, o es uno de los enemigos del alma, como enseñaba el catecismo de nuestra niñez, y el Papa ha avisado como tentación de la Iglesia la “mundanización espiritual”, es decir: moverse en la acción evangelizadora por los intereses que en el mundo se actúa como el aplauso popular, acomodación a lo política o socialmente correcto, conseguir éxitos sociales… El fraile dominico tenía que abandonar el “mundo” – fuga mundi”- en latín, para sentir y vivir de manera distinta a los valores vigentes en el mundo: el tener, el placer, el poder… Pero “siglo”, como “mundo” tiene una aceptación positiva. Jesús dice que “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su hijo”. Es, pues, objeto del amor nada menos que de Dios. Sólo se ama lo que es esencialmente bueno, aunque tenga sus imperfecciones. Por ese mundo Jesús dio la vida. Los frailes dominicos están al servicio de mundo, si bien con un estilo distinta al corriente en la sociedad. Más aún su carisma es un compromiso con el mundo, como el de Jesús. El “siglo” lo podemos interpretar como el mundo en el momento actual. Un fraile dominico que reinstauró la Orden en Francia en el siglo XIX, el P. Lacordaire, daba gracias a Dios por comprender a su siglo. Si no hay interés por el mundo en que se vive, el siglo, si no se le quiere la acción propia de la Orden, la predicación, no tendría sentido. Más aún la vida consagrada se define como seguimiento de Cristo y compromiso con la humanidad –más que como huida del mundo o del siglo-. Un dominico, una dominica no puede estar al margen del mundo, existe para servirle y servirle desde el amor. Las fraternidades laicales se diferencian de los dominicos y dominicas consagrados por el estilo de vida. Ellos están comprometidos con el mundo desde el mismo estilo de vida que lleva los hombres y mujeres de su tiempo, inmersos en el mundo, con los problemas familiares, profesionales, económicos…que la mayoría de sus contemporáneos. Y desde ese estilo de vida han de ser fraternidades predicadoras. A eso se comprometen cuando profesan las promesas que les une a la Orden. Esto no se puede realizar sin contemplación, es decir sin estudio y oración. Sin ahondar en la verdad revelada, y tener sensibilidad y conocimiento de los hombres y mujeres de su tiempo y lugar; y sin el contacto con Dios, la escucha de su palabra en la oración. Exactamente como los frailes o religiosas dominicas.

Ejemplo de todo esto fue la Venerable Práxedes. Vivió tiempos difíciles en lugares complicados de enfrentamientos violentos, en su entorno conoció el laicismo agresivo, pero a la vez la miseria de no pocos. Ella no vivió en “el claustro”, en el “convento”, pero encontró tiempo para la oración diaria, para la familiaridad con el Evangelio, para verse y ver a los demás ante el Dios que amó el mundo y ante el Salvador del mundo, Jesús. Y predicó como dominica: con su vida, con su palabra, con su actividad misericordiosa, de compasión hacia los necesitados, con la fortaleza en su fe en un medio hostil, como el de Mieres de los años treinta. Si mártir quiere decir, confesor, ella fue mártir, porque confesó su fe, cuando la fe era perseguida. Permaneció viva porque en la mente de los perseguidores de la fe había espacio para captar que fue mujer tan preocupada y más que ellos por la miseria humana, con una preocupación por los necesitados que se manifestaba en acciones concretas de desvivirse por ellos…, sin violencias revolucionarias, ni las indiferencias de los potentados. Nada más lejos de Práxedes, mujer de contacto continuo con Dios que olvidarse de los seres humanos de su tiempo y su entorno, de huir de su mundo y recluirse en sus devociones. Práxedes fue un ejemplo de lo que el Papa Francisco desea, de una “Iglesia en salida”, no encerrada en sí misma o autorreferenciada, como denuncia también el Papa. Una auténtica, ejemplar y heroica laica dominica en tiempo recios.

Laicos santos

Las mujeres son más que los hombres y los laicos muchos más que los religiosos, por lo tanto valorándolos de la misma manera respecto a la posibilidad de ser buenas personas y en su día ser declarados santas y santos habrían de ser muchos más los laicos que los religiosos y las mujeres que los hombres. El grupo de laicas santas sería el más numeroso. No es así. Las laicas reconocidas como santas son una gran minoría, ¿por qué? Sin duda las razones son varias: desde el aprecio menor que se ha tenido a la vida de las mujeres que a los de los hombres por su diferente participación en la vida de la sociedad y de la Iglesia, a que los laicos y laicas que pudieran merecer ser elevadas a los altares tienen menos apoyo para ello que los religiosos y las religiosas. Añadamos otra razón: entre los laicos elevados a los altares muchos han sido a causa de su martirio en las persecuciones masivas de cristianos desde el imperio romano hasta las de Japón, China, Vietnam o diversos lugares del África o en España. Los verdugos han perseguido más a los varones que a las mujeres, por entender que tenían un mayor influjo y responsabilidad en la sociedad. Un varón que hubiera llevado la vida de Práxedes en el tiempo de la revolución de Asturias tenía muchas posibilidades de ser martirizado como los mártires de Turón. El martirio aproxima mucho más al reconocimiento oficial de santidad. Los procesos son más rápidos, exigen menos signos milagrosos o ninguno. En Práxedes se dan, pues, las circunstancias que dificultan ser elevada a los altares: es mujer, es laica, no tiene tras ella un grupo de religiosas o religiosos que insistentemente trabajen por la declaración de santidad de su fundadora;  y aunque fue claramente mártir, es decir testigo de su fe en medio de la persecución, que es lo que quiere decir mártir, no fue llevada a la muerte por los verdugos. Los declarados mártires no lo son porque se les privó de la vida, sino porque que se les privó de la vida por ser mártires –testigos de la fe-.

Amoris laetitia y Práxedes

Práxedes fue mujer casada. Tuvo varios pretendientes. Alguno parecía más apropiado a su manera de ser: serio, devoto…, pero por razones que no pueden valorar más que los interesados no prosperó el noviazgo. Su matrimonio fue con un hombre sencillo, e incluso algo rudo, pero trabajador. Su vida con él no fue en casa propia, sino en una pensión. Su inesperada muerte en accidente tiene lugar unos días después del nacimiento del cuarto hijo. Fue extremadamente duro. Ni siquiera se atrevieron a comunicárselo a Práxedes. Le dijeron que estaba en la cárcel por una pelea de taberna. Cuando hubo de enterarse Práxedes sólo la fe la sostuvo. Con dificultad. No fue un matrimonio en el que todo se deslizara como la seda, sino con situaciones de conflicto por el carácter del marido. Pero Práxedes lo amó. En los tiempos que corren y con una persona distinta de Práxedes se podría prever que las crisis se hubieran resuelto con la ruptura, o sea con una crisis mayor. El Papa al hablar de la familia en la Exhortación postsinodal Amoris laetitia, se entra en el amor como constituyente del matrimonio. El amor es insustituible. Él mide la felicidad del matrimonio y, por supuesto, la hondura de él. No es el contrato, aunque tenga carácter de sacramento en nuestra Iglesia, lo que hace el matrimonio, sino el amor mutuo. El sacramento significa y ayuda a mantener ese amor, porque el sacramento implica a Dios, a su Iglesia en él como fuerza que lo consolida y permite amar cada vez más y mejor, al superar lo que contra él atenta. Es participación del amor de Dios al ser humano, que ha de ser fiel, como lo es el amor de Dios. Es amor entre personas imperfectas con limitaciones, con pulsiones egoístas, que necesita continua reconciliación y fortaleza. Nada existe más educativo para los hijos que brotan de ese amor, que la conciencia que ellos tienen de cómo se aman sus padres.

El amor entre esposos es el que lleva al amor a Dios: no sería aceptable un amor a Dios al margen del que ellos se tengan o como sustituto de la falta de amor esponsal. Es un amor que, basado en Dios, es universal: amándose intensamente los esposos están preparado para ampliar su amor. En primer lugar a hijos y familiares; pero luego a los demás. En especial a los que vivan en situación de desamor y soledad, a los fracasados en el amor, a los que la vida se les tuerce, a los que no tienen la esperanza de la fe… Práxedes acudió en ayuda de ellos. Su entrega a la familia no le privó de estar atenta a quienes la podían necesitar fuera de ella. Por supuesto que todo lo bebía en su oración, en la frecuencia de la eucaristía, en sus lecturas espirituales. Y así creció en lo que es lo esencial de la condición humana en los sentimientos, en el amor, cada día era más persona humana, pues se es persona o se vive como tal en la medida que se ame. Al atardecer de la vida superó el examen del amor con nota. Que es decir que su vida  fue auténtica vida de persona humana a la luz del evangelio, vivida en intensidad. Por ello la reconoció el pueblo como santa en la vida y tras su muerte. Y como tal es invocada, pero sobre todo ha de ser imitada.

Boletín informativo de la causa de canonización de Práxedes Fernández, O.P., 2017, nº 76