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Mensajes a la Orden en América Latina

30 de marzo de 2017
Mensajes a la Orden en América Latina

Homilía en la clausura del VI Encuentro de CIDAL, en Caracas (Venezuela), 2 de marzo, 1980

1. Presencia y carisma dominicano

Durante las reuniones de este Encuentro de Cidal he querido ser discreto. Permítanme serlo un poco menos en esta Eucaristía con la que cerramos el Encuentro.

Quiero proponerles tres reflexiones relacionadas con los temas tratados durante estos días. Entre una y otra guardaremos algunos momentos de silencio para facilitar su meditación.

1.° Mi primera reflexión: la presencia de la Orden en los problemas más urgentes de América Latina

Tenemos mucho que hacer para llevar a cabo nuestra tarea en la «opción privilegiada por los pobres» que Puebla nos pide. Estamos todos de acuerdo en las palabras, en los sentimientos y en los principios. Pero, ¿en la práctica?, ¿cuál es nuestra actitud ante una parroquia, un convento o un colegio que habría que cerrar?, ¿cuál es nuestra postura hacia una asignación que habría que aceptar o ante una nueva fundación que habría que realizar? Estas decisiones pueden plantearse, bien sea con el fin de poder evangelizar a los marginados de los barrios más miserables de una ciudad, bien sea pensando en que algunos de nuestros hermanos puedan dedicarse al análisis y a la investigación de las causas profundas de la situación actual de injusticia, o también para hacer de un convento un verdadero centro de reflexión. Y, de manera más general, cuando se trata de orientar todo lo que hacemos en la perspectiva de un mundo mejor, abierto al Reino de Dios, que es lo que el Evangelio nos pide construir.

Porque, en definitiva, esto es lo que está en juego cuando hablamos de opción por los pobres: que los últimos de hoy tengan su lugar de derecho, si no el primero, en la fiesta que el Señor ofrece cada día a sus hijos.

En esta perspectiva tenemos que cambiar todo: lo que somos y lo que hacemos. Al menos, en el sentido de que nuestra misión debe trascender nuestros horizontes habituales; en el sentido de que nuestro corazón debe estar animado por otro amor y nuestras manos deben aprender a manejar otros instrumentos.
Esto vale ya para los compromisos apostólicos en que estamos metidos actualmente. Pero este cambio de mentalidad nos abrirá, sin duda, nuevas rutas y nuevos compromisos. Debemos estar listos desde ahora. Sin tergiversación demos los pasos que el Señor espera de nosotros.

Una escuela, de estilo «burgués», puede jugar un papel importante en nuestra opción primordial, si sabemos trabajar en simbiosis, por así decirlo, con las hermanas que viven y trabajan en medio de la miseria total. Un centro de reflexión no puede ser fiel a su misión, si los religiosos que trabajan en él no van a ver lo que está ocurriendo en los tugurios y lo que dicen las estadísticas.

El levita y el sacerdote del evangelio del buen samaritano han pecado porque apartaron su mirada del herido y siguieron su camino. En el mundo, tal como existe, el pecado más habitual es el pecado de omisión. ¡Que no sea ese nuestro pecado!

Los hombres más grandes de la Orden han estado presentes a los cuestionamientos de su época: Santo Domingo, Santo Tomás, San Vicente Ferrer, Las Casas, Lacordaire... por no hablar de otros que viven aún entre nosotros. Lo mismo ha ocurrido con las mujeres que han honrado el nombre dominicano. Piensen en Santa Catalina de Siena y en las geniales fundadoras de tantas congregaciones dominicanas.

Es, pues, a un gran esfuerzo de «presencia en la realidad» -presencia atenta, exigente, activa- a la cual invito a todos.

2. Mi segunda reflexión: tipo de presencia que exige el carisma dominicano

En el capítulo referente al estudio, nuestras Constituciones dicen que debemos llegar a los hombres en su deseo por la verdad (LCO. 77, II ). Es decir, tenemos que contactar con los hombres en su aspiración a conocer las cosas tal como son, a comprenderlas. Sobre este punto, siempre me gusta decir que lo que caracteriza al máximo la mentalidad dominicana (no digo la espiritualidad, que va íntimamente unida a aquella) es el «sentido de la verdad de las cosas», que evidentemente no puede separarse de la «verdad del hombre» y de la «verdad de Dios».

En la tarea, inmensa y apasionante, a la cual Cristo llama a la Orden en América Latina, este aspecto de nuestro carisma debe aplicarse, ante todo, al necesario análisis de la realidad, del que se ha hablado y discutido en estas sesiones y sobre el cual es necesario volver, pasado CIDAL, para descubrir los presupuestos subyacentes de orden filosófico.

Este aspecto del carisma dominicano debe aparecer también en nuestra manera de abordar los problemas y de aclarar las soluciones. No hay verdad sin totalidad. Dejar escapar tal o cual elemento de un problema, es incapacitarse para resolverlo. Como se dijo aquí durante la reunión, Dios es parcial; puede tomar partido por una causa (en este caso por los pobres). Es cierto. Pero esto no quiere decir que sólo vea un aspecto de las cosas. Dios siempre ve el conjunto. También en esto nosotros debemos imitarle, sabiendo encontrar en esta parcialidad un trampolín para descubrir algo nuevo. Pero nunca podemos olvidar las exigencias de la totalidad. Esto exige, además de una formación inicial y permanente, un estudio profundo de las cuestiones filosóficas y teológicas. Nunca se insistirá suficientemente en esto.

El mundo de hoy y sus «sistemas» ofrecen multitud de caminos a nuestro estudio e investigación. Pero en este camino debe iluminarnos una luz y empujarnos hacia adelante un deseo decidido: descubrir la totalidad del hombre. De esto se trata: la promoción de todo el hombre y de todos los hombres.

Sabemos muy bien que los dos «sistemas», que hoy se disputan el mundo, por diversas razones, son incapaces de promover esta totalidad. Y sin esto no hay «verdad sobre el hombre»; sin esto no hay liberación.

Es, pues, en esta dirección en la que debemos orientar nuestra investigación, toda nuestra búsqueda, precisamente en una época en la que el futuro y las posibilidades del progreso marcan irremediablemente a la humanidad.

Tenemos que convencernos de que los hombres menos pertrechados culturalmente no son, sin embargo, los menos sensibles a esta búsqueda incesante -que ha de ser, al mismo tiempo, franca, honesta y luminosa- de totalidad. Yo creo incluso que su pobreza les hace más sensibles en este sentido, aunque sólo sea por el temor que sienten espontáneamente frente a los otros, frente a los «grandes» y a los «sabios».

En nuestra manera de abordar, de situar e iluminar los problemas de los hombres, así como en nuestra manera de dialogar con ellos, tenemos ciertamente algo original que ofrecer como dominicos.

3.° Mi tercera reflexión: en torno a la oración

Ayer, último día de sesiones, estudiábamos los textos de Puebla y de la CLAR sobre la experiencia de Dios. Esta mañana les pido fijar su mirada en santo Domingo

Santo Domingo fue ciertamente un contemplativo, un verdadero contemplativo, uno de los contemplativos más grandes de la Iglesia. Pero lo fue de una manera original.
«Dedicaba el día a los hombres y la noche a Dios». Pero esto no significa que su vida estuviera dividida en dos partes. Su contemplación durante la noche estaba poblada de los rostros de los hombres y de las situaciones que había encontrado durante el día. «Dios mío, misericordia mía, ¿qué será de los pecadores?».

Releamos el texto de Jordán de Sajonia, que nos descubrirá de lleno la originalidad de la plegaria de Domingo: «Habíale otorgado Dios el don de llorar por los pecadores, por los pobres y por los afligidos; sus miserias afectaban lo más íntimo de su alma y se manifestaban al exterior en torrentes de lágrimas» (Libellus, VII).

Domingo llora por los pecadores, por los pobres, por los afligidos. La experiencia de Palencia permanece siempre viva en él. En la continuación del texto se habla de su deseo de identificarse cada vez más con Cristo. Sabemos, por otra parte, que su rostro siempre estaba alegre, pero le envolvía la tristeza ante la presencia de las desgracias del prójimo llegando, con frecuencia, a derramar lágrimas. En los nueve modos de orar de Santo Domingo lo que quizás nos llame más la atención son las posturas corporales, tal como nos las muestran las miniaturas de todos conocidas.

¿Hemos meditado suficientemente este relato hecho por una mano venerable? En él encontramos una vez más lo que ya sabemos: el corazón de Santo Domingo en oración estaba lleno de las miserias de los hombres y de la misericordia de Dios.

Aquí está la originalidad de su contemplación. Domingo es el contemplativo de la misericordia de Dios y de la miseria de los hombres. O, si se prefiere, pues es lo mismo, Domingo es el contemplativo de la miseria de los hombres, objeto de la misericordia de Dios.

El beato Angélico no pintó a Santo Domingo al pie de la Cruz, en muchos de sus cuadros, por capricho. Cristo en la Cruz es para Domingo, al mismo tiempo, la expresión suprema de la misericordia de Dios y su identificación con la miseria de los hombres.

Lo que nos propone Puebla y la CLAR, al hablar de nuestra experiencia de Dios, es menos original de lo que podríamos pensar en principio, porque la oración de Domingo nos pone en consonancia inmediata con lo que esos documentos nos proponen.

He aquí lo que debe ser nuestra oración, nuestra contemplación.

La vida dominicana es tremendamente rica, pero ¡qué difícil! Con los que nos han precedido en la Orden encontramos dos dificultades mayores: estar presentes en el mundo a evangelizar y hacer la unidad en una vida compleja hasta la contradicción. La fuente de esta unidad debemos buscarla en la oración y contemplación de Santo Domingo: contemplación de la calle y contemplación de Cristo en la Cruz, ambas unidas. Unica contemplación que debe suscitar y alimentar la verdad y la fidelidad de nuestra presencia en el mundo, de nuestro apostolado y del testimonio de nuestra vida.

Oración común y oración privada son necesarias en nuestra vida. ¿Qué hay de nuestra oración privada, sobra la «oración secreta» de los primeros tiempos de la Orden?

Queridos hermanos, queridas hermanas: les suplico hacer el esfuerzo, grandes esfuerzos, para saber encontrar silencio y tiempo, sin los cuales no es posible la oración dominicana. Sólo gracias a ella nuestra vida será auténtica.

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