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“No puede ocultarse una ciudad asentada sobre un monte” Una Vida Contemplativa

“No puede ocultarse una ciudad asentada sobre un monte” Una Vida Contemplativa

Carta sobre la vida contemplativa dada en Santa Sabina, en la fiesta de Santa Catalina de Siena, en el año 2001.

Esta carta se dirige en primer lugar a vosotras, monjas, porque trata de vuestra vida. Quiero dar gracias a Dios por vuestra presencia en el centro de la Orden. Con frecuencia durante las agitadas visitas canónicas, los momentos pasados en los monasterios han sido momentos de alegría, de risas y de refrigerio. Yo no soy monja, por tanto ¿qué tengo que decir sobre vuestra vida? También yo, como vosotras, soy dominico llamado a la contemplación. Habéis compartido abiertamente conmigo vuestras esperanzas para la renovación de la vida contemplativa en el corazón de la Orden, y los retos que afrontáis. Por eso, en esta carta deseo compartir con todas las monjas el fruto de nuestras conversaciones. Perdonadme, si alguna vez da la impresión de no haber entendido vuestra vocación. La Orden sólo florecerá si nos atrevemos a decir lo que está en nuestros corazones, confiados en ese perdón.

También quiero compartirla con toda la Familia Dominicana. Antes de morir, Santo Domingo “encomendó las monjas, como parte que eran de la misma Orden, a la solicitud fraterna de sus frailes” (LMC 1 § I). La primera comunidad dominicana que fundó fue la de las monjas de Prulla, y una de sus últimas preocupaciones fue la construcción del monasterio de Bolonia: “Es absolutamente necesario, hermanos, que se edifique una casa de monjas, aunque esto signifique dejar por un tiempo el trabajo en nuestra propia casa” . Es decir, los monasterios están confiados a todos nosotros. Y nosotros estamos encomendados a la oración y cuidado de las monjas. Esta reciprocidad pertenece al corazón de la Orden. Por lo tanto, aunque me dirija directamente a las monjas, espero que todos los dominicos la leerán a escondidas...

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